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Dante Medina

El aborto como estrategia

LINEAMIENTOS GENERALES DE ORGANIZACIÓN Y OPERACIÓN DE
LOS SERVICIOS DE SALUD PARA LA INTERRUPCIÓN LEGAL DEL
EMBARAZO EN EL DISTRITO FEDERAL.

TERCERO. Para efectos de los presentes Lineamientos se entenderá por:

I. Interrupción legal del embarazo.─ Procedimiento que se realiza hasta la décima
segunda semana de gestación […] en condiciones de atención médica segura.

II. Consentimiento informado.─ Es la aceptación voluntaria de la mujer […] que
solicite o requiera la interrupción legal del embarazo, una vez que los servicios de
Salud […] le hayan proporcionado información objetiva, veraz, suficiente y
oportuna sobre los procedimientos, riesgos, consecuencias y efectos […] para que la
mujer embarazada pueda tomar la decisión de manera libre, informada y
responsable.
Gaceta Oficial del Distrito Federal, no. 75, 4 de mayo de 2007,
Siglo XXI
La mujer puede abortar, antes de las doce semanas, si el embarazo afecta su
proyecto de vida.
Quinta Causal
Siglo XXI

A todas las mujeres que han abortado
A las que quieren hacerlo
A las que no quieren hacerlo

EL ABORTO SÍ ES BUENO,
PERO NO ABORTAR ES MUCHO MEJOR

Ejemplo en el que se ve cómo una empleada doméstica, a la que
vulgarmente se le llama «gata», después de mucho abortar, descubre, por
experiencia propia, las enormes ventajas de no abortar.

Yo ya era clienta de fijo, Doña, con qué derecho me hacía lo que me hizo,
por eso no se lo iba a perdonar nunca, y ese día dejamos de ser amigas, que se
cuidara de mí porque así como sé ser buena también soy muy muy mala, que le
advierto.

Con «tas rechula», y una sonrisa de oreja a oreja, me recibió la Doña, hace
años, «y re grandota», que me dice la Doña, y que qué se me ofrecía, que qué me
traía por su humilde casa, que en qué podía servirme. Yo estaba chiquilla y muy
asustada, muerta de miedo como un ratón mojado. No abrí la boca, temblaba. «A
ver, mhija, cálmate», y me dio a tomar un té apestoso al que yo le desconfiaba, y
ella me acariciaba el pelo como se amansa una gata ─y sí era cierto que yo era gata,
pero no gata de animal sino de trabajo─ y me ponía un sillón viejo para que llorara a
gusto.

El hijo de mi patrona estaba en el coche, afuera, más aterrorizado que yo, y
fumando como si de lo que se tratara fuera de que estábamos ahí para tener un niño,
el muy menso. El hijo de la Doña, un padrotito con tatuajes en los brazos, le decía
que así son las cosas, carnal, aliviánate, la vida hay que llevársela leve. Claro, la
pendeja de pendejas era yo, y con él debuté de pendeja, hasta que se me quitó. Vino
a mi cuarto con el pretexto de que oía ruidos, que la casa estaba sola, y como era
chavito y casi lloraba frente a mi puerta, le abrí, y pelas, la carne de gata buena es y
barata, me embarazó a la primera, y me estrenó.

«Y ora qué vas hacer», le dije pa asustarlo. «Me va a matar mi mamá, me va
a matar mi papá», decía, y yo le decía «)y a mí quién me mata?» «Tú no tienes
quién te mate, porque eres de otra clase social: a ti nomás te corren y ya». «Ah,
bueno». Y que no era lo mismo, me explicaba desesperado, porque él sería hijo de
sus papás toda la vida, pasara lo que pasara, mientras que yo, así, con un tronido de
dedos de su mami, dejaría de ser sirvienta en su casa, en un segundo, como toda la
bola de pendejas a las que habían embarazado sus hermanos mayores, pero que él
no era así, él no era malo, me lo juraba.

Lo que quería lo supe después: seguir llegándole a mi cuerpecito, a domicilio
y en piyama. Y para eso estábamos ahí, para que la Doña hiciera lo que tuviera que
hacer para sacarme lo que el hijo de mi patrona me había metido adentro. El
jardinero le había dado el conecte, y ya todo estaba apalabrado, menos mi miedo, en
casa de la Doña: de esa suciedad, ese cochinero, esa pobreza, yo había huido, y
preferí ser gatita de casa rica con cuarto propio a vivir en la mierda en que dejé a
mis hermanos, pinches mugrosos, y a mis papás, que los quiero mucho.

Ya no era bueno ni llorar, me dijo la Doña, viéndome medio atontada por el
té, que mejor abriera mis patitas como yo sabía abrirlas para que me la metieran,
porque todo lo que hubiera adentro ella me lo iba a sacar, que de eso no
desconfiara, y descolgó una blusa que le quedaba cerca, desarmó el gancho y
cuando menos acordé ya lo tenía adentro y me le daba vueltas como cuando una
despega los frijoles refritos de los bordes de una cazuela. Casi no me dolía, gritaba
de susto y de vergüenza, y porque así son todas las primerizas, decía la Doña.
Vi un reguero de sangre y como tripas de pollo y pedazos de hígado de vaca,
y sentí la saliva reseca que se me pegaba al sillón. La Doña salió a decirle al hijo de
mi patrona que todo había terminado bien, que ya se fuera a emborrachar con sus
compas, que le pagara en efectivo, y que ella mañana me mandaría con su hijo de
ella en taxi, como si yo viniera de un fin de semana con mi familia en el rancho.

Supe luego que el tontolón le besó la mano, la llamó madrecita, y le dio el
anillo que le regalaron sus abuelos a su madre el día de sus quinceaños, que valía
más de lo que a mí me han pagado desde que me empezaron a cojer todos los que se
corrieron la voz, en esa familia, de que ya inaugurada por el hijo menor, cualquiera
podía llegarle.

Y le llegó el papá, para empezar. Y me repasaron los hermanos mayores. Y
los tíos. Y los primos que venían de vacaciones, y otras personas de la familia, y ya
por mi cuenta, el jardinero, el chofer, y hasta el esposo de la cocinera.

Mi verdadero maestro fue el marido de mi patrona: «Toy preñada, patrón, ai
usté dirá cómo le hacemos». Me dijo que lo que yo quisiera y quise un terrenito en
mi pueblo, pa mis papás. Pero, )y de lo otro? «Ai pregúntele a su hijo menor», que
se lo cuchileo. En cuanto arreglaron su drama entre padre e hijo, de hombre a
hombre, el muchacho me llevó otra vez con la Doña, y de nuevo tecito, y otra vez
gancho de ropa, y fin de semana de mentiritas con mi familia, y de nuevo yo quedé
lista pa lo que se les ofrezca a los patrones.

Lo peor, o lo mejor, es que a mí me gustaba. Me entró la debilidá por la
carne fina. Me metía a mi cuarto, y me quedaba pensado: )quién va a venir esta
noche? )El señor, el hijo, alguno de los primos, o habrá invitado? Era como tener
servicio de burdel a domicilio. La puta no era yo sino ellos. Y de gratis, incluido el
aborto si alguno me embarazaba. Eso sí que era buena vida.

Y como le pedí al señor que, si no me lo tomaba a mal, que contratara a otra
sirvienta para el desayuno porque, como veía, yo me desvelaba seguido; que, sin
que pensara que yo me entrometía, mi opinión era que ropa de tanta calidad como la
de todos ellos debería enviarse, completa, para cuidarla, a la tintorería; y que, sin
que me tomara por una creída, yo era mejor en la cama que barriendo y trapeando,
)y verdad que eso no era presumir?

Vivía como una reina y a cada rato me llevaban con la Doña para que, en una
reformadita con su gancho de ropa me dejara lista para seguirle a la talacha. Pero
contra la envidia y el deseo nadie puede, nadie. Y yo estoy muy buena, me he dado
cuenta, buenísima de veras. En la casa de mi patrona, cobrando como sirvienta,
tenía todas las ventajas de buena comida, champús y perfumes, y hasta una línea de
internet para oír todas las canciones rancheras que yo quisiera, ya no lavaba ni un
plato, me obedecía la servidumbre, y al que quisiera de la familia o de fuera, yo con
mucho gusto le daba su satisfacción. Y como mi patrona se veía contenta…

Hasta que, me acuerdo bien, mientras la manicurista me arreglaba las uñas y
el chofer me servía una piñada, me vino a decir el ama de llaves que hoy tocaba
visita a la Doña. La Doña ésa que, para esconderlo todo, nos vendía, de paso,
mantelitos, adornos, tejidos, y puras chingaderitas de pretexto para que el chofer me
llevara a «comprar», porque en un hogar feliz hacen falta esos detallitos que dan un
toque familiar y único, «indispensable para la unidá familiar» como dice mi patrona.

El proceso fue el mismo, el que ya me sabía: té, sillón, gancho de la ropa.
Porquerías en el piso. La Doña yéndose a dormir. Apagando la luz. Y su hijo
viniendo a cojerme, para saber la clase de carne que se despachan los ricos. Como
en sueños, le vi la cara, lo reconocí. «)Qué haces ai?», le dije, déjame dormir.

«Nomás acabo y ya», me dijo, «)tienes quién te saque a pasear los domingos?»

Entre sueños y atarugada le dije que no.

Entonces él me empezó a sacar. Me llevaba al cine, a tomar nieve, a pasear
al parque. Era feo como pegarle a Dios el hijo de la chingada, y prieto como la
carne corriente. A mí me daba vergüenza que me vieran con él, y no le dejaba que
me agarrara la mano delante de la gente. Yo acostumbrada a lo fino. Pero lo
aguantaba porque los domingos todo mi harén se iba con las esposas, las novias, las
prometidas, y a mí me dejaban sola en la casa, y nunca nunca nunca ninguno de los
que se volvían locos encima de mi cuerpo me iban a llevar al cine, a tomar una
nieve, a pasear al parque.

En una emoción de cariño, y por no negarle al pobre lo que les daba a los
ricos, me dejé de él, por las buenas, en un cuartucho, un domingo, y ándale que me
embaraza. Fui con el hijo menor de mi patrona para decirle que otra vez, y que otra
vez no sabía de quién, porque con tantos amigos que el niño invita cómo quiere que
me acuerde de todas las personas. Que no había de qué preocuparse, como otras
veces, y que iríamos con la Doña.

Fuimos y se repitió lo que yo ya llamaba «la ceremonia del té»: volvió a
aparecérseme su hijo por la noche, entre sueños, y me hizo lo que ya estaba
acostumbrado a hacerles a todas las que su mamá «libraba» de la bronca del
embarazo.

Cuatro meses después, me di cuenta que hubo trampa, por más que le
pagaron a la Doña: un hijo me seguía creciendo, horriblemente, en la panza. Mi
patrona estaba histérica y me gritaba que yo era una pendeja, que de quién era el
hijo de mi vientre, )y cómo quiere que yo sepa, señora?, y entonces me trató de
puta, )qué demonios se podía hacer con un embarazo tan avanzado? La deshonra de
su familia era yo. Y todos los hombres de la casa y los amigos de los hombres de la
casa, jugando al tú-la-tráis, y al yo-te-aseguro-que-yo-no-fui, medio en broma pero
con la preocupación en la cara.

Se armó la alegadera por todos lados: Mi patrona dijo que me iba a correr, a
echar a la calle, antes de que la gente anduviera de habladora diciendo que era de
alguno de sus hijos, y yo pa quitarle el pendiente le dije que si me guardaba el
secreto y no me corría, le decía de quién era. Y le dije que del hijo de la Doña, del
que venía por mí los domingos, mi novio. Suspiró de alivio y quedamos en que el
muchacho ése me pasaría dinero porque ella no pensaba mantenerme de inútil, yo le
rogué que pero por favorcito les dijera a sus amigas que mandaran a sus sirvientas
con la Doña, a comprarle mantelitos, adornos, tejidos, servilleteros, para que le
fuera mejor en el negocio y el hijo me pasara mi raya semanal, y ella dijo que sí
porque nos estábamos entendiendo de lo más bien sin comprometer nuestra dignidá
ninguna de las dos.

Mi suegra, la Doña, me pidió perdón por haberme engañado con el aborto
que no me hizo, pero fue porque, mhijita, yo sabía que ese niño era de mi hijo y
siempre he querido ser abuela, tener un bebé vivo en mis manos, y no la bola de
muertitos que veo toda la semana, de día y de noche, y que si la perdonaba me
guardaba el secreto, porque si me le ponía perrucha y si de lo que se trataba era de
ser muy muy mala, con ella yo iba a perder porque ella tenía más experiencia en
maldá que yo. La perdoné con la condición de que ninguna le fuera con el chisme a
nadie y de que los domingos el niño o niña le tocaba a ella para que yo me fuera a
pasear con su hijo o con quien a mí me diera la gana. Buen trato.

Al hijo de mi patrona le confesé, muy en secreto, que el niño era suyo, y que
no dijera. La que no tenía que decir era yo, que me dice. Entonces que le digo: si
me lo mantienes, me callo, pero desde ahorita porque con la preñez me da mucha
hambre y rete hartos antojos. Lo mismo le dije al papá, y a otros dos hermanos, y a
un primo, al mejor amigo de la familia, y a un tío, y con eso acabalé siete papás
para mi criatura, y todos se caían en efectivo con la lana. Y yo bien riquilla, vivo
como reina, y les mando dinero a mis papás para que se vayan construyendo una
casita, y ellos me escriben preocupados de si no andaré de puta ganando tanta feria,
y yo les respondo que su hija siempre ha sido, es y será, muy pero muy decente, y a
orgullo lo tengo.

Cuando me pongo a pensar… porque ahora que me la paso de floja pienso
mucho… y pienso lo tontos que son en la tele con sus alegatas de que si es bueno o
de que si es malo el aborto. (Hablan por hablar! No saben porque no lo han vivido
en carne propia: pregúntenme a mí, que yo sí tengo experiencia: el aborto es bueno,
buenísimo, cuando conviene abortar; y el aborto es malo, malísimo, cuando
conviene no abortar.

Mírenme mí si no: viviendo sin hacer nada, y recibiendo dinero de mis siete
papás… ocho.

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