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Dialectica de los contrarios

Una cuadrilla de más de cincuenta voluntarios, sustituyen las plantas que adornaron el East River Park con sus flores de primavera hasta marchitarse, dando espacio a los verdes espléndidos del verano de hojas grandes y alegres… arrancan la maleza bajo el inclemente sol que sube y crece y no perdona, con palas, trasladan carretillas, traen cajas de plantas que aspiran a más tierra, todos llevan la misma franela que los identifica como voluntarios, de todas las edades, razas, tamaños, contexturas… Un buenmozo voluntario, en sus bien conservados cincuenta largos, pasa y me mira, sabiéndose con los músculos en su sitio. Lo acompaña otro buenmozo, de lentes oscuros y bandana, de actitud motorizada… tan cómodos en su piel, caminan orondos con todos los derechos de su lado, obviamente, son los duros de la partida.

Me entretengo mirando a un joven de pelo muy largo, gorra y lentes oscuros, aun vestido de noche y con los excesos a cuestas, la cabeza entre las manos, sentado en un banco más allá. De alguna manera, la faena en el parque lo hace levantar muy poco a poco el rostro, hasta que su mirada se encuentra con los voluntarios que trabajan afanados en el jardín. El los mira como seres dignos de estudio… con un cierto desprecio que al rato lo hace mirar a otro lado, ¿desprecio a los voluntarios… o a sí mismo…? Ahora su mirada cansada y descreída se topa con la mujer que hace ejercicios mas allá: sube y baja los brazos, las piernas, voltea la cintura, por detener el entumecimiento de las ganas que inevitablemente llegan con los años… unos cuantos años que revelan su vestimenta deportiva ajustada. El joven se quita la gorra, tal vez acalorado por el movimiento en su entorno. Su pelo castaño más oscuro por el sudor, los pensamientos revueltos, me mira y se quita los lentes oscuros por afinar el escrutinio. Su mirada agotada ya no resiste tanta salud alrededor, la paz que necesitaba no está en el parque esta mañana, se levanta de un golpe, el rictus amargo en sus labios y el paso decidido, golpeado de cuerpo y alma… hasta que salió del parque y se perdió lejos de esa gente que llegó a descolocarle el despecho, restregándole en la cara el bienestar, el entusiasmo, la solidaridad, la vida sana y todas esas cosas que mortifican después de una noche larga, cosas que no curan sino que agravan…

Lo cruza un hombre en bicicleta fumando, este sí, sin ningún remordimiento… lo esquiva otro que sin camisa muestra un torso trabajado y erguido en citibike, mientras filma lo que ve con su teléfono a ritmo de pedal… Pasa a su lado un señor de lentes, de paso esforzado, con capucha anaranjada y guantes de cuero, ¡a más de ochenta grados!, sus más de sesenta años en pleno ejercicio…

Entonces el hombre de la bandana vuelve a pasar. Pero esta vez no me mira desde la altivez de su mejor mirada de buenmozo motorizado. No, esta vez viene viendo el piso. Esta vez viene solo, sin el buenmozo de músculos en su sitio. Y ahora se le ve la barriga, al paso que lleva su peso, ya él no es quien mira sino quien evita ser mirado. Parece otra persona, no lo hubiera reconocido si no es por la bandana y los lentes. ¿Dime con quien andas y te diré quién eres?

Aunque ese dicho se refiere a que tus acompañantes te definen, sobre todo en términos de la “mala junta”, pues si andas con drogadictos es muy difícil creer que tú no consumes, o si andas con unas “zánganas” pues será que te gusta la “rochela”… esta mañana descubrí que el dicho puede decir casi lo contrario, es decir, prevenir en un sentido mas “positivo”, aunque menos garantizado: te pegas del buenmozo a ver si así te ves más buenmozo… Asunto adolescente, no por edad sino porque adolece. Todos tenemos algún recuerdo, bueno o malo, de las dinámicas escolares que tienen que ver con eso de arrimarse a los que tienen éxito a ver si en algo se nos pega: todas querían ser amigas de las populares que son las más lindas y con más personalidad, para que les salpique, para verse más lindas y parecer más simpáticas y lograr conseguir novio tal vez… mi mamá tiene sus cuentos, los tengo yo y mi hija… todas las series de televisión y películas de adolescentes tienen ese único tema… no es exactamente que “el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”, pero se parece.

Lo que enternece es ver como eso opera en hombres adultos. Es común preferir imaginarlos con más fuerza de carácter y por eso tal vez cuesta verlos en su exacta dimensión y sorprende descubrirlos tan expuestos y vulnerables como pude ver yo al barrigón de la bandana esta mañana. Que me llevó a pensar en los no pocos que conozco que se pegan de los adinerados para sentirse y verse adinerados aunque eso les cueste gastar lo poco que tienen en frivolidades de ostentación… en los que andan con inteligentes y se dejan usar y abusar, sólo para que los tomen por inteligentes…

Más allá de las leyes físicas del dos más dos son cuatro, del verde al lado del rojo que vibra más y es más verde. No es tan simple como que el vacío pesa más cuando yuxtapuesto al lleno, sino tal vez, todo lo contrario: no siempre los gordos se ven mas gordos cuando se acompañan de flacos. Hay veces que adelgazan. Porque la dialéctica de los contrarios tiene sus bemoles y en ocasiones funciona y se potencia de maneras insospechadas. Sólo hay que observar… pues es la actitud, el engaño, lo que tiene que ver con lo estrictamente humano, lo que cuenta.

Cuando en Venezuela se viven los momentos más dramáticos de la debacle económica y política que nos quita la vida, hay mejor y más teatro que nunca, aunque los espectadores merman como los marchantes de las manifestaciones, hay una decencia que resiste y muestra su alcance sobrepuesta a la tristeza, la rabia y el miedo, casa por casa, una solidaridad en la carestía que sin necesidad de argumentos une esfuerzos por sobrevivir, una sospecha silenciosa de días mejores que nos levanta de la cama cada mañana, a pesar de los días contrarios que corren… Y me agarro de eso, pienso en eso, atajo mi corazón herido de ausencias y distancias y recuerdos felices, observo la gente en el parque e imagino sus pulsiones, para entretener la incertidumbre de un grito de dolor que se me acumula, para no llorar.

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