Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Ecocrítica y feminismo: La compañía, una obra de Verónica Gerber Bicecci

En un mundo cercado por el COVID-19, donde se discute si el murciélago o el pangolín, y se ciega la acción del hombre en el asedio a los ecosistemas naturales que permiten estos rebasamientos zoonóticos entre especies, donde usar (¿“vestir”?) barbijos y abusar del alcohol en gel parecen ser la nueva norma, y a la espera de cuál será la novela del coronavirus, la literatura, o, mejor dicho, algunos artefactos literarios, ponen el foco en otros peligros silenciosos y silenciados que acechan tanto o más que esta pandemia. Me gustaría comentar en estas líneas La compañía (2019), de Verónica Gerber Bicecci (CDMX, 1981), un poderoso artefacto literario que se presenta como denuncia ecológica, fábula de terror, documento, novela casi policíaca -compuesta de rastros, huellas, testimonios, voces-, y archivo.

Ante la pregunta de cómo narrar el desastre ecológico que nos afecta más allá de las espectaculares intervenciones de Greta Thunberg –cuáles son las posibilidades de semejante acto narrativo-, esta “artista visual que escribe”, como ella misma se define, presenta un libro atípico, que más que libro es un artefacto narrativo complejo con distintos niveles de narratividad, o, como la autora propone, un “compostaje”. El volumen, impreso en blanco sobre páginas negras e ilustrado con diagramas, mapas y fotografías sobresaturadas, se divide en dos partes, a y b. La primera es una reescritura, reactualización, resignificación del cuento “El huésped” (1959) de Amparo Dávila en clave de fotonovela, pensada originalmente para formar parte de la exhibición de la instalación “La máquina distópica”, expuesta en la XIII Bienal FEMSA de Zacatecas. La segunda se compone de una suerte de crónica polifónica (archivística, me atrevería a decir) que reúne textos periodísticos, fragmentos de conversaciones con mineros, estudios, informes y reportes ambientales y geológicos en español y en inglés, cartas a diputados y senadores, y extractos del relato “José Largo”, de José Luis Martínez, intercalados con fotografías, planos de una mina de mercurio y mapas que podemos leer casi de forma orgánica. Una manera, digamos, de reterritorializar la propia intervención cultural en tanto que “compostaje”.

Gerber Bicecci expone en este libro un drama ecológico a sabiendas de que necesita de nuevas formas artísticas para intervenir en el entramado cultural. Y estas formas surgen, quizás, de una pregunta: ¿cómo archivar –y recuperar- las voces, los cuerpos? La artista propone entonces dos procedimientos, uno que parte de operaciones propias del arte contemporáneo y otro que arrastra una larga tradición de composición y diálogo literario. Por un lado, vemos intervenciones gráficas en un texto literario – (re)apropiación, fotografía, diseño gráfico, dibujo, arquitectura, archivo. Collage / montaje / engaste, como lo llama Julio Ramón Ribeyro en sus diarios: “incluir literalmente un texto ajeno dentro del propio con el objeto de resaltar su valor… cantidades de textos (cartas, fragmentos de diarios, informes, avisos publicitarios, sentencias judiciales, períodos de sermones, etc.) que pueden ser engastados. El engastador, en realidad, solo debe construir un marco para que la pieza se luzca.” (La tentación del fracaso 482)

Por otro lado, reapropiarse de un texto ajeno, resignificarlo al recontextualizarlo en un nuevo artefacto y una nueva serie literaria. Si bien la autora no “escribe” los textos, construye un relato a partir del archivo (literario, cultural, etc.). Gerber Bicecci interviene en el texto de Dávila cambiando la voz narrativa (de 1ra a 2da), el tiempo verbal a un futuro que sentimos ominoso, casi en remedo de “Aura” (1965) de Carlos Fuentes, produciendo lo que antes llamábamos interxtexualidad, otra forma de hacer literatura (que no es nueva) que implica tender redes y llevarnos a otro lugar distinto pero familiar del texto original. Este compostaje, como lo define Gerber Bicecci, no es una mera apropiación de los textos, sino algo más, ligado a la reconstrucción, la escucha, la lectura y reescritura. En ese sentido, la productora del texto prefiere pensarse como “reescritora” (ya hizo un procedimiento semejante con los haikus de José Juan Tablada). Para que esto suceda, para que este procedimiento de compostaje tenga lugar, hace falta que los textos (Dávila, Fuentes) estén ya escritos y consagrados. Este compostaje así definido será entonces una nueva manera de intervenir un texto, y de proponer un intertexto que incluya el sedimento, la basura, el reciclaje, lo orgánico, no las ruinas muertas de la cultura, sino lo que subyace y rebrota periódicamente y que se relacione precisamente con el trasfondo de la escritura de manera sustancial.

A partir de estas concepciones orgánicas del artefacto literario, nos adentramos en el drama ecológico de la Mina Nuevo Mercurio, localizada en un pueblo artificial, San Felipe Nuevo Mercurio, en Zacatecas en consonancia con un procedimiento familiar a buena parte de la novelística latinoamericana que tiende a situar los grandes dramas y novelas familiares en ciudades inventadas que van de Macondo a Santa María, pasando por la fantasmal Comala. Nos internamos entonces en un drama poblado de consecuencias ambientales y sociales producto de la minería a cielo abierto, impregnado de un profundo trasfondo poscolonial que se manifiesta fundamentalmente en la intervención de Estados Unidos en la explotación, pero también en el cierre y “limpieza” de la mina agotada. Al mismo tiempo, el texto recrea el ambiente de ominosa claustrofobia de la mina, presentándose a sí mismo como un texto claustrofóbico por el formato (apaisado, páginas negras con letras blancas, sobresaturada, sobreescrita), y por el efecto que produce en/de la lectura: nos sentimos atrapados en estas páginas negras como en la mina, guiándonos por la “luz” de las letras blancas que no nos llevan precisamente a un final feliz o a la bocamina, sino al desvelamiento de este drama ecológico.

Un aspecto más que quiero destacar de este libro que recomiendo tiene que ver con un alto grado de activismo que se desprende de estas páginas, y que podemos leer en conjunción con Distancia de rescate (2014), la fundamental nouvelle de Samanta Schweblin, en tono de ecofeminismo: en ambos textos se piensa desde el cuerpo, desde las marcas, llagas, cicatrices que va dejando la acción del hombre sobre el medioambiente e intervenir literariamente en la cultura. La silicosis y las enfermedades del mercurio en La compañía, las deformaciones producidas por los agrotóxicos en Distancia. Estamos, entonces, frente a un discurso de resistencia ecológico que por el momento está encarnado en algunas de las voces más interesantes y originales de estos tiempos y que le prestan un valor suplementario al texto literario. Así, al valor estético, tan logrado, le agregamos el ético, que hace más poderosa la intervención cultural`. Quiero terminar este comentario con una cita de una entrevista a Verónica Gerber Bicecci en la cual expone este accionar del feminismo y la ecoliteratura como fundamentales en el mundo que viene: “Todas las discusiones de la crisis climática están ligadas al feminismo, hay una relación allá entre lo que significa paisaje, tierra, cuerpo, y el topo de cosas que está exigiendo el feminismo, que están íntimamente relacionadas. No hay manera de pensar en el futuro tanto ecológicamente hablando sin un pensamiento feminista.” (Entrevista en Infobae México, 3 de diciembre de 2019).

Hey you,
¿nos brindas un café?