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El agujereado revés de la trama

El hombre hace la historia, citaba un conocido aforismo, pero la historia hace al hombre, de manera anónima, profunda y silenciosa, contrarrestaba el agudo historiador Fernand Braudel. Cada realidad segrega su tiempo, se envuelve en el mismo, lo cambia, y ese tiempo camaleón se torna a veces irreconocible. Hace cien años un eclipse permitió a los astrónomos verificar la teoría de Einstein de manera empírica, el espacio-tiempo registrado por el desvío de los rayos de luz en un eclipse de 1919. La Historia no tiene ese don experimental, pero quizás este siglo esté ofreciendo el eclipse para medir formas inéditas de la historia humana. Por lo pronto, como había observado la insomne inteligencia de Colette Capriles, “los hombres del siglo XXI estarán tratando de recordar, mientras los del siglo XX trataban de olvidar… el gran problema civilizatorio será la multiplicación de las verdades o la división infinitesimal de la memoria”.

Estas reflexiones se despertaron cuando vi el film argentino “Zama”, de Lucrecia Martel, derivado de la novela homónima de Antonio Di Benedetto. La directora es salteña y el escritor mendocino, y posiblemente reconocen la misma postergación que suscita la provincia en Argentina frente a la macrocefalia de su capital.  Di Benedetto había escrito “Zama”, una trama que transcurre en la Asunción del Paraguay colonial, durante un mes de vacaciones en Córdoba tomado en 1956. Hasta entonces nunca había conocido Paraguay, ni el río del que trata la historia, pero logró el texto quizás más vivo sobre el tiempo camaleónico, la enigmática larga y corta duración, la espera y el olvido histórico. Con una prosa que salta cada dos renglones, como en un archipiélago de sentidos, y que no procura significados extras, y solo usa adjetivos que actúan como verbos, sin sustantivar nunca el suspendido relato, Di Benedetto logra transportarnos. Su ritmo deja pausado y aleteando aquel insondable tiempo colonial, rio arriba del espacio y del tiempo. Paraguay, excepto por el río, es una república mediterránea, como algunas provincias argentinas: Córdoba, Salta o Mendoza, y tiene el mayor prontuario de desolación regional: de allí desaparecieron las más numerosas y exitosas misiones jesuíticas del siglo XVII y XVIII, padeció en el siglo XIX la guerra de la Triple alianza, la mayor de la América latina, que redujo a un cuarto su población. Antes de esa guerra fue uno de los países más avanzados, alfabetizado y con los primeros ferrocarriles del continente, autónomo hasta su absoluta destrucción bélica. Di Benedetto hizo la novela cuando todavía estaba Stroessner, el siniestro dictador que heredó la devastada región que había padecido otra guerra con Bolivia en la tercera década del siglo XX. El olvido arrasaba esta región abarrotada de crónicas desconcertadas, donde el tiempo resbala y gira en seco. La particular prosa de Di Benedetto era apropiada, logra suceder en el instante, como la poesía, y tiene un efecto casi mágico sobre la temporalidad sin rumbo, puede formular incluso la onírica eternidad, como ilustra su magistral relato “Aballay”, que mereció la admiración simultanea de Borges y Cortázar. Lucrecia Martel, nacida después de la muerte del autor, parte de la novela “Zama”, pero no para adaptarla al cine, sino para desplegar su experiencia de lectora en este texto que no cristaliza nunca la historia. Lo que el espectador ve en esta película, es su propia experiencia como lector de la novela, y asimismo como lector del tiempo que fluye hacia la nada. No hay relato dramático en ese tiempo engañoso, en aquella Asunción entorpecida por la burocracia virreinal, asfixiante, sudamericana y remota. La tesis del colonizador español como un cautivador cautivo, está presente en ese agobio. La procrastinación es la sustancia del relato mismo. Es cierto que el veloz ataque final de los indios es un acontecimiento que sale del ritmo del film de Martel, pero retoma la lectura de Juan José Saer, otro provinciano, en su novela “El entenado” y sobre el mismo río y sus indios. La directora sabiamente lee sus lecturas, que es lo único que hay en la memoria.  La relación de Di Benedetto con el constante suspenso de hilos desconocidos, también es lo que procura este film, no trasmitir una historia sino sus agujeros. Los del Paraguay, como los de las provincias argentinas (siempre esperando de Buenos Aires), no permiten una narrativa clara y dominante, y están siempre asediados por el tiempo. En el comienzo de la novela un mono muerto flota en la corriente, va y viene, y su cola forma un signo de interrogación, una mezcla de letra y cuerpo, que indica lo desconocido más allá de la metáfora del rio de Heráclito, lo propio intraducible. En esas regiones el tiempo se enrarece de lentitud, el olvido corre más rápido que la historia, y debemos agradecer que la Zama del cine ilumine ese fenómeno nuestro, la antimateria de la historia, lo que mostró Di Benedetto y ya es irrecusable en el eclipse narrativo del siglo XXI.

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