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Disidencia con wifi

Muchos piensan que los que están fuera de Venezuela se olvidaron de todo lo que allí sucede. Como si cruzar el piso multicolor de Cruz-Diez fuese un reseteo de los problemas y preocupaciones que se viven en Venezuela. Y la verdad es que no es así.

Los que estamos fuera de Venezuela vivimos divididos entre dos países; vivimos dos culturas y aunque estamos presentes, nuestra mente está en Venezuela. Con los nuestros.

Entonces se está aquí y se está allá.

Juntar a dos venezolanos de la diáspora en una mesa, así hayan 10 personas más de otra nacionalidad, implica un “chamo, ¿viste lo que hicieron ahora? Ahora sí que la vaina está jodida”. Y por allí sigue.

La única ventaja que tenemos los que estamos fuera es que podemos hablar y opinar con mayor tranquilidad, sin miedo a que nos suceda algo,  a que seamos juzgados o discriminados. La verdad es que es un alivio no tener que autocensurarse. No importa qué tantas veces hayas hablado de la situación de Venezuela, no te cansas. Es como una terapia por todos aquellos años en los cuales no pudiste comentar libremente lo que pensabas o sentías.

Para mi estar en Venezuela significaba medir con cuenta gotas mis palabras, evaluarlas, filtrarlas, tamizarlas. Como quien quiere gritar estando afónico y que lo único que sale es un susurro.

El venezolano era conocido por hablador, chicharachero y bullero. Hoy sus voces son calladas, apresadas, golpeadas, encarceladas.

El venezolano era conocido por ser alegre, bonchón y fiestero. Hoy reina un estado general de depresión, angustia y tristeza, hipócritamente adornada con cuñas gubernamentales que muestran un país perfecto, ocultando sus miles de muertos con tomas de nuestras bellezas naturales.

No se puede estar más alejado del famoso “calma y cordura” de Eleazar López Contreras. Lo que reina en Venezuela es “stress e insensatez”.

Los último intentos del gobierno por mostrar que todo está bien es como una bofetada a las familias de los muertos, secuestrados, desaparecidos. Es una patada en el estómago a las madres que hacen 4 horas de colas para conseguir leche y pañales para sus hijos. ¿Con qué cara les dices a estas personas que “todo está bien”? o cómo le dices que todo está bien a un enfermo que no consigue sus medicamentos y que su tiempo de vida se acorta porque al gobierno no le dio la gana de aprobar los dólares para adquirir las medicinas.

Y cómo no preocuparse si tu familia y amigos, la gente que amas, son los que pasan por eso.
Entonces se está aquí y se está allá.

Me da aún más tristeza ver cuando los defensores del régimen dicen “bueno pero en otros países es peor, aquí sí se puede decir lo que tú quieras. Mira lo que le hacen a la gente en Irán o en Corea del Norte por estar en contra del gobierno, los torturan, los matan”. Si, como si eso no pasara en Venezuela.

No me importa si en Irán o en Corea del Norte es peor. Su pueblo va a tener que luchar por defender lo que ellos creen correcto. No me importa si el mismísimo Obama ha sancionado a disidentes, Estados Unidos tiene más de 300 millones de personas que tendrán que librar esa batalla.

Sin embargo, Venezuela es mi batalla. Yo me siento parte de esos 30 millones de venezolanos que exigen una mejor situación de respeto, igualdad de condiciones, libertad. Mientras tanto, digo lo que pienso y espero ansiosa conocer esa Venezuela alegre, bonchona, fiestera y chicharachera.

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