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Francisco Martínez Pocaterra

El baile de los necios

De tiempo en tiempo, con su habitual soberbia, emergen los apaciguadores, que no ven mayor maldad en el régimen venezolano y en cambio, sí magia a ciertos rituales democráticos, como el sufragio, por citar uno. En estos días, Jesús «Chúo» Torrealba insistía a través de su cuenta en la red del pajarito en salidas que por ahora no son viables en Venezuela. Proponía el conductor del programa (a mi juicio, detestable, no porque le tenga yo ojeriza a la gente pobre, sino porque creo a pie juntillas que la gente debe habitar viviendas adecuadas, con todos los servicios, y no en la ladera de un cerro inestable) «El radar de los barrios», que el actual presidente electo de Ecuador, Guillermo Lasso, estuvo en Venezuela hace cinco años, «maravillado con el milagro de la MUD», y que mientras él era electo presidente en su país, la organización opositora que él lideró ya ni existe.

Hay en sus palabras soberbia y por ello, tozudez, y, asimismo, ingenuidad. Las condiciones ecuatorianas son infinitamente mejores que las nuestras. A pesar del tránsito de Rafael Correa por el Palacio de Carandolet (otrora Palacio Real de Quito), en la nación andina sobreviven instituciones capaces de preservar pilares democráticos fundamentales. Una prueba de ello no es solo la alternabilidad en estos años, sino que el candidato perdedor Andrés Arauz reconoció su derrota. En cambio, en Venezuela, hace rato que esa vocación democrática se fue por el caño. Como Jalisco, si no gana, el régimen chavista-madurista arrebata. Así ocurrió en el 2007, cuando las reformas constitucionales rechazadas en el referendo consultivo correspondiente fueron incorporadas de todos modos, en franco desacato a la voluntad popular. En el 2015, la oposición ganó las dos terceras partes de la Asamblea Nacional y, aun así, no obtuvo nada. El Poder Legislativo fue reducido entonces a un coco sin agua ni carne.

John Magdaleno, por su parte, ha trazado un enjundioso estudio sobre las transiciones políticas pacíficas, pero obvia lo más importante: si no hay condiciones para que se dé en esos términos, no sucederá. La transición polaca no ocurrió por el denodado esfuerzo del movimiento Solidaridad (que a la postre, consiguió ejercer el gobierno, ciertamente), sino por el colapso de la URSS. Y sí, la mayoría de los regímenes satélites de Moscú optaron por transiciones pacíficas en la década de los ‘90, pero no fue porque mágicamente cambiara la voluntad férrea de los gobiernos comunistas locales, sino porque, sin el apoyo soviético, como lo obtuvieron el gobierno húngaro en 1954 y el checoslovaco en 1967, era imposible sobrevivir. Algo similar tuvo lugar en Chile en 1988: el status quo del general Augusto Pinochet cambió dramáticamente la noche del plebiscito, cuando el ejército, por medio del general Fernando Matthei (miembro de la Junta Militar que sustituyó al gobierno de Salvador Allende tras el golpe de Estado de 1973), reconociera la victoria opositora y diera la espalda al inveterado dictador.

No se trata de copiar modelos, sino de construir salidas acordes a la realidad del momento, y unas elecciones, sean cuales sean estas, por ahora no tienen cabida en nuestro país. Por lo contrario, tal y como están las cosas, solo sería echarle más leña al fuego. La complicidad del régimen con grupos intransigentes, negados a ceder un gramo de su poder, les impide aceptar las mínimas reglas electorales. Ya lo dije, como Jalisco, si pierde, el régimen arrebata. Ya lo ha hecho antes.

No soy binario, y no creo que haya solo dos salidas: unas elecciones o un golpe de Estado. En el medio surgen otras opciones. Obviamente, de no crearse otras rutas, desgraciadamente la última irá cobrando cada vez más fuerza. Y ya sabemos cómo son esas vainas.

Con una ingenua soberbia, los apaciguadores criollos se estrellan una y otra vez contra el mismo peñasco, bien porque no pueden dar más, bien porque sus apetencias priman sobre sus deberes. Creen que las elecciones son una suerte de rito mágico, y que, por obra de algún encantamiento, al día siguiente vamos a hermanarnos, cuando la verdad es que, en estas condiciones, solo empeorarían las cosas. Toca pues, dialogar y negociar con todas las facciones posibles, incluso el chavismo sensato (que existe, como existe una oposición estúpida), para crear una estrategia de salida que no solo asegure la transición, sino – y más importante – la viabilidad del gobierno transitorio.

Seamos serios. La vida de millones de venezolanos ha sido arrastrada a un barranco de miserias y desgracias. No hay tiempo para jugar al bondadoso, para esperar caridad del escorpión.

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