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El cambio en Argentina

Tiempo de reflexión. Transcurridas más de dos semanas del domingo electoral, y dejadas atrás las pasiones políticas, comienzan a despejarse dudas. Las elecciones presidenciales en Argentina destruyen mitos, revelan debilidades y proponen nuevos escenarios. La sorpresa inicial, por unos resultados inesperados, deja su lugar a la especulación.

Nada fue como se esperaba. Encuestadores y pseudo-encuestadores, políticos y pseudo-políticos, analistas y pseudoanalistas. Todos anunciaban el triunfo de Daniel Scioli. El balotaje parecía una posibilidad remota. Por otra parte, nadie dudaba del éxito aplastante del oficialismo en la Provincia de Buenos Aires. Los resultados fueron otros.

Un mix de sorpresa y confusión. Scioli no resultó electo en la primera vuelta. Peor aún, apenas logró superar el 36 por ciento de los votos. Decimos, 2,5 puntos delante del candidato del frente opositor, Maurizio Macri. Sin embargo, la gran sorpresa se produjo en la Provincia de Buenos Aires. Un tsunami de votos embistió al candidato peronista, Anibal Fernández. Y por vez primera, tras 28 años de hegemonía incuestionable, el justicialismo resultaba derrotado. Una sentencia inapelable. María Eugenia Vidal, al superar por una diferencia de 5 puntos a su adversario, se convirtió en la nueva gobernadora de la Provincia de Buenos Aires; en la primera mujer en lograr el gobierno de la provincia más importante, delicada y compleja de toda Argentina.

Las encuestas, una vez más, mostraron todas sus debilidades. En realidad, fueron las grandes derrotadas en las elecciones del 25 de octubre. En fin, la gran mayoría señalaba a Scioli seguro vencedor, con más del 40 por ciento de los votos y una diferencia del 10 por ciento sobre su más próximo competidor. La realidad fue otra.

Señal de alarma. Lo acontecido en Argentina debería prender la luz roja en otras naciones próximas a procesos electorales. Las encuestas pueden ser útiles. Nadie lo duda. Mas, también engañosas. Sus orientaciones no siempre coinciden con el resultado final. Y entonces la desilusión es grande. Prudencia, sensatez. En fin, buen juicio. Por ejemplo, en Venezuela, país en el cual el 6 de diciembre el electorado deberá decidir entre seguir con una “revolución” y dar un golpe de timón. Más de lo mismo o el cambio. Decimos, seguir por el camino trazado por el “chavismo”, a pesar de los pobres resultados obtenidos en casi 15 años ininterrumpidos de “revolución”, o dar un golpe de timón y cambiar de ruta. Todos los sondeos y las encuestas  revelan un electorado orientado mayoritariamente hacia el cambio. Y la Oposición, líderes y simpatizantes, pareciera degustar ya el dulce sabor de la victoria. Mas, el trago, de confiarse en demasía, podría resultar amargo. Como botón de muestra, Argentina.

La derrota de Scioli, por supuesto, no representa el fin del kirchnerismo. No obstante, pareciera ser el comienzo de su ocaso. Los analistas coinciden en subrayar  que su fortaleza ha sido siempre el ejercicio del poder. Sin él, no pareciera tener cabida en el espectro político argentino. ¿Será su destino seguir el camino del “menenismo” y el de otros “ismos” que han caracterizado el post-peronismo? Así pareciera.

El “kirchnerismo” al igual que el “chavismo”, han representado para América Latina el triunfo de la demagogia y del populismo. Su poder se ha fortalecido a través de un entramado de relaciones en las cuales destaca el alto nivel de corrupción. Su herencia no es sólo la ineficiencia de las empresas públicas otrora privadas –léase compañías aéreas, bancos, – o el gasto excesivo para que las transmisiones de los partidos de fútbol sean gratis. También lo es el default. Decimos, el caso de los “tango bonds” que ha puesto al país al márgen del sistema financiero y le ha negado la posibilidad de obtener financiación en los mercados internacionales. Amén de las presiones sobre los jueces, los periodistas y los medios de comunicación.

Una derrota del kirchnerismo tendrá efectos severos en toda América Latina. Y provocará un reacomodo inevitable en la geometría de la  política en nuestro hemisferio. De hecho, Macrí ya ha anunciado que, de lograr la presidencia del país austral, exigirá al gobierno de Venezuela la liberación de los presos políticos y el respeto de los derechos humanos y de las libertades democráticas. Por ende, se sumaría al coro de ex presidentes que han manifestado sus perplejidades y críticas al “chavismo”.

La postura de Macrí provocará inevitablemente una fractura política en América Latina;  una grieta que el gobierno de Brasil, uno de los principales aliados de “chavismo”, no podrá desatender. La presidenta Dilma Rousseff navega en aguas turbulentas. Y su barco podría zozobrar. Ahora más que nunca, necesita de todos sus aliados. En especial del más cercano, quien también es el tercer socio comercial.

La presencia de Macrí en la presidencia de Argentina permitiría romper el cerco de silencio, la “omertà” entre países. Y determinaría el comienzo de una nueva etapa para América Latina; una etapa que no necesariamente se caracterizará por el retorno de la derecha al poder o por una menor atención hacia la población más humilde pero sí – por lo menos esta es la esperanza – por el respeto de los derechos humanos, de las libertades democráticas y de la independencia de poderes; respeto que, en algunos países, se ha extraviado en lo los últimos años.

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