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El cosmopolita vocacional

Victor Serge, escritor ruso, nacido en Bélgica y educado en Francia, “cosmopolita vocacional’’ como lo llamó Susan Sontag en un perfil memorable, se quemó en el sol de las ideologías como anarquista, socialista, comunista y troskista. Hacia 1944 escribió una frase en sus diarios para recordar. “Los problemas ya no tienen la hermosa simplicidad de antaño: socialismo o capitalismo’’.

Victor Serge falleció en México tres años más tarde, en 1947. Han pasado casi siete décadas desde entonces y su obra, vigente como pocas en la actualidad, así como el destello que irradió con su energía vital, resultan casi desconocidas.

Victor Serge no se llamaba de esa manera: su nombre real era Victor Lvovich Kibalchich. Pero en 1917, de paso por Barcelona, atrapado en el dilema de poseer un apellido impronunciable, adoptó el seudónimo de Serge, del que no se liberó nunca más. Sus padres habían sido enemigos de la tiranía zarista y huyeron de Rusia en 1880.

Vino al mundo en Bruselas, diez años más tarde de que sus padres abandonaran su patria. Estas razones lo convirtieron en un exilado político de nacimiento. Vivió en Bélgica, Francia, España, Rusia, Alemania, Austria y México. Una familia educada, una formación portátil y un cierto talento innato, permitieron que hablara fluidamente francés, ruso, alemán, español e inglés.

Su vida se transformaría desde la cuna en una aventura nómada y combatiente, en donde por preservar sus ideas y defender lo que pensaba que era correcto fue víctima de prisiones (diez años en total), exilios, persecuciones y odios radicales.

También fue un conspirador de alto vuelo y un escritor de su época, con una obra que comenzó a construir a los 39 años y que lo acompañó siempre, como esas pertenencias que hacen más ligeros los padecimientos. El francés siempre fue su lengua literaria. Publicó siete novelas, dos poemarios, un volumen de cuentos, un diario, sus memorias, tres biografías políticas, sin contar infinitos artículos y ensayos políticos.

Victor Serge posee la trascendencia de haber sido el primero intelectual en llamar a la Unión Soviética estado totalitario, en unas líneas que les escribiera a unos amigos en París hacia 1933. Pero antes había conocido a Lenin.

Su esposa, Liuba Rusakova, fue su estenógrafa en 1921. Y él tradujo sus obras al francés. También fue amigo de Trotski, en Rusia y en México. Y de Gramsci y Lukacs, en Viena, con quienes debatió en 1921 sobre el giro despótico que había dado la revolución rusa.

De toda su obra iluminaré una novela, El caso Tuláyev, sobre el Gran Terror de los años treinta. Se inspira en el caso Kirov, dirigente del partido de Leningrado, asesinado por el joven Leon Nicolayev. Fue la excusa perfecta para que Stalin desatara una purga de millones de ciudadanos leales que estuvieron presos o simplemente murieron.

Serge deja testimonio de la locura de la revolución y de la muerte que trae aparejada. Así lo explica Sontag. “En la narrativa de Serge, el revolucionario es, en el sentido estricto y clásico, una figura trágica: un héroe que hará, y está obligado a hacer, lo malo; y por ello corteja, y sobrellevará, la pena, el castigo».

“Pero en la mejor narrativa de Serge —éstas son mucho más que novelas políticas— la tragedia de la revolución está situada en un marco más amplio. Serge se dedica a mostrar el carácter ilógico de la historia, de los motivos humanos y del curso de las vidas personales, de las que nunca se puede afirmar que han sido merecidas o inmerecidas’’.

El final de Victor Serge fue tristísimo. Delgado hasta mostrar los huesos, vestido como un pordiosero, en una ciudad que acentuaba su dolencia de angina de pecho, sufrió un infarto a la medianoche. Alcanzó a montarse en un taxi. Murió en el asiento trasero, como un transeúnte anónimo, en una esquina del planeta que no le pertenecía.

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