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Leopoldo Gonzalez Quintana

El año que se nos vino encima

 

El año de la pandemia

2020 ha sido un año muy singular para México: por la economía de la pérdida en que nos ha tocado vivir, la saña con que la pandemia del Covid-19 ha golpeado a nuestra sociedad, la crisis política y de gobierno que sería ilógico e imposible negar y las apologías de la violencia que, desde distintos frentes, tienden y difunden una mueca de espanto sobre el territorio nacional.

Un año al que llegamos sin idea de lo que nos esperaba, de pronto se convirtió en un dintel de sombras y en un crucigrama de asombros difícil de imaginar: en algo singularmente incómodo y macabro que nos cambió la vida y alteró las prioridades del sueño en esta orilla de la historia.

El virus de Wuhan ha sido un accidente iluminador para muchos, porque ha incentivado la autocrítica y nuevas formas de toma de conciencia sobre el presente y el futuro de la sociedad humana. Sin embargo, también hay sectores y grupos sociales para los que la crisis epidemiológica y sanitaria ha sido un paréntesis de estupor, de incertidumbre y miedo a la altura del desconsuelo: una reedición de viejas hieles de oscuridad entre cuatro paredes.

La pandemia que propició el confinamiento social pero no el ´encierro interior´ ni el diálogo intenso y fecundo con nosotros mismos, es la que hizo salir a la superficie y detonó la visibilidad de ciertos problemas estructurales de nuestra sociedad, entre los que sobresalen la desigualdad entre clases y grupos sociales, la gran informalidad que subsiste en el comercio y el mercado laboral, una cultura que lejos de integrar separa y discrimina con violencia y ciertos complejos “machistas” de la masculinidad.

Por esto: porque aún arrastramos saldos y déficits históricos que no hemos resuelto como nación, y porque, a diferencia de otros países, venimos de un 2019 en el que nuestra economía cayó -0.1%, la pandemia tomó desprevenido y mal parado a México en varios aspectos, y es por ello, hasta ahora, uno de los tres países más golpeados del mundo en casos confirmados acumulados (1 millón 313 mil 675), en defunciones oficialmente aceptadas (117 mil 877) y en defunciones totales, incluidas las sospechosas (134 mil 951).

Una sola línea de tiempo explica el fracaso frente a la pandemia, desde que el gobierno federal cifró su respuesta para “domarla” en la fuerza “milagrosa” de un amuleto, lo cual provocó risas y mofa en una parte de la comunidad internacional, pero también llamadas de atención del propio director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, y del encargado de emergencias del organismo, Michael Rayan, quienes invitaron a los gobiernos a enviar “mensajes coherentes” a su población y a no esperar “soluciones milagrosas” frente al Covid-19.

En septiembre, seis meses después del primer fallecimiento por Covid-19 en nuestro país, la OMS manejó cifras que subrayaban la ineptitud gubernamental en la materia: México, tercer lugar en cuanto a números absolutos de muertes, de una lista de 185 naciones; décimo lugar en cantidad de fallecidos por millón de habitantes, con 487; uno de los países punteros respecto a tasas de letalidad en el mundo, pues en el séptimo mes de la pandemia ocupaba el sexto lugar, con 10.81, y era el primer lugar en tasa de letalidad en América Latina, y aún lo sigue siendo.

Con una argucia muy al estilo de la 4T, el gobierno federal intentó transferir las culpas de su fracaso ante el Covid-19 a las entidades federativas, y hasta hizo publicar, el domingo 16 de agosto, días antes de la reunión de la CONAGO en SLP, la cabeza principal de un diario de circulación nacional para subrayarlo: “Alianza opositora acepta que no puede sola frente a la crisis”, deslizando la idea de que es “insostenible e insana para estados la relación actual con la Federación”. Pese a que lo malsano e insostenible está en que el gobierno federal no ha querido o no ha podido coordinarse eficientemente con los estados, un grupo de poder muy cercano al titular del Ejecutivo le ayuda muy poco al hacer de la confrontación permanente con ´fantasmas verbales´ el platillo fuerte de la 4T. Durante la pandemia, las tretas de la comunicación gubernamental no han logrado vencer un principio teórico ni una percepción nacional: el gobierno federal tiene el monopolio de la verticalidad del Estado, la cual se ejerce de arriba hacia abajo, y es, por tanto, el responsable del timón y, si la hay, también de la tormenta.

 

Dos crisis en una

Sin pretender hilvanar un listado de malos o funestos augurios, porque esto no ayuda al análisis frío y razonado de la realidad, hay que advertir que a los estragos causados desde 2018 por un mal manejo de la economía deben sumarse los de la pandemia, pues México venía de un año perdido en materia de empleo, inversión, creación de infraestructura productiva y crecimiento económico y, al llegar el virus de Wuhan, con las primeras sombras de 2020, las consecuencias de las crisis económica y sanitaria se empalmaron, se aceleraron y enconaron juntas hasta dar como resultado un país de estados de ánimo caídos y la parálisis productiva que hoy tenemos.

2019 fue un año terrible para nuestra economía, no sólo por un entorno global adverso para economías en vías de desarrollo o emergentes, sino porque en México se hizo de la ideología un sustituto de la economía, creyendo que el discurso y la “buena intención” bastaban para enderezar entuertos y llevar desarrollo a la mesa del pobre. Hay una disonancia cognitiva en todo esto: la economía no es la ciencia de “los supuestos del corazón” ni una Presidencia de la República puede funcionar como si fuese Providencia de la República.

Los caldos de cultivo de la recesión actual y de la parálisis que tiene en vilo a la empresa mexicana y al mercado interno vienen de 2018, cuando fue cancelado por prurito ideológico y sin discusión el NAIM de Texcoco, pero se acentuaron en 2019 cuando cayó el empleo 3.5% según INEGI, disminuyó la inversión privada 7.4%, sobrevino la peor caída del PIB per cápita en una década y la economía mexicana decreció 0.1% en los cuatro trimestres del año.

Si la pandemia nos igualó en el contagio, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte sobre un piso social al que no le han faltado pucheros ni lágrimas para velar el sueño de los vencidos, la pésima gestión gubernamental de la actividad económica le ha puesto más acidez al desamparo, clavos ardientes al dolor y gotas de hiel a la incertidumbre, porque los más afectados por ambas crisis son los sumergidos sociales, la población en situación de desventaja laboral y social, las tristísimas periferias del hambre que sobreviven en los suburbios de nuestras ciudades.

El Covid-19 vino a revelar, según estadísticas del sector salud (Rogelio Flores Morales y Rodrigo Vera, 2020. “Cifras letales en medio año de pandemia”. Proceso No. 2287), que las probabilidades de ser mal atendido y morir por el contagio son más altas en pacientes de escasos recursos que en pacientes ricos, pues el porcentaje de fallecidos entre quienes ingresan al Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI) o al IMSS-Bienestar es de 53.4%, en tanto que entre los atendidos en hospitales privados la tasa de mortalidad se reduce a 4.3%, lo cual subraya -según el especialista Andrés Castañeda Prado- “la inequidad en el acceso a la atención médica” de los más pobres, y el hecho de que, así como hay “camas de primera y de segunda”, también existen “pacientes de primera y de segunda” en nuestro país. Esto explica que, en los próximos días, México tendrá un muerto por Covid-19 por cada mil habitantes.

El SARS-Cov-2 que nos trae a dolor y a doler, a angustia y quebranto, a llanto y muerte, por razones que tienen que ver con los males de nuestra nación ha sido trastocado en el ´Econovirus´ que evidenció la estructura de un país de grandes desigualdades, las que lejos de haber empezado a ser corregidas y revertidas con el “cambio de rumbo” del experimento populista iniciado en 2018, se han profundizado y tenderán a agudizarse aún más, no sólo porque los cierres de empresas (un millón en noviembre) siguen multiplicando el desempleo y la pobreza y dejando a millones de familias sin ingresos, sino porque las proyecciones más optimistas señalan que la que nos espera -cuando esto acabe- “será una recuperación lenta, débil, difícil y prolongada”.

Lo que no alienta la inversión se convierte en desaliento a la inversión. La guerra declarada de un enemigo invisible y silencioso como el Covid-19, sumada a la percepción de derrumbe y bancarrota que venía de la economía, hubieran sido motivo suficiente para que un gobierno con las credenciales de la 4T encabezara la batalla de la innovación y la reconstrucción, tomando las decisiones más ágiles y correctas en el corazón de la emergencia nacional, para poner de pie y echar a andar de nuevo al país.

Sin embargo, los demonios de la ideología no sólo han empañado las anteojeras de la visión hacendaria y financiera del gobierno, sino que le han jugado rudo a nuestra sociedad, porque se han interpuesto entre lo que significaba hacer lo lógico y correcto y lo que ha implicado aferrarse a dogmas ideológicos, donde ha imperado la senda del error y la equivocación institucional.

Países que han tenido una mejor gestión frente al Covid-19 y la crisis económica como Turquía, China, Indonesia, Arabia Saudita, Rusia, Sudáfrica, Canadá e India, han destinado entre 5 y 14% de su PIB a diversos paquetes de estímulo y apoyo fiscal para contrarrestar los efectos de la pandemia y detener la caída de la economía. Incluso, de acuerdo con una investigación de la Universidad de Columbia, difundida por BBC News en mayo de este año, Latinoamérica ha registrado en promedio un impulso de 2.4% en medidas fiscales dirigidas a evitar los cierres de empresas y la caída del empleo en la región. En estos rubros México no pinta para bien, pues datos del FMI lo ubican en el último lugar del G-20 con menos del 1% del PIB orientado a amortiguar los efectos catastróficos de la pandemia y la crisis económica. Por eso se han perdido más de 7 millones de empleos formales al cierre de 2020 y la cantidad de pobres se ha incrementado en el país.

Donde la desigualdad económica estructural se convierte en un drama, es cuando refuerza un gen machista en la vida doméstica y el mercado laboral, acentúa los roles tradicionales en la familia y confirma la desigualdad de género que padecemos, revelando el hilo más frágil y delgado en la forma como México se ve y se asume a sí mismo: el de mujeres que “siguen trabajando más y ganando menos”, pues según Sofía Mosqueda (“Sólo por ser mujeres”, NEXOS No. 507 Pp. 42-43,) “en México las mujeres dedican tres veces más tiempo que los hombres a los trabajos domésticos y de cuidado sin remuneración; el 54% de las mujeres -entre 15 y 49 años- no percibe ingresos, mientras que el 85% de los hombres -de entre 20 y 64 años- tiene un empleo remunerado. Esta desigualdad entre trabajo e ingresos (es lo que) imposibilita a la mayoría de las mujeres a “salir adelante”.

 

La sombra de Juan Colorado cabalga de nuevo

En un país como México, donde anunciar cambios de forma cíclica es un tema de rentabilidad electoral y cálculo político y no de mejoría sustantiva de la realidad, el salto del drama social al drama íntimo que se vive en la vida doméstica es muy corto: tan corto que cabe en criterios de piramidación social según el género, en enfoques que subordinan la vida familiar a relaciones de poder y en visiones que poco contribuyen a generar un ambiente de igualdad sustantiva, de respeto y dignidad en el trato a las mujeres.

La pandemia no fue una buena noticia para nadie, mucho menos cuando a su inercia de parálisis, de angustia y dolor añadió la más fuerte caída de la economía que se recuerde desde la Gran Depresión (1929-1932), cuyos efectos han sido dobles: en una parte de la población detonando un despertar autocrítico hacia lo más noble, luminoso y elevado que hay en el corazón humano; en otra, propiciando una lamentable recaída en herencias ancestrales, en estereotipos, complejos y condicionamientos que como sociedad del siglo XXI ya debíamos haber superado.

Por ello, no sorprende lo que sostuvo ONU-Mujeres en el bimestre septiembre-octubre, al arreciar los contagios y las muertes por la pandemia, en el sentido de que “las mujeres contribuyen de manera esencial como líderes y personal de respuesta de primera línea” y, sin embargo, “son ellas las que sufren las peores consecuencias del brote en materia sanitaria, económica y social”, como también lo advierten las estadísticas referentes al sector salud y al ámbito familiar.

A veces, la visión punitiva del otro se funde en un mismo abrazo con la visión machista que se tiene de la mujer en América Latina, lo cual la transforma en víctima de una ´tara cultural´ y en sujeto pasivo y dependiente de los roles de poder instalados en la familia, en los que un macho alfa -generalmente el más fanfarrón, el más grotesco, el más agresivo, el más irresponsable- ha transformado la vida familiar en madriguera y espera en las sombras el momento propicio para saltar sobre sus posibles presas.

El encierro derivado de la pandemia no fue para muchos un alto en el camino para inventariar lo que había que cambiar en los individuos, en el núcleo familiar y en la sociedad, pues en muchos casos se convirtió en una encrucijada de abuso, misoginia, violencia de género y vidas truncadas: en el claustro de sangre de un pedazo de noche que llevó a miles de niñas, niños y mujeres a la tortura, al martirio y la muerte.

Quizás la raíz más profunda de la violencia machista ejercida contra la mujer radica en la frágil espiritualidad del varón, en sus fracturas emocionales, en sus frustraciones y en la pérdida creciente de sentido existencial que lo agobian (este último, rasgo también de nuestra época), frente a lo cual no hay instancias públicas ni programas institucionales que atiendan la salud emocional, las crisis de autoestima y los desequilibrios que suelen hacer estragos en nuestra sociedad, al punto de desestabilizar relaciones de pareja, generar verdaderos dramas de violencia intrafamiliar, acentuar los casos de maltrato y abuso infantil e incrementar la violencia de género.

Según Margarita Alcántara, de Forbes Women, la violencia doméstica contra la mujer ha aumentado 60% en México durante la pandemia, lo cual explica, en parte, de acuerdo con cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), que de enero al 31 de octubre el número de emergencias 911 haya recibido 221 mil 328 reportes de mujeres violentadas, y que en el primer semestre del año se hayan cometido, según la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana del gobierno federal, por lo menos 489 feminicidios, con un incremento de 9.2% respecto a los registrados en el primer semestre de 2019. Al margen de otras formas de violencia que sufre la mujer en los dominios de Juan Colorado, estas cifras revelan por qué México es conocido como el país con la más alta cifra de feminicidios en América Latina.

Otra línea de investigación sobre la violencia doméstica en tiempos del Covid-19 es el maltrato y el abuso sexual infantil. Antes de la pandemia México ya ocupaba el primer lugar en abuso sexual infantil dentro de los países de la OCDE, al registrar 5.4 millones de casos anualmente, pues, según Efraín Guzmán García, Coordinador Nacional Infantil de la organización Aldeas, la tasa de violación de niñas y niños es de mil 764 por cada 100 mil habitantes. Por su parte, el organismo no gubernamental Causa en Común ha registrado 320 asesinatos de menores (niñas y niños) en lo que va de 2020, lo cual significa que el otro lado oscuro de la pandemia y el confinamiento -que a veces no vemos- es el patriarcado de hostigamiento, de angustia y miedo que ejerce el varón en el núcleo familiar.

La forma en la que se relaciona la familia y la dependencia económica habitual en ella han reafirmado, en estos días oscuros del confinamiento, el predominio simbólico y territorial de un macho alfa -más mexicano que de costumbre- que suele hacer de la coacción psicológica, del uso de la fuerza, de la arbitrariedad y la violencia sexual sus instrumentos básicos de dominación.

Michoacán es un caso muestra de cómo se humilla, se estigmatiza y se criminaliza a la mujer en México por una masculinidad mal entendida que atropella su dignidad, la cosifica y hace de ella trofeo de caza en el mercado de los sentimientos.

Si las cifras de violencia de género y abuso infantil no son halagüeñas a nivel nacional, la estadística en estados como Michoacán muestra una realidad de corazones rotos e inocencias en retirada, por el recrudecido machismo que ha hecho del confinamiento obligatorio no ya el sitio de “María Santísima”, sino la tierra de “Juan Colorado”.

La tendencia a la violencia intrafamiliar y de género y a la comisión de feminicidios en un contexto criminal no es nueva. Ya en 2019, según datos de la Secretaría de Igualdad Sustantiva y de Desarrollo de la Mujer Michoacana (Seimujer), Michoacán registró 7 mil 893 casos de violencia intrafamiliar y de pareja, que lo colocaron en el lugar número 12 del ranking nacional en esta problemática, siendo Morelia -según cifras del SESNSP, actualizadas a septiembre de 2020- la capital que ocupa el lugar número 15 de municipios con alta incidencia de feminicidios en el país.

Según la titular de Seimujer, Nuria Gabriela Hernández, las causas que han incrementado las diversas formas de violencia hacia las mujeres son el hacinamiento, el desempleo, la tensión económica, el cambio en la dinámica laboral de “oficina en casa”, los roles de dependencia económica y el que el hombre pase más horas en casa que en el ámbito laboral.

De acuerdo con la dependencia, en los primeros cuatro meses de confinamiento se registraron mil 074 agresiones contra mujeres, de las cuales 60 por ciento fueron tipificadas como actos de violencia psicológica, 25 por ciento como actos de violencia física y sexual y 15 por ciento como actos de violencia económica, las cuales fueron atendidas a través de la Línea de Atención, Contención y Orientación de la secretaría, en tanto que 16 mujeres y 33 menores de edad tuvieron que ser canalizados a Centros Fijos de Atención y a refugios para mujeres violentadas, por vivir situaciones de violencia extrema y estar en riesgo su integridad.

Pese a todo, los mecanismos de protección hacia la mujer que funcionan en la entidad han logrado “sacar al agresor del núcleo familiar” por un periodo importante de tiempo, desplegar un acompañamiento eficaz en la atención psicológica y jurídica de las víctimas y brindar el apoyo necesario en los casos de municipios que más han resentido la violencia intrafamiliar y de género, como son Lázaro Cárdenas, Puruándiro, Tlalpujahua, Zitácuaro, Pátzcuaro, Tacámbaro, Zamora, La Piedad, Morelia, Hidalgo y Tanhuato, donde se ha conseguido garantizar un confinamiento en paz.

Sin embargo, una conseja de pueblo dice que un “jinete sin cabeza” no encontró paz en el más acá ni en el más allá, y que esta vez, tras ingresar por la puerta grande al año que se nos vino encima, encarnó en la fantástica leyenda de Juan Colorado sólo para probar, desde los dientes afilados del tiempo, que una luz revolcada es oscuridad.

 

Nos robaron a mansalva la luz

No obstante, el germen patógeno continúa entre nosotros y la pandemia no ha cerrado su ciclo aún, por lo que es probable que la violencia intrafamiliar y de género se intensifique y siga engrosando la estadística del crimen, lo mismo que el virus de Wuhan y la crisis económica seguirán acumulando quejas, lamentaciones y bancarrotas a la altura del mapa de nuestro desconsuelo, porque el tiempo de oscuridad que nos tocó vivir alteró por completo la vida y los sueños, pese a que en la víspera lo teníamos todo para impedir que nos robaran a mansalva la luz.

El invierno de nuestra incertidumbre -cuando el frío brinda condiciones óptimas al surgimiento y desarrollo de virus, hongos, bacterias y otras dolencias- puede ser el invierno más duro y aciago de nuestras vidas.

Mientras el gobierno federal no cambie su estrategia, adoptando un presupuesto especial y emergente y dictando medidas verdaderamente drásticas para controlar la pandemia, como han hecho otros países, la cifra de contagios y de muertes podría dibujar el día de mañana una tragedia monumental en busca de autor.

Si en materia económica tampoco se cambia nada: si se continúa procediendo con total desprecio a la realidad y no cabe siquiera la prudencia de preguntar qué es lo que aconsejaría John Maynard Keynes ante semejante cuadro de horror, las dos crisis en una que hoy vivimos podrían convertirse en las dos tragedias en una que muy probablemente padecemos el día de mañana.

Aunque puede visualizarse en el horizonte un apocalipsis nacional, del que todos seríamos responsables, sabemos que una sola gota de luz puede herir -y herir de muerte- la región de las sombras.

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