La escritura de Eduardo Viladés, escritor, dramaturgo y guionista, está salpicada de una ironía corrosiva. Su mirada incisiva taladra la sociedad hasta dejarla desnuda en su verdad. Implacable con el lado más mezquino del ser humano, los egoísmos, el deseo de aparentar, la intolerancia, la hipocresía; muestra asimismo una gran comprensión hacia las fragilidades, hacia quienes no encajan, no se someten. Logra que sus personajes se vuelvan el espejo en el cual cada uno de nosotros encuentra reflejados sus miedos, frustraciones, anhelos. Y nos obliga a mirarlos.
En su escrito El ciclo de la libertad, prólogo de la obra ¿Y ahora qué? que acaba de llegar a las librerías gracias a la editorial valenciana Edictoralia, escribe: “La existencia ordinaria no me interesa, tampoco me atrae la gente con un guion establecido. Como dijo Bukowski, me interesan más los pervertidos que los santos, me encuentro bien entre los marginados porque yo soy un marginado. Porque soy un inadaptado. Siempre he admirado al villano, al perturbado, al que asume la locura propia de las mentes exuberantes como modo de vida, a quien habla a trompicones, como una ametralladora cargada desigualmente, suelta doscientas frases en un minuto y, acto seguido, se queda callado media hora mirando al techo aunque sus ojos sigan hablando. Me gustan las personas desesperadas con mentes y destinos hechos a jirones cuyo corazón ha sufrido lo indecible pero que gestionan ese sufrimiento del único modo posible, desternillándose ante él, colocándose frente al espejo y escupiendo al reflejo que les devuelve su imagen, agarrando sus abdominales decadentes y piel cetrina llena de petequias rosáceas para reírse a carcajadas sin importar el qué dirán”.
Con la obra ¿Y ahora qué? Viladés nos introduce con liviandad en la vida de dos personajes, Javier y Pablo, quienes se encuentran después de muchos años. Nos vamos deslizando poco a poco en el laberinto existencial de estos dos seres, quienes enfrentan, de manera diversa, iguales frustraciones. Ambos de 40 años se conocieron mientras cursaban un master que los llenó de esperanzas engañosas. Pablo ha ido acumulando rencores por la falta de trabajo, por no lograr seguir mintiéndose a sí mismo y al mismo tiempo ser incapaz de no hacerlo con los demás. Ambos personajes vuelven una mirada amarga, irónica, desencantada hacia temas que reflejan las insatisfacciones de una generación. Están en una edad en la cual se agolpan las preguntas sobre la vida y la muerte, el amor y el despecho, la amistad y el abandono. Aun a sabiendas que muchas de esas preguntas quedan sin respuesta.
Con gran capacidad narrativa Viladés va eliminando máscaras a los personajes hasta mostrarnos sus verdaderas esencias en un crescendo de tensión que desemboca en un final inesperado. Un final que nos deja llenos de cuestionamientos, no ya sobre la obra, sino sobre nosotros mismos. Tras la lectura descubrimos que el autor no quitó las máscaras solo a los personajes, también lo hizo con los lectores. Y ya no hay vuelta atrás.
Leí que escribiste ¿Y ahora qué? en 2016. ¿Cuántas revisiones y cambios le hiciste desde esa primera versión hasta su publicación actual? ¿Cuándo llegará en las salas de los teatros españoles?
A las salas de teatro no llegará, de momento. Ojalá. Hablamos de un libro, compuesto por la obra teatral ¿Y ahora qué? y el prólogo narrativo El ciclo de la libertad, que explica cómo son los personajes y por qué los ideé de ese modo. A la venta en las principales librerías de España. Obviamente, pues hablamos de un texto teatral, sería maravilloso que cobrase vida encima de un escenario, es el fin ulterior de todo texto teatral y su razón de ser, de manera que desde aquí hago un llamamiento a las productoras para que se pongan manos a la obra y organicemos una gira… Si te digo la verdad el texto es el que terminé en 2016. Lógicamente, releo mis obras muchas veces y voy puliéndolas, hasta que no me siento satisfecho no escribo la palabra “fin”. Pero lo que quiero decir es que una vez terminada la obra hace 5 años no la volví a tocar, gustó mucho a mi editorial, la valenciana Edictoralia, y decidió publicarla. Si ahora la reescribiese, sin duda que eliminaría algunas cosas y añadiría muchas otras, pero eso es normal, vamos evolucionando y no soy el mismo que hace 5 años, pero en eso hay que controlarse porque entonces ninguna obra terminaría nunca si vamos cambiándola en función de nuestra evolución personal y vital.
Hoy día quienes tienen más de 50 y 60 años dicen sentirse como unos adolescentes y en muchos casos actúan como tales. Sin embargo, tus personajes tienen 40 años y se sienten ancianos. ¿Crees que esa sea la edad quiebre, esa en la cual, como dices en la sinopsis: “Te queda la mitad de la vida para resignarte o para hacer aquello que te propusiste en la anterior mitad?”
Supongo que dependerá de cada persona, habrá quienes se sientan como críos a los 90 años y quienes, a los 45 años, piensen que la tumba es el próximo paso. Llega un momento que vivir cansa, despertarse cada mañana y darse cuenta a los cinco segundos de que todo es una porquería no es muy agradable. Me imagino que la mochila de la vida tendrá mucho que ver, las losas que llevamos, que a menudo son insoportables y la única salida es desaparecer. También hay quienes relativizan el sufrimiento riéndose a la cara y quienes sucumben ante él. No hay fórmulas mágicas. Sí que es verdad que los personajes de la obra se sienten como un alma vieja, como un libro gastado. La cubierta ha desaparecido, de modo que desde fuera nadie sabe de qué trata. Y el interior de las páginas huele a roña y a pis.
¿Hasta qué punto tus personajes reflejan las dificultades que está confrontando toda una generación que vive en un mundo más sofisticado a nivel tecnológico, tiene estudios universitarios, goza de una mayor libertad, y, a pesar de eso, no encuentra el trabajo que desearía, tiene dificultad en construir una relación de pareja y en general vive insatisfecha?
Esta sociedad es una mierda, está llena de tósigo. Vivimos en un mundo acelerado, zarandeados entre el kitsch y el shock. Asumimos el delirio del mundo de una forma delirante. El arte reinventa la nulidad, la insignificancia, el disparate, pretende la nulidad cuando ya es nulo. Los jóvenes de hoy en día son la generación más distraída de la historia, una rebelión de mentes opacas en contra de la inteligencia que ha institucionalizado la incultura como la nueva cultura y que encima se vanagloria de ser estúpidos e ignorantes. Inundados por enormes cantidades de información banal han perdido la noción de las grandes narrativas, del pasado, de la historia, la memoria y la continuidad del tiempo. Todo es un perpetuo y atiborrado ahora, ya no cuentan las grandes ideas de otros tiempos. Creo que la tecnología hace desechable todo lo demás, incluida nuestra memoria. Sin una noción histórica, la gente es fácilmente manipulable porque no se da cuenta de que los trucos que el Estado emplea para alienarles son los mismos que hace siglos, cada vez me sorprende más la mansedumbre de pensamiento de la sociedad, la gente está acostumbrada a moverse con 3 ó 4 patrones y cuando aparece un quinto no lo entiende, tiene miedo, se está muy cómodo en medio de lo convencional. ¿Trabajo? Por favor, esto es España, cuna de mediocres, donde progresa el lerdo y hay que pedir perdón por saber un poco. Animo a los jóvenes a que no trabajen y vuelvan al pegamento de los 80, al menos fliparán y no tendrán que ver cómo a los 60 años viven debajo del puente. ¿Libertad? Discrepo. De hecho, muchos jóvenes están echando por la borda lo que mi generación consiguió en los 90 en cuanto a igualdad, es una especie de involución, deberían leer a Simone de Beauviour, aunque dudo de que la conozcan. Maquillan su realidad con autorretratos (perdón, selfies, que hablan muy bien) abrazándose y profiriendo soflamas de amor eterno que no se creen ni por asomo porque el amor es lo menos fiable que existe. Si leyesen más, lo entenderían. No me gusta este momento, ojalá pudiese teletransportarme al pasado…
¿Tu obra es una oda a la amistad, al amor, a la vida o a la muerte?
Al vacío y a la muerte. Un silencio como el que yo necesito no existe en este mundo, solo me queda irme. La obra, en el fondo, refleja esto, la vida no me interesa, está llena de coluvie y de ponzoña, la única salida es morir, lo terrible es que la cobardía que me caracteriza me impide dar el paso, de manera que se me puede considerar un no-muerto, una gran ventaja en el fondo porque todo me da exactamente igual y actúo con libertad absoluta sin importar ni el qué dirán ni los convencionalismos sociales ni las normas estatales absurdas y opresivas, vivir en el lumpen puede llegar a ser muy interesante. La muerte no supone ningún riesgo si hemos creado durante la vida las condiciones inevitables para su llegada y eso solo se consigue con la libertad que se experimenta en vida, que te hace inmortal. Lo que justifica mi muerte es mi libertad. Pero para ser plenamente libre uno paga un alto precio: la soledad más abrumadora. Se sostiene la pamema de que caminamos en comandita y es mentira. Estamos solos.
Tus escritos teatrales reflejan siempre una gran sensibilidad social, denuncian realidades incómodas y ponen el acento en diferentes problemáticas. ¿Hasta qué punto consideras que la escritura, las artes y el teatro en particular tienen un poder de transformación en las sociedades?
Si te digo la verdad, no lo sé. Quedaría perfecto que, en plan gafapasta barato, te dijese que el arte remueve conciencias y que el poder del teatro cambia la sociedad y esas mierdas que tanto se estilan en el mundo de la farándula, pero no lo sé. Visto lo visto, lo dudo. Y me da exactamente igual. Yo necesito que tengo que denunciar ciertas cosas, pero no me paro a pensar en su repercusión porque paso de que me de una embolia.
A pesar de su nivel cultural elevado, tus personajes utilizan expresiones machistas al hablar de las mujeres, tienen dificultad para expresar libremente su sexualidad, viven o añoran vivir en casa de los padres. ¿Quieres señalar que, a pesar de todo, nuestra sociedad sigue dominada por unos valores muy tradicionales de los cuales es difícil desprenderse?
Es justo lo que comentaba antes, esa involución que estamos viviendo. Mi obra es tremendamente feminista, una oda constante al empoderamiento femenino, pero queda tanto por hacer para eliminar el androcentrismo imperante y la cultura judeocristiana. Lo peor es la involución, insisto, se está yendo hacia atrás en muchos aspectos. Ojalá llegue un día en que no existan los géneros y se de importancia al ser y no al estar. En cuanto a la cultura, no tiene nada que ver, uno puede ser un imbécil aunque se haya educado en La Sorbona o una persona con valores maravillosos aunque viva en el arroyo. No añoran vivir con sus padres, en eso discrepo, no les queda otra porque en este país no hay trabajo ni lo habrá nunca, de manera que la única salida es cambiar los pañales a sus padres y rezar para que la herencia sea jugosa. Otra opción sería tirarse por la ventana o el hueco de las escaleras, pero el ruido de los sesos explotando en el rellano causaría un estruendo innecesario.
¿Para tus textos te inspiras en hechos y personas reales?
Me inspiro en todo, en personas y hechos reales y en mi imaginación. Una mezcolanza maravillosa. Sí que es verdad que pienso que la mayor fuente de inspiración reside en las personas, hay gente que acumula anécdotas fascinantes que hacen que me embebezca, que quiera llegar a casa corriendo para plasmarlas en papel. Pero vaya, todo es inspirador, el cine, la literatura, un café en compañía de alguien especial, mis viajes, mis yoes.
Cada vez que un director de cine o de teatro escoge un texto para desarrollarlo en el escenario o frente a una cámara, se apropia del mismo, lo transforma y lo hace suyo. ¿Te duele ese proceso? ¿En algún momento has sentido decepción por una puesta en escena o, por lo contrario, te has quedado positivamente sorprendido frente al resultado final?
No es que me duela, es que es necesario. Hubo un momento de mi carrera en que me planteé una dicotomía: dirigir yo mismo mis textos teatrales o permitir que otras personas lo hiciesen. Yo amo dirigir mis obras, lo he hecho muchas veces y me fascina porque sé lo que quiero, al escribir el texto sé exactamente cómo distribuiré a mis personajes, cómo reaccionarán, la música, el decorado, etc… Pero uno solo puede dirigir en la ciudad en la que vive porque en el proceso de ensayos, obviamente, el director tiene que tocar y sentir a los actores, verles en el día a día. Opté por permitir que otras personas dirigieran mis piezas para que el público de diversas ciudades y países disfrutase de mi arte, de mi locura, de mi talento, y de hecho tengo obras en muchas ciudades de España y de medio mundo. ¿Si he sentido decepción? Si yo te contara, podría darte un ataque. Claro, pero son gajes del oficio, en ocasiones el resultado final me ha dado vergüenza ajena, lamentable, eso me pasaba hace años y lo he pasado fatal, ahora me involucro mucho en el proceso y solo permito que alguien dirija mis obras si hemos llegado a un consenso, en especial en cuanto a la transmisión de emociones y la idea que tenemos, muchas llamadas, videoconferencias, ensayos en la distancia. En eso he aprendido mucho, prefiero tener solo una obra en cartel pero que el director y yo tengamos la misma visión que varias con equipos que no conozco lo suficiente porque al final se sufre. Ojalá pudiese dirigir yo todos mis textos, pero vaya, hasta que me toque la lotería y pueda montar una productora tendré que buscar otras soluciones.
¿Qué te satisface más, escribir cuentos, novelas, textos teatrales o guiones cinematográficos?
Todo me nutre porque todo es arte y en todo pongo parte de mí. Pero donde me siento más cómodo es en narrativa. De hecho, teatro hace mucho que no escribo, lo que estoy haciendo ahora con mi dramaturgia es releerla y mejorarla, un ejercicio de humildad para conmigo mismo que me encanta, leo cosas de hace años y me digo `menudo truño` y lo reescribo, no son obras nuevas pero en algunos casos he cambiado tantas cosas que se puede hablar de un texto nuevo. El 80% de mi actual producción es narrativa gracias a mis contratos con revistas culturales y editoriales. Me siento muy libre en ese género y no existe ni el encorsetamiento monetario que exige una obra de teatro ni hay que lidiar con los desmesurados egos de los actores y mierdas de esas que me ponen malo. El cine no lo descarto, hace ya un año que trabajo con Presente Audiovisual, una productora madrileña, elaborando guiones de cortometrajes, y me gusta mucho.
¿Proyectos futuros?
Lo más cercano es el estreno de mi obra teatral La era líquida el 17 de abril en la Sala Pegaso de Madrid. La dirige con maestría Pau Blanch y, tras su periplo madrileño, queremos llevarla por toda España e incluso al Centro Cervantes de Nueva York. Es un texto muy potente enmarcado dentro del teatro social en la línea de mi anterior obra, Vidas invisibles.