Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

El Día de los Muertos… y otros muertos

Hay leyes naturales que establecen el ritmo de la vida hasta la muerte. Según la mayoría de los casos, los padres mueren antes que los hijos, los viejos antes que los jóvenes, la muerte alivia sólo cuando la precede una larga y tortuosa agonía… Y así, con el tiempo, aumentan los muertos que cada quien va cargando en su vida, cada vez más cercanos, hasta que le llega el turno. Lo más frecuente es que se empiece por algún abuelo o la muerte del abuelo de algún conocido, es lo que te hace ir al primer velorio. Yo tuve la desdicha de enfrentar el suicidio de un compañero de clases, cuando apenas tenía doce años. Doce él, doce yo. El fin de semana después que Lucas me comentara una más de las curiosidades que usualmente le interesaban y con las que lograba interesarme: en el caso de los muertos por ahogo o asfixia, la persona es capaz de reproducir los eventos más importantes de su vida como en una secuencia fílmica, una película a alta velocidad, justo antes del último respiro… ¿Cómo imaginar que él estaba preparando la mejor manera de morir? ¿Cómo habría yo podido evitarlo, desde la inocencia de la tarde soleada, en la parte de atrás del patio de recreo donde los grandes fumaban escondidos, y los aspirantes, fumadores pasivos, nos hacíamos los interesantes? Era ahí que siempre me encontraba con Lucas.

Nunca se peinaba, había perdido a su mamá en sexto grado, poco le importaba lo que pensaran los demás, hacía demostraciones excéntricas como quemar el billete para la merienda de toda la semana por demostrar que el papel moneda se consumía rápido de cualquier manera. Sí le importaba que le creyera yo.  Estaba pendiente hasta de mis pestañas, que bañadas de rimmel para ir al colegio por una vez que logré maquillarme a escondidas de mi mamá, inspiraron la Oda a Mary Quant que me dedicó. ¿Cómo conservar el recuerdo de su cuerpo inerte después? Es mas fácil olvidar su muerte. Aunque en ese olvido se borren los buenos recuerdos también.

En los primeros días que sucedieron el suicidio de mi amigo, Ramón iba conmigo a visitar a la abuelita por acompañarla en su duelo. Ramón era otro raro del colegio, ya éramos tres. Con el tiempo le perdí la pista pero nunca el cariño. Demasiado ocupada con mi vida y la de mis amores, era incapaz de sospechar que Ramón también moriría antes de tiempo. Lo supe tarde y de manera sesgada, por debajo de cuerda, casi como un chisme. Luego entendí que el silencio que rodeó su muerte era el diagnóstico, mostraba la causa del deceso. El sida da vergüenza sobre todo en una familia maracucha que vive en el Country Club de Caracas.

Podría hablar de otros muertos, incluso de algunos que he matado yo. Gente que significó y dejó de importar. El novio aquel que es como si se hubiera muerto, o la amiga aquella que te robó al marido que hasta el sol de hoy… A veces encuentro el rostro de alguno de mis muertos en el rostro de algún desconocido y entonces saco la cuenta o me doy cuenta de que cargo con unos cuantos muertos en mi vida. Y mientras más vida, pues más muerte. Me abruma la indolencia del olvido, de la vida que continúa mientras nos hacemos de nuevos rostros, afectos, amigos, familia. Hay actores nuevos que hacen los papeles de los actores muertos. Hay escritores muertos que vuelven a nacer como si fueran otros cada vez que se vuelven a leer, porque  aunque a cualquiera le duele la muerte de Anna Karenina, mi Tolstoi es muy distinto al de mi abuela.

Hay muertos que le duelen a un país entero, países que tienen más muertos que otros, muertos que mueren lejos y traen más muerte, hay epidemias. El Ebola mata y también segrega, aleja, castiga. En Freetown ni hablar de los besos: está prohibido el abrazo, el apretón de manos y se vive acuartelado. Están cerrados los restaurantes, clubs de baile, caseríos completos en cuarentena, las rejas de los hospitales aseguradas con candado por evitar que se escapen los internos. En Sierra Leona todos se quieren ir lejos pero son cada vez menos los aviones que salen y los precios de los tickets sólo los ricos los pueden pagar. Nadie quiere recibir aviones que vengan de África tampoco. Toda esta muerte cuando apenas se recuperaban de una guerra. La muerte da rabia, asusta, no se explica. Chris Brown célebre por su música y vergonzosamente por su maltrato a Rihanna, twitea con no poca irresponsabilidad, su teoría conspiratoria -digo irresponsable pues tiene 13 millones 700 mil seguidores- I don’t know… But I think this Ebola epidemic is a form of population control. S–t is getting crazy bruh. Me perturba en lo que me conduele lo que pasa en África, la posición de este hombre que desde el confort de su fama californiana, se aventura a hacer una declaración militante anti-racista (supongo), generando una ola de likes y retweets que inquietan. ¿Será que esos retweets expresan de alguna manera, la inconfesable culpa de muchos que pensaron en silencio, que los muertos eran en vida una carga y sienten que con la denuncia, queda saldada su deuda? ¿O es que tanta gente ciertamente encuentra plausible que la Cruz Roja les haya inyectado el virus a los infectados?

La muerte siempre es grave, no se justifica, nadie la quiere, hace daño. Mas cuando en África occidental adquiere dimensiones de hecatombe: cientos de miles de niños huérfanos, no se sabe cuántos muertos ni cuántos infectados, los números no cuadran. A estas alturas de la epidemia, nadie se atreve a hacer un pronóstico de lo que puede pasar. El resto del mundo se conduele a la distancia, se preocupa, mientras la epidemia se acerca de manera peligrosa haciendo temblar la eficiencia de la medicina desarrollada. Nadie se quiere morir. Cada vez hay menos vuelos desde África y la directora general de Médicos Sin Fronteras, Joanne Liu, reclama una intervención urgente y menos reuniones, mientrasdecenas de miembros de diferentes organizaciones humanitarias insisten en sus interminables reuniones por definir la estrategia en el ejercicio de la solidaridad. Cada día salen menos noticias sobre el ébola… África está en cuarentena, ya podemos olvidar. Como olvidamos el secuestro de las niñas de Nigeria, a pesar de que continúan desaparecidas.

La muerte es parte de la vida, dice la conseja que es lo único seguro que tenemos desde que nacemos, pero siempre impresiona. Y cuando llega sin aviso, duele mas. El que muere en inocencia y desasistido, mata de tristeza.

En Venezuela las casas se llenan de muertos, mientras los vivos siguen en la supervivencia compartida del sálvese quien pueda con una tasa de 15.000 muertos en 2013. También son escasos los vuelos al alcance sólo de los que pueden pagarlo, pero la fiesta sigue. Las mujeres no dejan de ser bellas por eso. Osmel Sousa produce un nuevo certamen de Miss Venezuela y en las redes sociales la gente reclama un homenaje a la Miss cruelmente asesinada hace apenas un año. La muerte de Mónica Spear fue un caso que nos dolió mucho y esta noche era de mucho lujo, alegría y música, y no era el momento propicio para un homenaje, se justificó Sousa. Es fácil sospechar que Sousa evitó el asunto por esquivar el peso político que semejante homenaje hubiera tenido.  La inseguridad siempre es culpa del gobierno y el show debe continuar. Y la nueva Miss Venezuela, Mariana Jiménez, aseguró después que la banda iba dedicada a Spear, por tratar de calmar la molestia generalizada de los muchos seguidores del concurso. Todo tiene arreglo, Jiménez, Sousa…. Todo, menos la muerte.

Es verdad que las fiestas no son momento propicio para recordar a los muertos. Tampoco a nadie le gusta asistir a un velorio, ni ver las fotografías de niños muertos en las calles de África, ni es propicia la muerte cuando sucede a cambio de un carro, un celular o un par de zapatos, mucho menos cuando te llega por la espalda y enfrente de tu hija de cinco años. No es agradable ni bonito pero la muerte de la protagonista buena de las historias de amor, a manos del hampa, no es cosa que se descarta, ni que haya fiesta. Porque le duele al país entero que prende la televisión a la hora de la telenovela. Es simple: cuando nos matan a la bella protagonista sin piedad, morimos todas. Porque nos matan en lo que queremos ser, nos dejan sin heroína, arrebatado el paradigma transmitido en horario estelar. Y eso no se olvida.

Como a pesar de los años, una amiga entrañable no ha sido capaz de olvidar que a su mamá le encantaban las cachapas de hoja y el queso telita, las canciones de Tito Rodríguez y el jugo de guanábana, o el ron con limón si había fiesta, y todos los años va a honrarla en su tumba, y hace un picnic con sus hermanas, al son de los boleros que cantaba. Eso me hace pensar en los cementerios de México el Día de los Muertos que desde que amanece se convierten en una feria: mariachis que entonan Amor Eterno, de Juan Gabriel, mientras se escucha a lo lejos algún reggaetón, y un globo se escapa de la tumba de un niño repleta de juguetes. Todo el mundo quiere pasar el día con su muerto, antes de que se regrese a su muerte a las tres de la tarde y hasta el año que viene. La fiesta que celebra los afectos que se fueron, forma parte de nuestra alegría. Mucho pedirle a Osmel Sousa la cultura que muestra que los muertos también se celebran.

La muerte no se olvida. Ni la propia ni la ajena. Cada quien la lleva como mejor puede. Para mí el Día de los Muertos es un día de felicidad que se multiplica con los años, porque ese día nació mi hija, tesoro de mi corazón.

Hey you,
¿nos brindas un café?