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Francisco Martínez Pocaterra

El camino al infierno

Extático, sandio, aun malcriado, el presidente Donald Trump se encierra en sus propias invenciones, en sus desmanes y desvaríos; y, como lo señala la cadena CNN (su versión en español), asume acciones dictatoriales, y adopta «las características de un régimen tambaleante, con sus pruebas de lealtad, ataques desestabilizadores en la cadena de mando militar, una mentalidad de búnker cada vez más profunda y afirmaciones cada vez más delirantes de victoria política». Grave, si tomamos en cuenta que al magnate neoyorquino lo siguen hordas fanatizadas por un discurso que, sin lugar a dudas, cada vez luce más orwelliano, y al hecho, constatable en las noticias anunciadas por las cadenas serias, de que está rodeándose de leales, sobre todo en el Pentágono, mientras que, como lo ha señalado Anthony Zurcher en BBC News, «Pocos republicanos quieren provocar la ira de un hombre que puede desatar la rabia de su base con el movimiento de un dedo de Twitter».

No erraba la revista «The Guardian», cuando, en el 2016, comparaba al otrora dueño del «Miss Universo» con el tiranuelo Hugo Chávez. Ahora que perdió, y que insiste con un fraude que hasta ahora no ha logrado probar (como corresponde, en tanto que él es quien lo alega), emerge la personalidad patológica de un hombre autoritario que, en palabras de su exesposa Ivana, «odia ser un perdedor» (por esa mirada pueril que divide a la gente en «winners» y «loosers», y que, a mi juicio, como en todos los déspotas, esconde traumas y complejos hondamente esculpidos en el alma). Su propia sobrina, Mary Trump, en una obra publicada antes de las elecciones, describe a su tío como un fraude y un intimidador, lo cual ha demostrado ser, mucho antes de llegar al poder, y, por ello, creo yo, no era – ni es – una persona capaz de conducir adecuadamente una nación tan compleja como lo es Estados Unidos, la nación más poderosa del mundo, cuando menos, económica y políticamente, y lo más aterrador, poseedora del mayor arsenal de armas estratégicas.

Si fuese solo un personaje delirante, patético en la derrota (e infame en la victoria), sería inoficioso criticarlo. Sin embargo, según los resultados electorales, si bien perdió, obtuvo más de 70 millones de votos, y eso no es, como decía mi abuelo, concha de ajo. Sobre todo, porque no son solo unos cuantos los que deliran con él y creen que hubo un fraude masivo (encuestas de Reuters/Ipsoll estiman que, entre los republicanos, alrededor de un 40 % cree que hubo fraude, y, nacionalmente, un 21 %), que, como ya dije, no ha logrado probar y que, según un artículo del premio Pulitzer Shawn Boburg junto a Jacob Bogage en el Washington Post, es una maquinación engañosa del equipo del presidente Trump para justificar sus alegatos de fraude. Quien fuera el ancla de CNN, Patricia Janiot, en un artículo publicado en su página web, se acerca a la misma conclusión.

Temo pues, que, allanado su retorno en el 2024 (porque, como Chávez en Venezuela, descabezó a cualquiera que pudiera hacerle sombra en el partido, como lo sugiere Chris Cillizza en un artículo publicado por CNN News), haga de ese discurso suyo, secesionista y xenófobo, la causa de una creciente masa insensata que hasta hoy, cree a pie juntillas su perorata falsaria y su «cruzada anticomunista y nacionalista» (semejante a la del senador Joseph McCarthy en los ’50), que, tanto como la del caudillo venezolano, si bien señalaba algunas verdades, ofrecía soluciones quiméricas e incluso, inaceptables en muchos casos.

No sé quién decía en estos días por la red del pajarito que no era Trump un político de oficio, y que, precisamente por ello, proponía soluciones osadas, que actuaba agresivamente y otras cosas similares, y que ello lo hacía idóneo para el cargo en este momento, pero olvidaba esa persona (tal vez cegada por la polarización imperante en estas elecciones y aferrada a la idea un tanto delirante de que Trump iba a invadir Venezuela) que la política es un oficio, uno muy serio, que debe saberse ejecutar, con sus necesarias concesiones (cosa que incordia terriblemente al magnate neoyorquino), porque las decisiones de los gobernantes afectan a millones de ciudadanos, como lo hemos visto hasta el hartazgo en estas tierras plagadas de líderes improvisados, de hombres a caballo y caudillos, de sujetos como Trump, osados, bocones, pero, sin lugar a dudas, incapaces de gobernar bajo los dictámenes democráticos… como lo muestra la historia con la caída de la resquebrajada República de Weimar y el surgimiento del nazismo.

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