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Dos caras de una misma moneda

Opuestas, contradictorias. Y, sin embargo, caras de una misma moneda. Decimos, expresiones de una misma realidad. “Pepe” Mujica y Alfredo Ledezma. El primero, protagonista de un sistema democrático consolidado, cuyas raíces son muy hondas hoy en la conciencia popular de la mayoría de los latinoamericanos. El otro, víctima de la vocación autoritaria que aún sobrevive en nuestro hemisferio. El primero, ejemplo de alternabilidad en el poder, característica fundamental de los sistema políticos avanzados. El otro, paradigma de gobiernos que no toleran la disidencia, reprimen las protestas y se aferran al poder.

En Uruguay, “Pepe” Mujica, con la sencillez y la humildad que han sido su estilo de vida, ha entregado la banda presidencial a Tabaré Vásquez. Y dejado el palacio presidencial así como llegó a él la primera vez: manejando su “escarabajo” azul. En fin, lo hizo como un cualquier ciudadano; como un cualquier funcionario público.

La detención del Alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, y el asesinado de un joven estudiante, aparentemente ajusticiado a quemarropa por un miembro de la Policía Nacional Bolivariana, durante una manifestación de protesta por la detención del alcalde opositor, pone los reflectores en la realidad de un país que, apenas unas décadas atrás, fue una isla democrática y puerto seguro para quienes sufrieron los rigores del exilio. Y llama a la reflexión sobre la violencia política que los gobiernos de América Latina no logran desterrar.

Amnistía Internacional, en su informe para el año 2014, expresa preocupación por lo que considera un retroceso importante en materia de derechos humanos en nuestro hemisferio. Amen del alto nivel de impunidad y la militarización progresiva. Y acompaña sus apreciaciones con cifras alarmantes. Por ejemplo, en México, de acuerdo a fuentes oficiales, alrededor de 20 mil personas permanecían secuestradas, sometidas a desaparición forzada o en paradero desconocido. Entre ellos 43 estudiantes del Estado de Guerrero,  cuya desaparición provocó la indignación dentro y fuera del país. En Brasil, las marchas en protesta contra el alza de los precios del transporte y el gasto excesivo en eventos deportivos – léase Mundial de Futbol y  Juegos Olímpicos – fueron disueltas por la policía con un uso excesivo de la fuerza.

Sin embargo, más que la violencia generada por las protestas de carácter económico y social, llaman la atención las divisiones radicales que dominan la escena política en Ecuador, en Argentina y en Bolivia. Y en particular, la represión y el encarcelamiento de líderes políticos en Venezuela. Es precisamente la experiencia venezolana la que más preocupa.

Los clásicos “golpes” promovidos por coroneles deslucidos y desconocidos han sido sustituidos por la “toma democrática” del poder.  Toma que lideres de la oposición en Venezuela consideran un verdadero “secuestro” de las instituciones democráticas. Y es gracias a ese “secuestro”, llevado a cabo sin violentar los mecanismos constitucionales, reforzado por el temor que despierta la fortaleza recobrada por la oposición, que hoy el gobierno del presidente Maduro encarcela a los líderes de la oposición. Y los acusa de presunta conspiración para derrocarlo.

Los continuos llamados a la tolerancia, al debate y al diálogo de la Unión Europea y de la Onu; los esfuerzos de la Iglesia, por sentar en una misma mesa a los protagonistas políticos; las advertencias permanente de Amnisty International o Right Human Watch responden a una preocupación creciente por la deriva autoritaria en Venezuela. Y el temor que, al igual que pasó con las ideas predicadas por el extinto presidente Chávez, provoque un efecto dominó indeseado.

El establecimiento de regímenes democráticos en América Latina, luego de una larga temporada de dictaduras militares, ha sido el resultado de grandes sacrificios. El sistema presidencial de gobierno, sin duda alguna, refleja la idiosincracia de nosotros los latinoamericanos, siempre atraídos por el líder carismático – léase, caudillo populista y demagogo -. Y este sigue siendo hoy el riesgo principal. Decimos, igual que el construido por Chávez en Venezuela; por Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina; por Rafael Correa, en Ecuador, y por Evo Morales en Bolivia, puedan nacer modelos despóticos, mal disfrazados de democracias, capaces de perpetuarse en el poder a través del manejo inteligente de las instituciones democráticas avasalladas. Y, lo que es peor, hasta imponer, a los sucesores al poder. Esto, que es historia reciente en Venezuela, devolvería América Latina a los años 30, época en la cual dictadores como Juan Vicente Gómez, a quien muchos consideraron equivocadamente el último caudillo de Venezuela,  ponía y quitaba a su antojo a los presidentes de la República.

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