Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

El cráneo de Florence Nightingale

No hay lugar donde se guarde una colección de objetos más disímiles que en los museos, ni mejor forma de recordar que nuestra historia, sea nacional o geológica, personal o antropológica, está repleta de extrañeza, de cambios, de aleatoriedad, que visitando uno.

Terminé de forma inesperada en el Museo Nacional de Costa Rica donde me recibió un mariposario, sin un solo espécimen de muestrario vivo, porque una reparación lo dejó convertido en un triste jardín abandonado.

La siguiente exposición era de los anales de la enfermería, con la estampa repetida de su fundadora la inglesa Florence Nightingale, bacinicas, camastros de principio del siglo pasado, cofias, las campanas que anunciaban su llegada a los pabellones afiebrados, los trajes de las monjas de la caridad y fuimos caminando a la inversa de la historia hasta llegar a las hierbas y a una efigie de un jorobado, hecha en arcilla entre el 500 y 800 d.C., algo así como el primer enfermo del país.

Todo esto exhibido entre los calabozos de lo que fue el Cuartel de Guerra Bellavista, donde se encerraban más a los propios soldados para mostrarles el horror de la disciplina castrense que a los prisioneros políticos. Los muros pedían la muerte del presidente Otilio Ulate, recordaban fechas anónimas de la época antes que José Figueres Ferrer derribara una almena para abolir el ejército.

Sí, los museos son una colección de la extrañeza. Memorias de enfermeras antiguas y guerras pasadas. Todavía más antiguo el colmillo de un mastodonte, entierros de huesos precolombinos, venados momificados, jade en todas sus formas. Además de extrañezas, respuestas a preguntas que nadie se hace, ¿cómo se ve el cráneo de una danta? Alargado, confuso, ¿dónde reposaban los ojos? ¿hay campo para un cerebro y una lengua?

Uno se abruma con tanta historia, tantos torreones desde donde se disparó, jaguares disecados, letrinas en desuso que se termina esperando que en cualquier exhibidor estuviera, reluciente por el cepillo de un arqueólogo, el cráneo de Florence Nightingale.

Hey you,
¿nos brindas un café?