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El espíritu de Nuremberg

Se cumplen ya más de 70 años de lo que fue el juicio más importante en la historia de la humanidad: Nuremberg. Lo que hizo a ese juicio especialmente importante, fue que por primera vez en la historia, los principales integrantes de un régimen asesino de un estado derrotado después de una guerra particularmente cruel y viciosa, fueron sometidos a la justicia por las potencias vencedoras.

Hasta Nuremberg, las guerras terminaban con amnistías, pero, visto lo sucedido con la Primera Guerra Mundial y la imposibilidad de juzgar al Emperador Guillermo, sumado a las graves aberraciones que se descubrieron tras la Segunda Guerra Mundial, los Aliados tomaron la decisión de juzgar a los principales líderes nazis. Los acusados ​​fueron juzgados por actos que no fueron considerados delitos antes de 1945, pero que agraviaban de tal manera a la humanidad que no podía haber duda alguna que sus autores sabían de la criminalidad de los mismos.

Es cierto que en Nuremberg se trató de «justicia de los vencedores» y que la Unión Soviética, que integró el Tribunal, había cometido crímenes semejantes a los cometidos por los oficiales alemanes juzgados. También es cierto que por presión de los EEUU se incluyó la categoría de «crímenes contra la paz» que consistía en la guerra de agresión, conducta ésta que no solo no era un crimen sino que era la forma habitual de los Estados de resolver sus conflictos internacionales. A pesar de estas sombras que tiñen el proceso, en el derecho internacional nada fue igual después de Nuremberg. Tanto los crímenes contra la humanidad como los crímenes de guerra fueron claramente definidos.

De los tres crímenes descriptos en el Estatuto de Nuremberg que sirvió de base para el juicio, el primero -Delitos contra la paz- fue el más criticado por lo vago del concepto y por punir la guerra que hasta entonces estaba autorizada. No por nada los tratados de derecho internacional público hasta entonces estaban divididos en dos partes: paz y guerra. Como Joachim von Ribbentrop, ex canciller de la Alemania nazi (1938-1945) declaró en 1945, «Van a ver. En unos pocos años a partir de ahora los abogados del mundo van a condenar este juicio. No se puede tener un juicio sin una ley».

Los crímenes de guerra eran violaciones de las leyes de guerra existentes en el momento del conflicto. Los grandes huecos que tenía la legislación de entonces fueron el motor impulsor para que luego del juicio se concluyeran las Convenciones de Ginebra de 1949, las que junto con los Protocolos constituyen el númen de lo que se conoce hoy como «derecho humanitario bélico.»

La categoría de “crímenes contra la humanidad” fue la contribución más original de Nuremberg. En esta categoría se incluyeron la atroz persecución y asesinato de millones de personas. Esta categoría, sin embargo, afecta a una garantía básica que tienen los acusados ​​durante el juicio: el de no ser procesados por actos que no fueron considerados delitos en el momento de su comisión. Sin embargo, tanto el Tribunal Militar Internacional y las doce cortes posteriores llevadas adelante por los Estados Unidos contra todos los niveles del gobierno nazi, demolieron este argumento sentando las bases de la ciencia del derecho penal internacional.

Los que ordenaron o participaron en los pogromos, evacuaciones, asesinatos en masa, internaciones en campos de concentración y eliminación sistemática de millones de seres humanos por motivos de religión, raza, orientación sexual o puntos de vista políticos, sabían que lo que estaban haciendo era contrario a las más esenciales nociones de la humanidad.

La idea de una ley internacional más amplia e integral desgastó hasta ahora el enfoque monolítico de la soberanía estatal, e impuso a los Estados obligaciones que debían respetar o responder con responsabilidad internacional. Pocos años después, la Corte Internacional de Justicia, en un fallo histórico, reconoció  la existencia de tales obligaciones para toda la humanidad. Los dictadores ya no podían depender de la soberanía y la independencia de su estado para hacer lo que quisieran en su ámbito interno.

Nuremberg ha dejado un legado crucial: el de la exaltación de los valores humanos reconocidos por primera vez por un tribunal internacionalque, aunque compuesto por los vencedores, declaró una verdad innegable. Luego de este juicio, los Aliados llevaron adelante otros juicios en sus zonas de ocupación. Aproximadamente 200 alemanes acusados ​​de crímenes de guerra fueron juzgados en Nuremberg, y 1.600 más fueron juzgados por los otros tribunales.

Setenta años después del juicio que enfrentó a la humanidad contra el mal desatado somos testigos de cientos de guerras. A pesar de todo, estos conflictos nunca tuvieron el número de víctimas de la Segunda Guerra Mundial, que son iguales, en su horror, a lo sucedido en Ruanda, en la antigua Yugoslavia, y ahora en Siria y Yemen, por nombrar sólo unos pocos casos.

Los tribunales internacionales han sido creados específicamente para castigar esas atrocidades y prevenir conflictos. Ellos fueron el preludio necesario para un proyecto más amplio y más ambicioso: la instalación permanente de la Corte Penal Internacional.

Desafortunadamente, más de una década después de su creación la nueva corte muestra resultados muy pobres, ya que ha demostrado estar sujeta a los vaivenes de la política internacional, y sólo ha juzgado a algunos individuos que han cometido crímenes en las luchas nacionales africanas. Las migraciones forzadas, las guerras contra objetivos civiles y los asesinatos en masa exigen una respuesta más adecuada. Corresponde a los líderes de hoy mantener vivo «el espíritu de Nuremberg».

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