Al momento de escribir estas líneas, son pocas horas las que han pasado desde que tuvo lugar el concierto benéfico One Love Manchester, organizado por Ariana Grande apenas trece días después de que otro recital suyo en la misma ciudad inglesa de Manchester hubiera sido el escenario de un atentado terrorista que dejó decenas de muertos y heridos y que, por haber estado diseñado específicamente para matar a adolescentes aficionadas al pop más bien intrascendente de Grande, se sintió como un atentado especialmente terrible y brutal (spare me, por favor, quien quiera decirme que, poco después, hubo también atentados en Bagdad, Afganistán o Pakistán, o que los drones matan adolescentes también… tiene razón quien lo diga, sin duda [aunque tampoco es que sea demasiado productivo decirlo por reflejo], pero una cosa no quita la otra y no estoy yo por la labor de tabular horrores).
Varias cosas me sorprenden positivamente de lo que, hasta el momento, he podido ver y leer de este multitudinario concierto en el que, por cierto, me hubiera encantado estar presente y que ya está disponible online, en su totalidad y en alta definición de imagen y de sonido, para quien esté dispuesto a buscarlo durante cinco segundos. Por un lado, está el mero hecho de que el evento le haya salido tan bien a Grande, cosa que es reconocida unánimemente, por lo que puedo apreciar, en la prensa internacional. Ella es ya desde años célebre por su voz sobresaliente, por supuesto, pero también por usarla para cantar temas que, aunque a veces son interesantes (piénsese, por ejemplo, en su hit “Problem” de 2014), no pueden ser considerados ni siquiera clásicos del género de la música pop prefabricada para teenagers al que están clara y orgullosamente circunscritos. Por eso, supongo, así como por su corta edad (tiene 23 años), nadie hubiera pensado que tenía la entereza y la capacidad, realmente, de organizar un concierto de esta magnitud y de participar en este de manera tan digna y tan humana, máxime que ella misma estuvo cerca de ser víctima del atentado de marras. Pero lo ha hecho y, encima, el papel de anfitriona le ha sentado aparentemente muy bien. Vivimos en tiempos extraños. Donald Trump es “presidente” y Ariana Grande es la nueva Bob Geldof.
Por otro lado, y para continuar con lo de Geldof, no sé si me he perdido de algo (de uno o de muchos recitales o festivales benéficos de los últimos años, por ejemplo), pero lo cierto es que, para mí al menos, este concierto se siente un poco como un bienvenido –y, de hecho, ya muy esperado– cambio de guardia. Nada de Paul McCartney, Madonna, Peter Gabriel o Annie Lennox… ni siquiera Kanye. El insufrible Geldof no tuvo nada que ver. ¡Y POR FIN hubo un evento de envergadura planetaria para recaudar fondos para una buena causa en el que no metió cuchara Bono! No pretendo ganarme el respeto de mis lectores con lo que voy a decir ahora, pero, en rigor, Katy Perry, Miley Cyrus, Justin Bieber, Pharrell Williams (quien, granted, no es un jovencito ya sino un “anciano” de cerca de 45 años de edad… aunque, famosamente, parece un jovencito) y la misma Grande no tienen necesariamente nada que pedirles a las antiguas generaciones, al menos para efectos de un show con las pretensiones comercial y emocionalmente inmensas, pero artísticamente modestas, de este.
De hecho, entre tanta juventud (con un misterioso Dorian Gray infiltrado, en el caso de Pharrell Williams), las viejas generaciones estuvieron representadas por nada menos que por una reunión de Take That con todo y el gran Robbie Williams, ídolos de pubertad de gente ya de mediana edad pero aún más joven que el mismo Pharrell Williams, y sobre todo por la aparición, junto a Coldplay (un grupo de cuarentones que incluso cuando eran jóvenes hacían rock blandengue y que sonaba a jurásico), de Liam Gallagher, hijo rebelde de Manchester y otrora vocalista de Oasis, agrupación que, a lo sumo en un empate discutible con The Smiths, The Stone Roses y, en otro registro, precisamente Take That, puede ser definida como la más enorme y representativa Mancunian band de la historia.
Oasis merece capítulo aparte, además de que hay que considerar que, pese a algunos tuits del mismo Liam Gallagher (una persona a la que el epíteto de egocéntrico le queda pequeño) en el sentido de que su hermano Noel, su némesis eterna y el líder de Oasis para más inri, era un “sad fuck” por no haber participado en el concierto, One Love Manchester no tenía realmente nada que ver con Oasis ni con la generación del britpop. Pero escuchar a Liam nuevamente cantar “Maybe I just wanna fly / Want to live I don’t wanna die / Maybe I just wanna breathe / Maybe I just don’t believe / Maybe you’re the same as me / We see things they’ll never see / You and I are gonna live forever”, es decir la letra del legendario tema de Oasis “Live Forever” (1994), sería un verdadero acontecimiento en cualquier contexto, y más aún en uno en el que, como en este concierto de conmemoración de las víctimas de un atentado terrorista, la afirmación de la vida y de las ganas de vivir del texto de la canción, tan a contracorriente en el tiempo de su aparición, es decir en pleno apogeo de la era del grunge, adquiere nuevas connotaciones que, seguramente, se convertirán en sus lecturas canónicas futuras.
Pero es que, aunque One Love Manchester no se trate de Oasis, el atentado en esa ciudad inglesa acabó también, de manera más bien improbable, convirtiendo otro tema de esta banda, “Don’t Look Back in Anger” (1995), en un himno que, por obra y gracia de su resignificación por parte de las multitudes, ahora siempre se recordará como la canción de la resiliencia de Manchester ante la violencia terrorista. Cantado por Noel Gallagher en su versión original de los años noventa, el tema no podía entonces ser interpretado por Liam en el concierto (la solidaridad no llega a tanto y, como comentó alguien en redes sociales, “The fact that Oasis didn’t reunite for One Love Manchester is a testament to how we will not let terrorism change us”), por lo que dicho honor le correspondió a Chris Martin, el líder de Coldplay. Confesión: ¡detesto Coldplay! Pero en este caso por poco me entra una basurita en el ojo al escuchar esta versión, tanto porque la canción siempre ha significado mucho como porque ahora significa otra cosa y, realmente, más que antes incluso… si es que una frase tan enrevesada tiene sentido (para mí lo tiene). También porque es el público de Manchester el que, finalmente, la canta, la resignifica y se levanta, que no Chris Martin ni Ariana Grande: “So, Sally can wait / She knows it’s too late as she’s walking on by / My soul slides away / But don’t look back in anger / Don’t look back in anger / I heard you say”.
“At least not today…”