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Dioses del Olimpo

Ni celebro ni acuso. Solo veo, acaso analizo. De mi abuelo aprendí a no perder de vista la objetividad. Ni siquiera en un juego de béisbol (que solíamos ver juntos en un viejo televisor en blanco y negro, antes de la invasión de partidos de fútbol por DirecTV). Por eso, no comprendo, o no comparto, el apetito destructivo que sobre líderes opositores muestran algunos en Venezuela. No lo digo solo yo, lo dicen muchos más: el verdadero enemigo es la dictadura de Maduro, no la MUD, ni tampoco María Corina Machado y su organización Vente Venezuela.

Sobre la MUD, no podemos ocultarlo, sus logros han sido pobres, y cuando fue en verdad contundente, como en el 2015, acabó siendo pírrica. En gran medida, ha sido así por la naturaleza del régimen, pero tampoco podemos eximirla de sus responsabilidades. A grandes rasgos, la alianza opositora ha sido ineficiente, como lo fueron también sus predecesoras. Por otro lado, los factores opositores ajenos a la MUD han planteado grandes verdades pero no han presentado una estrategia viable para construir la transición que plantean.

Creo, aunque espero estar equivocado, que en el sector opositor priva una élite intelectual que ha secuestrado el discurso, y, con una soberbia intragable, desdeña y ridiculiza todo aquello que no se ajuste a sus cánones. Creo, incluso, que la mayoría de las agresiones a María Corina Machado y a la guatemalteca Gloria Álvarez (que ha sido una voz muy crítica del proceso revolucionario venezolano) no se deben tanto a que sean mujeres, sino por su ataque sin cuartel a los postulados socialistas. Al igual que el chavismo, esa intelectualidad rechaza la disidencia y se yergue como si fuesen ellos deidades del Olimpo. Y todo aquel que rechace la disidencia no es un genuino demócrata.

La MUD ha fallado en su cruzada electoral. Ninguna de las victorias obtenidas ha servido a la meta que, como ciudadanos, le exigimos: la transición. No lo dudo, la MUD desea tanto como María Corina Machado el cambio, pero su apego a la salida electoral ha sido, a mi juicio, una estrategia errada. La dirigente de Vente Venezuela por su parte, interpreta bien la urgencia que demanda la gente, pero sus proyectos no son viables. Por su lado, el chavismo disidente, con Luisa Ortega Díaz al frente, tampoco aporta una estrategia de transición y se limita a criticar, duramente, al gobierno de Maduro, que, según su criterio, desmanteló el legado del «comandante».

La realidad es que hoy, Nicolás Maduro sigue gobernando y sigue maniobrando para crear un Estado comunista en Venezuela. La realidad es que la MUD, aunque jure sobre un puñado de cruces lo contrario, no tiene una estrategia coherente que favorezca la pretendida transición, y se aferra tercamente a una salida que cada día luce más complicada. Los otros grupos de poder tampoco plantean una salida democrática viable ni una oferta de gobierno para la transición. Cabe preguntarse entonces, ¿qué hacemos?

Creo que en primer lugar, hay que tener clara la naturaleza del régimen para diseñar las estrategias. Hay que saber que no es este, un gobierno democrático, sino una dictadura militar, cuyo propósito no es otro que la imposición de un modelo que preserve la miseria para lucrarse impúdicamente de ella. Luego, hay que reconocer que la unidad debe trascender tanto lo meramente electoral como a los actores políticos. La transición solo será posible, sea electoralmente o por otros medios democráticos, si los factores de poder ejercen presión para que la élite acepte la transición. Al gobierno hay que arrinconarlo y acosarlo, para que acepte ir a una genuina mesa de diálogo a negociar su rendición.

La tenencia de cargos públicos no puede subordinar la meta fundamental: la transición hacia un gobierno democrático. No le enmendemos la plana al gobierno. Que el régimen pague el costo político por sus atrocidades, que, dicho sea de paso, ya le está resultando caro, muy caro. Mientras tanto, los factores democráticos deben construir más que una unidad electoral – que está visto, no sirve para mucho –, un genuino frente nacional que arrincone de verdad a la dictadura.

La élite se puso al margen de la ley hace rato y, por ello, echó por el caño su legitimidad para ejercer la autoridad. No lo digo yo, lo establecen los artículos 333 y 350 constitucionales: tenemos el deber y el derecho de restituir el orden democrático ultrajado.

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