Querido Alfonso:
Te escribo para felicitarte y darte las gracias. Estoy profundamente agradecida contigo por todo lo que me aportó Roma, nominada por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas a diez premios Óscar. No me sorprende su éxito mundial, el cual no hará más que hablar bien de un México talentoso, sí, pero actualmente muy herido y confundido ante tantos acontecimientos de corrupción y de muerte. Cada escena de tu película evoca un recuerdo o un sentimiento, los cuales no necesariamente están relacionados con el México de los setenta. Una de las tantas virtudes de Roma es que su historia tiene que ver con valores universales como la lealtad, el sentido maternal, la ternura, el feminismo y la lucha por la sobrevivencia; pero también tiene que ver con lo más oscuro de la condición humana: la injusticia, la pobreza, el machismo, la violencia, la lucha de clases y los gobiernos autoritarios. Si a todo lo anterior se le agrega: la dirección, la actuación de los artistas, el guion, la fotografía y el diseño de la producción, la calificación es: ¡diez mención! Como dijiste en la entrevista que te hiciera Carmen Aristegui: «Para bien o para mal, Roma demostró que las problemáticas y las llagas las compartimos, no solo socialmente, sino con el resto de la humanidad y creo que son esas llagas con las que se conectó la gente».
No te puedes imaginar, mi querido Alfonso (siento que ya te quiero), lo que significa tu éxito en estos momentos para los mexicanos, cuyas llagas de las que hablas están lejos de que cicatricen. Como sabes desde hace tiempo, andamos de capa caída, frustrados y muy divididos entre los que llama López Obrador los «fifís» (blancos) y los morenistas a ultranza. Esta división también existe en la opinión pública, entre periodistas, analistas políticos y comentaristas, pero sobre todo, se ha radicalizado en las redes sociales. O aman a AMLO o lo odian con todo su corazón. No hace mucho me dijo una señora de corte más bien conservador: «lo odio más que a Hitler». ¿Te das cuenta? Por este tipo de opiniones se han perdido amistades, se han dividido familias y se ha creado un ambiente sumamente polarizado. Tal vez en lo único en que muchos mexicanos estamos de acuerdo, hoy por hoy, es en el gusto y orgullo que nos provoca el reconocimiento de Roma.
«La critican mucho, es muy criticada», me dijo Lety, cuando le dije que Yalitza Aparicio (Cleo) estaba nominada como mejor actriz. Me apenó mucho que quien trabaja en mi casa, desde hace muchos años, asumiera estas críticas con un dejo de resignación. Tiene razón Lety, a Yalitza la han criticado mucho. Ayer, precisamente, leí que Eiza González lamentaba que hicieran memes sobre la nominación al Óscar de la actriz oaxaqueña. «Yo sé que son memes y chistes pero no se dan cuenta cómo realmente sobresale nuestra tendencia a minimizarnos y humillarnos como cultura en sus constantes comparaciones», expresó la actriz. Hasta el conductor estadounidense Jimmy Kimmel, en su programa Live!, le hizo varias preguntas a Yalitza que a muchos molestaron. Por ejemplo, le preguntó: «¿Ha escuchado hablar de Netflix?». Aparicio nada más sonrió y contestó que claro que sabía qué era Netflix. En una de las notas de El País que hablaban de Yalitza, en grandes letras se leía: «La sirvienta que se ha convertido en estrella». Claro que los usuarios de las redes tacharon a la periodista Marién Kadner López como «clasista y racista». No hay duda que la sola presencia de Yalitza confronta y perturba muchos prejuicios sociales que venimos arrastrando desde hace siglos. He allí otra de las grandes aportaciones de tu trabajo en relación al clasismo y racismo que padecen muchos países, especialmente México. Que nos quede bien claro y como dices tú, Cleo es Roma.
Por último me gustaría comentarte que en casa de unos tíos (muy burgueses) que vivían en la calle de Guadiana, contaban con una gran cocinera que tenía una hermana, dos hijas, dos sobrinas, una cuñada y tres nietas trabajando para ellos. Todas vivían en dos pequeños cuartos de servicio semejantes al que habitaban Cleo y su compañera (hermana) en Roma. Después de servirnos de comer, se instalaba toda la familia alrededor de una pequeña mesa en la cocina. A esa hora, nadie los interrumpía, comían lo mismo que mis tíos y sus sobremesas duraban horas. Finalmente, la verdadera familia sentimental de mi prima hermana eran estas maravillosas trabajadoras domésticas, incluyendo a su nana, que adoraba.
Gracias por todo esto, Alfonso Cuarón.