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El (des)mayo francés

¿Por dónde le entra el agua al coco? ¿Vivimos o sobrevivimos? ¿Vamos avanzando o venimos en retroceso? Y lo más importante, ¿todavía a alguien le importa responder esas preguntas?

Hace 50 años Francia se levantó contra De Gaulle. Y eso no impidió que fue y siga siendo uno de sus presidentes más respetados.

Hoy, en una misma quincena, algo que parecía imposible luce encaminado: la paz entre las dos Coreas. En contraste, la solidez de la Academia del Nobel tiembla por… vaya sorpresa, otra denuncia de abuso sexual.

Algo está pasando en el mundo. Hay que decirlo, aunque suene a los abuelos en las plazas quejándose del presente y añorando el pasado que, como la grama del vecino, siempre luce mejor a distancia.

Acertado, el tango dice que «el mundo fue y será una porquería». El detalle es que cada vez a menos personas parece importarley tan siquiera son capaces de diferenciar un suceso de una «tendencia viral»…

La vulgaridad, el facilismo, la falta de compromiso y la desmemoria por simple flojera ganan terreno, aupados por esa desgracia llamada «reality shows» que ha condenado lo que va de este milenio. Las consecuencias abundan.

Salido de la TV, un inquilino en la Casa Blanca rompe parámetros y no precisamente por su progresismo ni capacidad filosófica. Aunque muchos no lo admitan, su estilo es el sueño de la mayoría contemporánea: «Devoro hamburguesas en mi avión privado, hago lo que me da la gana, cambio de opinión y me traiciono sin pudor. Total, nadie se acuerda o le hace seguimiento a nada estos días» (a los que sí lo hacemos nos tildan de anticuados y hasta rencorosos).

Aprovechando esas etiquetas que tanto gustan a los «expertos en redes sociales» (sea lo que sea que eso signifique), hace poco la genial revista humorística «MAD» comparaba el compromiso ciudadano de los «boomers» (nacidos poco después de la Segunda Guerra Mundial) frente a los «millennials» (llegados a la adultez este siglo y ahora padres debutantes).

En la caricatura, los primeros eran capaces de detallar hoy dónde estaban exactamente cuando el hombre llegó a la luna en 1969. Mientras los segundos apenas lograban recordar el último video bajado en su teléfono sobre una tontería que había acumulado millones de fanáticos en un par de horas…

Igual aplica para temas más trascendentes. ¿Es correcto que Julian Assange y Facebook manipulen y vendan sin pudor nuestros datos para alterar resultados electorales y no sean penalizados?¿Y acaso en los últimos años algún país ha generado más reuniones, condenas y debates que Siria y Venezuela? ¿Ha frenado eso las masacres allí? ¿De verdad hay interés en hacerlo?

Bien y mal, la tecnología avasallante nos ha puesto a correr, y en los últimos años hemos visto más inventos que nuestros abuelos en toda su vida.

También en las cosas sencillas se aprecia que el mundo ha cambiado: antes era impensable salir a la calle con un jean roto o siquiera desteñido. Era sinónimo de descuido, miseria y hasta depresión. Hoy, los pantalones mientras más roñosos, más caros, fotografiados y compartidos como «noticia» (eso es fundamental; no hacerlo equivale a ser analfabeta).

Es la nueva «elegancia», que permite a la gente sacudirse la ortografía, entrar con pizzas a la ópera; exponer una niña a un adulto en un baño unisex; y ver a un pitbull orinando y ocupando asientos en el Metro u oliendo la comida en el supermercado con la misma nariz que usa para saludar traseros.

Muy pocos se quejan de esos abusos, «para no herir». O simplemente no se dan cuenta o no les molesta, siempre y cuando haya wi-fi para mantenerlos ocupados.

Llamémoslo por su nombre: la indiferencia, el caos, la desmemoria y el irrespeto no garantizan libertad, convivencia, tolerancia ni progreso.Al contrario, cuando se han combinado han hundido a la humanidad en túneles y vergüenzas históricas. Y hasta han acabado civilizaciones enteras y extinguido especies. Pero claro, casi nadie se acuerda de eso.

Ah, por cierto, el agua no le entra al coco. Nace y crece con él.

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