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El derecho a rectificar

Graciana es pequeñita. La escoba es más grande que ella. Tiene unos 50 años y trabaja por día en la limpieza de tres casas. Con el reciente aumento decretado por el Ejecutivo, recibe 3 mil bolívares por jornada: 15 mil bolívares semanales. En algunos casos incluyen almuerzo.

Ella no tiene idea de lo que significa la palabra inflación pero se quedó de una pieza cuando escogió una mano de cambures y luego de pesarla le dijeron el precio: 2.454 bolívares. 306 bolívares por cambur. ¡Por Dios si las matas de cambur crecen solas. Ni siquiera hay que sembrarlas!

En 6 cambures se le fue la mitad de un día de trabajo. Luego compró 3 barras de pan y se quedó sin dinero.

“Eso es culpa de los portugueses porque ellos ponen los precios”. Ese fue el argumento de un joven jardinero que escuchó el lamento de Graciana.

Ese portugués, que hasta hace poco era  “el portu”, el pana, ahora es “el culpable” de que el dinero se esfume como una concha de cambur en un basurero.

Así lo percibe la gente sencilla, la que no habla de inflación ni de reservas internacionales.  Almas fáciles de cautivar por quienes prometan una “Venezuela para los venezolanos” y se llenen la boca con el nombre de Simón Bolívar y a todo le agregan el calificativo de “bolivariano”

Para ellos, la crisis es responsabilidad  “de los políticos” y meten en el mismo saco a quienes están en el gobierno y a los de oposición. A los del gobierno porque “deberían dar el ejemplo” y los de oposición porque  al ganar la Asamblea “prometieron que Maduro saldría en tres meses”.

Hay una guerra –no económica- que  lleva más de 30 muertos en menos de un mes. La mayoría,  jóvenes menores de 25 años. Es una guerra donde un sector tiene las armas y el otro la imaginación. Una guerra donde el gobierno emite doble mensaje: El Presidente jura que quiere diálogo y el principal líder del partido oficialista insulta a diario por televisión. El Presidente habla de paz pero anuncia una “Constituyente Militar”. Hablan de “Venezuela productiva” pero no se consigue ninguno de los productos de las empresas expropiadas.

Los daños colaterales de esta guerra son: rabia –mucha rabia-, frustración, angustia,  incertidumbre. Un país paralizado porque es imposible planificar por falta de información macroeconómica y por la constante improvisación gubernamental. La página web del Banco Central de Venezuela se quedó en febrero de 2004.

¿Cuándo terminará esto? Esa es la pregunta que con más frecuencia escuchamos los periodistas.

Es difícil responder.  El tiempo de cambio en los países  resulta muy largo para los humanos: 27 años duró Juan Vicente Gómez; 9 años Marcos Pérez Jiménez. En esta llamada revolución llevamos 17 años y en los últimos días los atropellos han sido de tal magnitud que han sacado de su zona de confort a más de uno. El más notable ha sido el  joven director de orquesta Gustavo Dudamel, quien hizo “un llamado urgente al Presidente de la República y al gobierno nacional a que se rectifique y escuche la voz del pueblo venezolano. Los tiempos no pueden estar marcados por la sangre de nuestra gente. Debemos a nuestros jóvenes un mundo esperanzador, un país en el que se pueda caminar libremente en el disentimiento, en el respeto, en la tolerancia, en el diálogo y en el que los sueños tengan cabida para construir la Venezuela que todos anhelamos”.

Graciana ignora quién es Dudamel, “pero si dijo eso estoy de acuerdo con él”. El penalista Omar Estacio sí lo conoce. En su cuenta de twitter @omarestacio se refirió al mensaje del músico en los siguientes términos: “Antes su detractor, hoy aplaudo a @GustavoDudamel; el derecho a rectificar”. 

Ojalá el gobierno rectifique. Está a tiempo y es su derecho.

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