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El baile de las Sayonas

Vuelven las sayonas. Las viudas plañen en el velorio. Regresan los amigos del voto y su contraparte. Vuelve el triste pugilato, el estéril pugilato. Sin embargo, unos y otros ignoran lo obvio: la falta de condiciones que garanticen la viabilidad de la transición en Venezuela, tira al traste cualquier solución a la crisis, sea cual sea el evento que le dé paso. Esto nos conduce no a un callejón ciego, sino a un abanico de oportunidades. La conflictividad – y no me refiero a la sana diatriba propia de la democracia – va a empeorar si no hay un derrotero cierto que propicie, en primer lugar, no un mero cambio del tren ejecutivo, sino de régimen.

Ahondemos. El carácter tiránico del régimen revolucionario, que abarca más allá del endurecimiento de la represión con Maduro y alcanza al gobierno de Chávez, más que a un dictador, sin importar su nombre, define a una élite que sirve de sustento a una forma ilegítima y perversa de ejercer el poder político. Por ello, votar no serviría de nada si no hay voluntad para reconstruir la institucionalidad perdida. Tampoco servirían otras salidas si no se cuenta con los recursos para hacerla viable.

Ir a unas elecciones sin condiciones mínimas agravaría la conflictividad indistintamente de quién gane. Si es Maduro quien consigue los votos, el fraude empañaría el proceso y la contraparte desconocería el resultado, y si por lo contrario, es la oposición quien lo hace, el régimen se valdría de las instituciones que controla para hacer del triunfo opositor, un cascarón. En todo caso, lejos de resolver, complicaría aún más un panorama ya suficientemente caótico.

No se trata pues, de un proceso electoral al que se le imputan propiedades taumatúrgicas, ni de una intervención militar extranjera que no desean los mandatarios latinoamericanos (por miedo a verse ellos mismos inmersos en una situación análoga), como tampoco de salidas de fuerza (Operación Gedeón y otras parecidas) que carecen del apoyo interno y externo, y que consecuentemente, son inútiles. Se trata de alterar el statu quo, y ha sido así desde el 2002.

En este momento, las condiciones de hecho (control de las instituciones y de las Fuerzas Armadas) desfavorecen unas negociaciones que conduzcan a una transición consensuada. Si no se construye una realidad diferente, la élite carece de razones para pactar. La modificación del statu quo – las condiciones de hecho reales en este momento – no se logra por obra de encantamientos fantásticos, de valentonadas trágicas o de los buenos deseos. Hay que reconstruir la realidad para que toda la élite, y no solo Maduro, se vea forzada a negociar.

Eso, desde luego, no se logra mágicamente. No se decreta. Como todo en el juego político, se construye. Sé bien que, en este momento, hay serias diferencias entre las distintas facciones opositoras, enemistadas unas con otras como lo estaban en 1830, cuando El Libertador les rogó en su lecho de muerte, cesar para bajar tranquilo al sepulcro. Y un primer paso en este sentido, por lo demás ineludible, sería reconocer que aun el chavismo disidente es oposición y, por ello, es necesario incluirlo. Hecho esto, puede entonces construirse un acuerdo unitario que incluya una ruta de salida y un proyecto político y económico que asegure tanto la viabilidad de la transición como del orden democrático resultante.

El diálogo con el gobierno está sujeto pues, al cambio del statu quo, porque de otro modo, aquel carece de razones para hacerlo. Pero, para que sea favorable y hacer factible ese cambio, se requiere de diálogos internos que no impongan un criterio, sea cual sea este, sino que edifiquen una agenda frente a un objetivo común: la restauración del orden democrático perdido.

Por último, sin obviar el carácter ético que justifica moralmente el cambio del statu quo, hay que considerar las implicaciones prácticas de unas negociaciones para alcanzar la transición. No sé cuáles, pero en todo este proceso, como en otros en otras partes, tendremos que tragarnos unos cuantos sapos. A algunos jerarcas del régimen habrá que perdonarles pecados a cambio de su colaboración. Aun al propio Maduro, llegado el momento, habría que ofrecerle una salida medianamente honrosa. Sobre todo porque, pese a su notorio agotamiento, no es el chavismo-madurismo una fuerza inerme, carente de recursos, como sí lo era el régimen nazi en 1945, causa que lo obligó a rendirse sin condiciones.

Vuelven las sayonas con sus lamentos. Y sin embargo, salvo plañir y moquear, que bien sabemos, sirve para poco, no tienden puentes hacia los otros grupos opositores ni edifican un frente unitario, un verdadero muro que en efecto altere el estado de cosas.

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