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Luis Benitez

El cero móvil de su boca, poemario de Gisela Heffes

En septiembre pasado la pujante editorial estadounidense Katakana Editores Corp, de Miami, sumó otro título a su Colección Poetry Crossover. Se trata de la edición bilingüe, castellano – inglés, del poemario El cero móvil de su boca – The Mobile Zero of Its Mouth (ISBN: 978-1-7341850-7-2, 120 pp.), cuya autora es la poeta, narradora, ensayista y profesora Gisela Heffes, en traducción de Grady C. Wray. Compuesto por 35 poemas de muy diferente extensión, El cero móvil de su boca se desliza ante el lector mediante un discurso llano y parejo, sin altibajos ni excesos metafóricos, que en su sospechosa sencillez abarca un amplio registro de núcleos de sentido. La hondura expresiva de El cero móvil de su boca accede así de modo muy directo a la sensibilidad de quien lee y nos permite descubrir a cada paso un mundo autoral que no vacila en apelar a lo cotidiano, lo coloquial y lo íntimo para mostrarnos de qué manera se establecen los nexos entre lo individual y aquello que se proyecta a lo universal.

 

Gisela Heffes

Gisela Heffes domina el difícil arte de condensar, en una sola referencia, lo particular y lo general. Habla de relaciones familiares directas –padres, marido, hijos, hermanos- extrayendo de esas interrelaciones los conflictos, las alegrías, el dolor, la angustia, las pérdidas y los reencuentros que trazan un puente entre su universo personal y lo común de lo humano, por lo cual la casi inmediata identificación potencia fuertemente la lectura. De igual manera y con destreza semejante, en un plano más general, la poeta se refiere a las injusticias, los desastres ecológicos, la naturaleza, el efecto del paso de las estaciones por nosotros, el odio ideológico y sus horrores, lo transitorio y lo permanente, desde una óptica que sabe prestarnos –más allá de la enunciación panorámica de la tópica- una visión de los detalles que indaga acertadamente en cómo esos hechos y esas circunstancias se enlazan con nuestras mismas existencias, de qué modo (tal mi lectura) ese entramado nos une y nos contiene.

El cero móvil de su boca se transforma, así, en una suerte de gobelino, como esas grandes piezas de arte textil donde, en la antigüedad, se plasmaban escenas y personajes cuyo plano general, la escena compartida, el hecho representado, era el soporte en plano de las relaciones establecidas entre los personajes que armaban el cuadro y cuyas peculiaridades transformaban la apreciación inicial, la expandían en una prolongada reverberación de sentidos ante el espectador más atento.

Un gran mérito de Heffes es su capacidad de revelarnos esas correspondencias, esos vasos comunicantes, mediante su poesía –insisto: tarea nada fácil, por cierto- apelando a escenas, sensaciones, emociones, ideas y pensamientos que ya conocíamos, que habían venido a nosotros muchas otras veces, que ya habíamos experimentado, pero cuyos sentidos mayores no habíamos descifrado del todo hasta que la poeta habló.

Como muy meridianamente señala en la contracubierta del volumen el autor Marcelo Rioseco: “ El cero móvil de su boca de Gisela Heffes es un libro escrito como si el verano fuera a acabarse en unos pocos días y con ello una libertad largamente cultivada. Desde un rincón inventado en una casa que bien podría ser la nuestra, Gisela medita sobre su padre muerto, la naturaleza, los hechos políticos de la actualidad, la vida doméstica, la familia y la escurridiza felicidad. Medita y trabaja. Es libro de presencias, pero, ciertamente también de ausencias, de refugios; escrito con un aire íntimo como alguien que nos estuviera recordando en voz baja un secreto que ya sabíamos”. 

 

La autora

Gisela Heffes es escritora y profesora de literatura latinoamericana en la universidad de Rice (Houston, EE.UU.), donde enseña además escritura creativa en español. Ha publicado la antología Judíos/Argentinos/Escritores (1999), los ensayos críticos Las ciudades imaginarias en la literatura latinoamericana (2008) y Políticas de la destrucción / Poéticas de la preservación. Apuntes para una lectura (eco)crítica del medio ambiente en América Latina (2013), y los volúmenes de ensayos Poéticas de los (dis)locamientos (2012) y Utopías urbanas. Geopolíticas del deseo en América Latina (2013). Ha editado el número especial para la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana dedicado a la “Ecocrítica” (2014) y es también co-editora de The Latin American Ecocultural Reader (2020). En cuanto a su ficción, es autora de las novelas Ischia (2000), Praga (2001) e Ischia, Praga & Bruselas (2005), el libro de relatos Glossa urbana (2012), la colección de crónicas ficcionales Aldea Lounge (2014), la nouvelle Sophie La Belle (edición bilingüe con imágenes de la autora, 2016), y la novela Cocodrilos en la noche (2020).

 

El traductor

Grady C. Wray es profesor de literatura latinoamericana y español en la Universidad de Oklahoma (Norman, EE.UU.) Publicó la primera edición crítica y bilingüe de los Ejercicios devotos de Sor Juana Inés de la Cruz. Recientemente ha traducido varios proyectos de poesía y ficción del cono sur latinoamericano (Serie 201 de Luisa Valenzuela, 2017; 2323 Stratford Ave. de Marcelo Rioseco, 2018; e Ischia de Gisela Heffes).

 

Así escribe Gisela Heffes

 

Nubes

Mis hijos tienen mucha imaginación.
Un día me preguntaron si las nubes fueron creadas para decorar el cielo.
Algunos científicos también miran las nubes de manera poética.
Hace poco escuché a una científica de la universidad de Berkeley, Inez Fung.
Fung se especializa en nubes.
En su charla, pasó un video con nubes de todo tipo.
Habló de su materia.
Diferentes colores, texturas, densidades, volúmenes.
Nubes vistas desde abajo, y vistas desde arriba.
Imágenes vernáculas de las nubes.
Fotografías satelitales.
Retratos horizontales desde aviones.
O inmersiones intrínsecas.
Nubes y neblina.
Fung habló de su belleza.
Su poesía son las ecuaciones teóricas.
Eso es poesía, enfatizó.
Mis hijos insisten en que las nubes tienen una función: ornamentar el vasto azul que nos rodea.
A veces las cosas están porque están.

 

Especies invasivas

No sé por qué me interesé en una planta invasiva.
En los yuyos: esas hierbas que se filtran por todas partes.
Empecé a prestarles atención de manera involuntaria.
En mis caminatas veraniegas por la ciudad.
Pude observarlas con atención.
Hierbas que en general se podan —se extirpan— crecen
en los recovecos más inesperados.
En paredes grises y decrépitas.
Entre las baldosas rotas, o junto a charcos de lluvia.
Bajo las piedritas grises de los caminos.
Junto a las piletas.
En estos parajes impensados, asoman hojas inexactas,
verdosas y feas.
Cabezas que pugnan por salir.
Y que en ocasiones se expanden.
Hay quienes las cortan.
Hay quienes intentan erradicarlas con herbicidas potentes.
Pero hay quienes las dejan vivir.
Y no las cortan ni arrancan.
Las dejan crecer.
Hilos verdes que se transforman en hojas de distintas formas.
Cuerpos que brotan incrédulos.
Comunidades que se establecen y fundan una colonia.
Hierbas silvestres, que incluso tienen flores.
Flores también silvestres.
En los barrios suburbanos están prohibidas.
Dejarlas vivir significa recibir una multa.
Es una violación a la estética manicura que se reproduce en cada casa.
Como una reproducción ad infinitum.
Sin espacio para la espontaneidad.
O la originalidad.
Son hierbas invasivas.
Hay que aplastarlas, erradicarlas.
Nos vienen a atacar.
Alegorías que se reproducen como en una caja china.
Emblemas del miedo.
Fantasías de invasiones truncas.
¿De dónde viene tanta aprensión?
¿Tanta desconfianza?
Tanto desasosiego.

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