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Francisco Martínez Pocaterra

El «enfant terrible»

Si bien los que vivimos fuera de Estados Unidos poco tenemos que ver con las elecciones de noviembre, las facultades del cargo que ejercerán y por ello, el talante de sus candidatos, sí nos conciernen a todos.

Leo con frecuencia que poco importa el carácter del señor Trump, si al fin de cuentas, él no es mi amigo ni lo va a ser. Eso es cierto, ese voto pueril por el candidato simpático es, de hecho, sumamente irresponsable. Pero lo es, igualmente, hacerlo por un hombre cuyos rasgos personales son peligrosos en un cargo como el que ejerce, sobre todo porque, bocón sin cortapisas como dicen que es, más que seguidores, ha ganado militantes de una causa que les guste o no a los fanáticos del mandatario estadounidense y otrora conductor de ese bodrio televisivo, «El aprendiz», asoma atributos nazis, aunque, en efecto, sean solo rasgos, por lo demás, peligrosos.

Sé que ya muchos habrán saltado, y que dirán que soy yo, un comunista y vaya uno a saber qué más. Aclaro, no soy comunista (disto mucho de militar una causa que considero muerta y en su momento, fuente de horrores indecibles) y, de hecho, creo que esa división binaria del espectro político – izquierda y derecha – resulta obsoleta y, sobre todo, insuficiente. Sin embargo, tampoco raso a todo líder de izquierda con los militantes del marxismo-leninismo. Eso es, sin lugar a dudas, superficial y, decididamente, idiota. Hay, no obstante, un peligroso nacionalismo supremacista en el discurso del señor Trump, y, por eso, no acuso yo al hombre de ser un auténtico fascista (como lo era el dictador italiano, Benito Mussolini) o un nazi (como Hitler), sino de mostrar trazas propias del ideario nacionalsocialista (más que fascista).

No dudo del nacionalismo de Trump. Sé que muchos verán en este rasgo, una virtud que, obviamente, yo no. El suyo es, de algún modo, atávico, como el que incendió los ánimos tanto en 1914 como en 1939. Trump cree en una nación prevaleciente sobre otras, regida por blancos sajones, por esa tonta idea del WASP, y, por ello, siempre se muestra reacio a criticar a los supremacistas blancos (como ocurrió en el primer debate presidencial de cara a las elecciones del noviembre), y, en cambio, no medita al momento de criticar, aun descarnadamente, a los movimientos que agrupan minorías (como BLM).

No es solo su nacionalismo, sin embargo, lo que me preocupa. Otros lo han sido, aun en esos términos decimonónicos (como Ronald Reagan), sino, además, su desdén por las instituciones, sobre todo esas que limitan sus facultades, y por supuesto, su innegable admiración por hombres fuertes, especialmente por Vladimir Putin y por qué no incluirlo, Kim Jong-un.

Debo regresar pues, sobre los militantes de su causa y sobre el hecho de que, impensadamente, excusan todas las faltas del presidente, que son muchas, sin lugar a dudas, y aún más nocivo, que, en muchos casos, las aplauden. Las instituciones son tan fuertes como fuertes sean las creencias de los ciudadanos en ellas y en los principios que las explican y justifican. Temo entonces, que, paso a paso, el señor Trump – y un partido más interesado en el poder que en las soluciones de los problemas ciudadanos – avasalle a las instituciones e incluso, a ciertos valores estadounidenses, tal como lo hiciera el partido nazi con las alemanas antes y después de su ascenso al poder en 1933.

No se trata pues, de un hombre grosero, misógino, megalómano, sino de una personalidad peligrosa en un líder que comanda el ejército más poderoso del planeta (equipado, entre otras, con un importante número de armas estratégicas). Se trata de una militancia ciega que, alienada por un discurso orwelliano, prefiere perseguir comunistas que construir una sociedad mejor equilibrada y que en efecto, brinde oportunidades semejantes a sus miembros, cosa que hoy, más de medio siglo después de aprobada la Ley de Derechos Civiles, aún ocurre en Estados Unidos.

Insisto, no soy comunista (¡Dios me libre!), pero tampoco considero a todos los líderes de lo que comúnmente llaman izquierda un atajo de comunistas, anclados en esas ideas caducas, y en cambio, bien sé de los logros de la socialdemocracia en Alemania. En este lado, si es que tal cosa existe políticamente, también hay ideas obsoletas, y, en muchos aspectos, el señor Trump encarna muchas de ellas. Por ello, importan más lo riesgos implícitos en el fanatismo ciego que se ha agrupado a su alrededor un patán intragable, que los rasgos, ciertamente peligrosos, de su narcisismo, de su megalomanía y de su pésima disposición a la derrota.

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