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esteban ierardo

EL DERRUMBE

Edgar Allan Poe imaginó una casa fantástica, la casa Usher. El narrador de la historia nos advierte que ya en las cercanías de aquel lugar se respiraba una atmósfera extraña, carga de posibles fuerzas secretas. La casa era habitada por un sujeto de sensibilidad artística, hipersensible, un personaje de tiempos más misteriosos y espirituales. La casa al final se hunde. Ese derrumbe quizá simbolizaba la debacle del mundo gótico y romántico que destilaba el lugar.

Pero hay otros derrumbes, con otro posible simbolismo, como el acontecido de forma inesperada en Miami, ciudad-puerto cercana al medio millón de habitantes, cuyo nombre procede de los indios miamis, los antiguos habitantes de la zona, una tribu india algonquina, cuyo nombre significa “pueblo de la península”.

Desde la fundación de la ciudad (1), y hasta ahora, muchos llegaron al Estado de clima tropical del sur estadounidense, o escapando del autoritarismo, o buscando una nueva vida, en consonancia con el atractivo del sueño americano, una suerte de sustituto o continuación, salvando distancias y diferencias, del mítico El dorado que hipnotizaba a los españoles.

Algo también legendario buscó en la Florida el conquistador español Ponce de León: la Fuente de la juventud, las mágicas aguas renovadoras de la vida.

Y la muerte anticipada, lo contrario del sueño del rejuvenecimiento, atrapó a más de 150 personas en la madrugada del 24 de junio de 2021, cuando un edificio de 12 pisos se derrumbó parcialmente en las calles 88 y Collins Avenue; un edificio parte del complejo Champlain Towers, en Surfside, cerca de Miami Beach.

Entre las víctimas hay numerosos latinoamericanos. Más de treinta personas de los 159 desaparecidos en el derrumbe de Miami son latinoamericanos: seis venezolanos, seis paraguayos, tres uruguayos, un chileno, seis colombianos y nueve argentinos. Tragedias irreparables que repercuten en familiares, pueblos y ciudades de Latinoamérica; y, entre ellas, la muerte de Sonia, una niña de seis años; o Nicole Langesfeld, una joven abogada argentina de 26 años, que había estudiado en la University of Florida y en la Miami School of Law.

El derrumbe fue en tres etapas. Sus causas son múltiples. El colapso empezó en la base del edificio alrededor de la zona de la piscina. Ya en 2018, el ingeniero Frank Morabito, a través de una inspección, advirtió sobre una importante falla en el diseño de la edificación. La piscina de la planta baja no drenaba correctamente, lo que provocaba daños a la losa de concreto por debajo de esta área. Si no se restablecía la impermeabilización necesaria, el deterioro del hormigón se expandiría generando grietas de columnas, vigas y paredes en el estacionamiento del sótano. Toda esta sucesión de consecuencias efectivamente se consumó. El derrumbe así lo atestigua.

Pero otra anomalía es la propia característica del suelo sobre el que se edificó la construcción siniestrada. Terrenos ganados al mar, zonas pantanosas; mala alianza con el entorno. Promesa de catástrofe futura. Sin embargo, Morabito Consultants afirmó que, en el momento de la tragedia, los arreglos habían empezado, pero no todavía la restauración del concreto. Y el edificio se hundía a razón de 2 milímetros por año desde los 90′.

El derrumbe no es solo un proceso arquitectónico defectuoso; es también la indicación de procesos generales, y de lo dramáticamente individual. Al extrapolarse a las dinámicas culturales, el derrumbe puede convertirse, por ejemplo, en degradación progresiva, en debilitamiento y decadencia, como la que ejemplifican los colapsos de imperios y de culturas que se derrumban desde su cénit hasta su ocaso; como esfera psicológica, el derrumbe alude al desplome de sueños, proyectos, expectativas, ilusiones, metas, emprendimientos.

Pero la significación individual es la más dramática y visceral. La muerte anticipada hoy acontece también como el derrumbe vital por lo pandémico; por el contagio virósico, muchos perecen, han perecido y perecerán. Pero otros sobreviven por una combinación de asistencia médica, vacunas, defensas biológicas propias y la intervención del destino.

Y el destino, además de las posibles responsabilidades humanas y los factores ambientales, es lo que predomina en la muerte acelerada por el colapso abrupto, pero en definitiva previsible, del edificio de Miami. A diferencia de la enfermedad como desmoronamiento progresivo y, a veces, modificable, en el derrumbe arquitectónico el fin es rápido, contundente, estampida de ruidos y escombros. Una furia inapelable.

Lo dramático del derrumbe edilicio es imposibilidad trágica de detener, demorar o ahuyentar el final. Quienes padecieron este tipo de muerte en el derrumbe nos recuerdan lo que tendemos a olvidar, en el vértigo y confusión de la vida diaria: la precariedad, la fragilidad absoluta del existir, y el fin que llega en cualquier instante (2). La vida puede disiparse, inesperadamente, con la velocidad de un rayo, con la aceleración de una bala de improviso y asesina. El derrumbe. El destino. Lo precario. Lo inesperado. La vida como frágil hilo, tenso, débil, que en cualquier instante corta su extensión.

El derrumbe edilicio es entonces confirmación de lo que el destino siempre nos impone: la indefensión, el no tener ninguna garantía de que el don de la vida siga. En el derrumbe, como movimiento contrario, se pone de pie la inseguridad que estruja nuestro cuello.

En nada de esto pudieron reflexionar las víctimas. Muchas de ellas dormían, otras quizá abrían los ojos. Ninguna llegó a despertar.


Citas

(1) La ciudad de Miami fue fundada cuando Henry Morrison Flagler, el empresario estadounidense que intervino en la fundación de la Standard Oil, decidió extender el ferrocarril hasta Florida, lo que dio lugar a la fundación de la ciudad en 1896. El famoso Ponce de León llegó a la Florida cuando se la consideraba una isla llamada Bimini; y la llamó “Florida” o por la festividad de la Pascua Florida o por su belleza.

(2) Muchos otros edificios ejemplifican la precariedad del derrumbe arquitectónico: en 2013, la torre “Space”, situada en la ciudad de Medellín, se derrumbó provocando 12 personas muertas. En la ciudad surcoreana de Gwnagju, un edificio en proceso de demolición, se desplomó sobre un bus con 9 personas. En 2020, un edificio residencial en la ciudad de Bhiwandi, en India, se desmoronó con treinta personas fallecidas. En 2013, en la ciudad de Dacca, en Bangladesh, colapsó el edificio “Rana Plaza”. Su consecuencia fue desoladora, difícil de asimilar: 1.129 personas muertas y otras 2.515 heridas. Y en 2017, en el municipio italiano de Torre Annunziata, se desplomó un edificio que quitó la vida a 8 personas.

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