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El escritorio y la guerra

Las ciudades, con su cristal y su cemento, se deslizan con una rapidez vertiginosa por el desagüe de la historia. Donde antes había una escuela, una fábrica o un jardín, en cuestión de meses pueden surgir infiernos y traumas empecinados en recordarnos lo vertical que es esa pendiente. Da igual que sea Aleppo, París, Grozny o Caracas.

Múnich, ahora una de las ciudades más ricas del mundo, es un buen ejemplo. A principios del siglo XX era la metrópolis cultural europea. Las mujeres se atrevían a llevar el pelo corto, a abrir negocios y vivir juntas, los artistas creaban un «Art Nouveau», los filósofos no dejaban títere con cabeza, los científicos comenzaban a revolucionar el tiempo y el espacio. Unos años más tarde, se abrió aquí el primer campo de concentración y Múnich se convirtió en la «capital del movimiento» de Hitler.

La exposición «De la Bohemia al Exilio: el Múnich literario de la época de Thomas Mann» en el Museo Monacensia muestra el Múnich de esos años y lo que la cultura se perdió con la llegada del nazismo.

Nada refleja mejor esa transición que dos escritorios, el del poeta Frank Wedekind y el del novelista Oskar Maria Graf.

Schreibtisch Frank Wedekind(c) Eva Juenger
Schreibtisch Frank Wedekind(c) Eva Juenger

Un escritorio es un trampolín en el universo del escritor, donde sopla vida a sus mundos. También es la isla donde se refugia y se encuentra a salvo.

La mesa de Wedekind es sólida, con su lámina de cuero verde, los cajones con tiradores incrustados. Pulcra, pesada, pulida. La silla giratoria de la misma madera se inclina, para que el poeta pueda leer y reflexionar con comodidad. Uno se la puede imaginar en su piso de ocho habitaciones con balcones a la aristocrática calle del Príncipe Regente de Múnich. Eran los buenos tiempos.

A su izquierda está la mesa de Oskar Maria Graf en el exilio, donde redactó la parte más importante de su obra en un pequeño apartamento en Manhattan. Graf, quien pidió a los nazis que quemaran su obra en su artículo «Verbrennt mich!», llegó a Nueva York en 1938.

La madera es opaca, débil, pálida. La máquina de escribir de Graf se apoyaba en un puente levadizo que se soterraba para usar la superficie del escritorio. Tiene extensiones, cajones a izquierda y derecha y compartimentos cerrados en el frente, donde mantener el orden necesario de los espacios pequeños. Las patas son endebles. La silla desentona. Hay postales de montañas y lagos, y direcciones de amigos pegadas sobre los compartimentos. Fue construida para él por un carpintero alemán, en lo que se intuye como la solidaridad del exilio.

Múnich pasó de un escritorio a otro en menos de una década.

En la capital alemana de los Alpes vivieron en aquellos años algunas de las mentes más poderosas del momento. Por los caminos irregulares del Jardín Inglés se discutía sobre la industrialización, el voto femenino y el sistema obrero, y también sobre el teléfono, los aviones, el nuevo Mercedes o la última cámara Leica.

Schreibtisch Oskar Maria Graf(c) Eva Juenger
Schreibtisch Oskar Maria Graf(c) Eva Juenger

Además de Wedekind y Graf, otros escritores como Thomas Mann, Mark Twain, Henrik Ibsen, Reiner Maria Rilke, Bruno Frank, Lena Christ, Bertolt Brecht, T.S. Eliot y pintores como Wassily Kandinsky o Paul Klee, por mencionar algunos, se cruzaban en este ‘Sillicon Valley’ del momento, con el que acabó la guerra.

Muchos de ellos acabarían enriqueciendo la vida intelectual de otros países, principalmente Estados Unidos. Las pérdidas para los países que padecen la guerra son muy alargadas.

Un claro ejemplo es el Premio Nobel (1929) Thomas Mann. El matrimonio Mann y sus seis hijos llevaban una vida de clase alta en una mansión frecuentada por intelectuales y artistas en el Jardín Inglés. Cuando Hitler alcanzó el poder en 1933, Mann no regresó de una conferencia en Suiza. Luego huyó a Estados Unidos, donde dio clases en la universidad de Princeton y coincidió con otro famoso Nobel exiliado, Albert Einstein.

Varios de sus hijos fueron aclamados autores, como Klaus y Erika Mann, quienes observaron la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial como traductores y periodistas.

En la exposición se ve el carné de corresponsal de Klaus, fechado en Barcelona en 1938, y el uniforme militar con el que Erika acompañó a las fuerzas americanas. También está el carné de identidad del escritor Bruno Frank expedido por el Consulado de México en California.

También hay una ampliación de una imagen desconocida de Einstein dedicada a los Mann. El físico posa con su melena blanca y un traje claro en la azotea del Centro Rockefeller al poco de llegar sin retorno a Nueva York.

Noticieros de radio, películas de la época o un vídeo a bordo del «SS Manhattan», que varias veces llevó refugiados alemanes a Estados Unidos, nos recuerdan que la caída desde el olimpo de la paz es muy empinada y no siempre consigue uno volver a subirla.

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