Vivimos en la era de la pasividad. Hablar de contracultura en un momento en el que todas las formas expresivas se apegan a las tendencias de la modernización y en donde nuestro universo ya no está limitado por nuestro lenguaje, como decía Wittgenstein; sino por las redes sociales y las modas, resulta un tanto irónico.
Las historias de movimientos revolucionarios en las que los jóvenes pugnaban por la libertad de expresión, se oponían al consumismo, al capitalismo o cualquier otro sistema económico u orden social que se caracterizara por homogeneizar a los individuos, se ve tan lejana que para comenzar a hablar de ella, tendríamos que iniciar con: “hace mucho, mucho tiempo…” o tal vez con “había una vez…”
No podríamos decir siquiera que vivimos inmersos en el materialismo. Estamos sumergidos en la era de lo desconocido, porque somos tan poco racionales, y nos preguntamos tan pocas cosas, que todo a nuestro alrededor sin importar qué tan material sea, nos resulta incognoscible y optamos por verlo de forma meramente superficial.
En otras épocas, sobre todo después de los reajustes provocados por las Grandes Guerras, los jóvenes buscaban crear una identidad propia basándose en ideologías pacifistas y quizá, un tanto utópicas. Letras como “Imagine there’s no countries, It isn’t hard to do, nothing to kill or die for, and no religion too, imagine all the people living life in peace”, se podían escuchar en todas partes, como una forma manifiesta de plasmar perfectamente la forma de pensar de los primeros opositores a los regímenes establecidos, no en un sentido bélico, sino, ideológico.
Poco a poco estas tendencias evolucionaron y comenzaron los movimientos estudiantiles, que recorrieron al mundo con un impresionante efecto dominó, removiendo hasta la última piedra del sistema político de las décadas de los 60 y 70 .
Sin embargo, las contraculturas no se limitan al ámbito idealista o político; se extienden en cada plano existente como “un movimiento social que rechaza los valores sociales y modos de vida establecidos”. Pero, cabría preguntarnos qué tanto puede un movimiento surgido entre las masas, estar fuera del contexto social establecido.
Los movimientos contraculturales, u undeground, denominados así porque su principal característica es que se realizan por debajo del orden normal, tienen como finalidad, movilizar a las personas física y mentalmente para navegar contracorriente. Mas, al seguir este tipo de movimientos, ¿no estamos, después de todo siguiendo un orden establecido? Los movimientos underground, no son sino, otra parte de la cultura, y al igual que cualquier otro movimiento, cuenta con estándares aplicables para calificarse como tal.
Hoy en día, con la implantación del capitalismo neoliberalista, se comercia con cualquier tipo de idea sin importar qué tan revolucionaria suene. Así, tendencias como la del hip-hop, el rap, los dark, e incluso los que surgen para proteger al medio ambiente, se hallan inmersos en la guerra de las marcas; es decir, están más metidos en el sistema que el sistema mismo. La identidad, las filosofías y las ideas distintas, se pierden en el universo del comercialismo y se ven trastocadas por los estereotipos que surgen de éstas. Los valores y formas sociales que antes aparecían como un grito desesperado de la juventud, fungen ahora como principal base de la discriminación y la sociedad estereotipada. Si escuchas reggaetón, eres un chaka; si te vistes de negro, un dark; si te dejas el cabello en la cara, un emo; lo mismo que si lees, eres un ñoño o, si te gusta la cumbia un guarro.
Nosotros mismos, como sociedad, tergiversamos cada nueva forma de expresión, hasta que logramos utilizarla únicamente como punto de comparación para juzgar y rezagar a quienes están en contra de nuestra forma simple de percibir el mundo…