El día jueves Trump escribió un tweet que nos atrevemos a traducir:
Con el voto universal por correo (no el voto por ausencia, que es bueno) las elecciones de 2020 serán las más inexactas y fraudulentas de la historia de las elecciones. Serán una gran vergüenza para los EEUU. ¿Postergar las elecciones hasta que la gente pueda votar apropiada y seguramente?
En medio de pésimas noticias económicas y el rebrote de la pandemia, en buena medida consecuencia de su estulto liderazgo ante la crisis sanitaria, Trump suelta el globo de ensayo de un golpe fascista en los Estados Unidos. Lo hace a pesar de que sólo el Congreso posee la autoridad de postergar las elecciones por motivos específicos, cosa que nunca ha ocurrido.
Si Trump ha soltado tal globo de ensayo, lo hace en medio de una situación políticamente desesperada. La economía, que era su ariete para la reelección, se le ha venido abajo. Con ello, como lo muestran las encuestas, la probabilidad de su derrota aumenta significativamente.
El aprendiz de Duce o Führer apela a los sectores más atrasados y peligrosos de su base política con la intención de hallar en la sociedad civil y en las fuerzas armadas el respaldo necesario para terminar con el experimento democrático estadounidense.
Si existen sectores capitalistas, militares y un lumpenproletariado dispuestos a secundar el inicio de la tragedia fascista en los Estados Unidos, hacemos votos por que se repita la historia y se evite tamaña desgracia.
A principios de la década de 1930, un grupo de Wall Street concibió un plan para suplantar a Franklin Delano Roosevelt en la presidencia, tratando de convencer al retirado marine y mayor general Smedley Butler, el más condecorado de la historia de los Estados Unidos, de levantar un ejército y marchar a Washington para tomar la capital.
Temerosos de Roosevelt y sus reformas, los conspiradores del Putsch de Wall Street (The Wall Street Putsch) planeaban imponer un estado fascista. La intentona también se conoció como el Business Plot.
“Si ustedes consiguen 500.000 soldados que huelan a fascismo”, Butler le dijo al conspirador que se le había acercado, “yo voy a reunir 500.000 más y los voy a hacer pedazos.
Si el valiente general Butler se hubiera avenido a dar el golpe fascista en los Estados Unidos, la consecuencia habría sido nefasta: un eje germano-italiano-americano imposible de derrotar.
Cabe inquirir si actualmente existe un grupo de capitalistas equivalente a los conspiradores del Putsch de Wall Street de los primeros años de la década de 1930.
Acólitos del fascismo trumpista en los Estados Unidos serían la Rusia del tirano Putin, las hordas, partidos y gobiernos neofascistas de Europa oriental, y regímenes como el de Bolsonaro en Brasil y Duterte en las Filipinas.
Falta dar respuesta a la pregunta que surge de la situación descrita: “¿Si se da el caso, quiénes serían los actores civiles y militares que impedirán la pretensión fascista de Trump? Tendremos la respuesta en los días que sigan a su propuesta, que ya ha sido rechazada por demócratas y republicanos, y por Obama en particular durante su oración fúnebre a John Lewis, héroe de la lucha por los derechos civiles. A la ceremonia, asistieron los expresidentes Obama, Bush y Clinton, Jimmy Carter envió una carta, pero Donald Trump, confirmando su racismo, mandó sus condolencias por Twitter.
En su libro Too Much and Never Enough (Demasiado y nunca suficiente), Mary L. Trump, sobrina carnal de Trump, psicóloga clínica, advierte que su tío es un gran peligro para la democracia, que su enfermedad mental y su conducta irán empeorando, y que lo único que le queda es renunciar.
Estamos seguros de que Trump jamás renunciaría a una obsesión tan preciada como la Oficina Oval. Asimismo, esperamos que el pueblo americano sepa deshacerse de este aprendiz de tirano que, gracias a su patología física y mental, es responsable de decenas de miles de muertes a causa de la pandemia que, en uno de sus desastrosos momentos de inspiración, definió como un mal que por arte de magia desaparecería con la llegada del verano al hemisferio norte.
Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe y Marcela Valencia Tsuchiya