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El día que el “choro” le robó el aliento a los caraqueños

La cosa fue con puntualidad británica. El encuentro estaba fijado para las 11:30 am del domingo 27 de agosto, y así fue: ni un minuto más, ni un minuto menos. Los músicos fueron entrando de uno en uno, sobre un stage muy pequeño, en la intimista Sala Experimental del Centro Cultural BOD. Con este homenaje a Jacob do Bandolim inició el ciclo Sons de Brasil, el cual revisitó en cuatro conciertos, estilos fundamentales de la exuberante y rica cultura musical de ese país.

David Peña y Pedro Marín, hicieron un elegante paseo por el choro, uno de los géneros más  descollantes de la música brasileña. Rolas de Jacob do Bandolim, acaso el más grande e influyente mandolinista del gigante del sur,  y también de otros autores quintaesenciales, como Ernesto Nazareth y Pixinguinha.

Una escalinata sencilla y minimal, confeccionada con tacos de madera pintados de azul, se elevaba hasta el escenario. Una iluminación muy austera: un par de seguidores, con filtros, y el aparataje de audio estrictamente necesario.

David Peña, en la guitarra siete cuerdas, y Pedro Marín, en el bandolín, cabe decir que son reconocidos entre otros proyectos por su trayectoria con Ensamble Gurrufío y Caracas Sincrónica, respectivamente.

El padre del choro

“Se dice que el ‘padre del choro’ fue Joaquim Callado Jr., un flautista que en la década de 1870 organizó un grupo con el nombre de ‘Choro do Callado’, los historiadores concuerdan, en general,  que el chorinho brasileiro nace como un peculiar estilo de interpretar diversos géneros musicales internacionales que devino, por su popularidad y fuerza, en un género versátil y urbano que, en el siglo XX floreció de la mano de músicos como Ernesto Nazareth, Anacleto de Medeiros, Garoto, Patápio Silva, Benedito Lacerda, João Pernambuco, Luís Americano, Heitor Villa-Lobos, Radamés Gnattali, Waldir Azevedo y, muy especialmente, el compositor y saxofonista Pixinguinha y Jacob Pick Bittencourt, Jacob do Bandolim, figuras clave de la música brasileña en general”, se lee en el despacho de prensa del concierto.

La célebre rola “Tico tico”, de la cual Paquito de Rivera –entre tantos otros- tiene un cover magnífico, es un ejemplo claro de lo que es el choro, para los lectores menos entendidos. Usted puede revisar en este enlace el material de Jacob do Bandolim:

 

https://www.youtube.com/watch?v=AfFZuEIlkGA&amp

Brasileirinho, Doce de Coco, Assanhado, Vibrações, Carinhoso, Noites Cariocas, Brejeiro, Tito Tico No Fubá, Santa Morena, Um a Zero, Reminiscências, son algunos de los chorinhos más conocidos. Algunos fueron interpretados en este viaje musical y atemporal hacia uno de los géneros más fecundos del rico universo de la música popular brasileña, en el que también participaron como invitados el bajista Iván Peña y  el percusionista Carlos Rojas Zoccolo. La cantante y fagotista Luisana Pérez tuvo una participación especial.

Mención aparte merece Luisana Pérez, quien se robó el show completamente. Una cuerda sorprendentemente afinada, entonó canciones en perfecto portugués; y un savoir faire en escena como pocos, cautivó a hembras y varones, por no detenernos en una cartesiana ejecución del fagot: tocó limpio, impecablemente limpio, pero también con un ángel que hizo de aquel mínimo espacio, una eternidad inmensa.

“Sons de Brasil celebra el primer año del espacio Domingos en la Experimental que, desde agosto de 2016, ha presentado ciclos temáticos que han contribuido a la proyección del trabajo de artistas consagrados y emergentes, convirtiéndose en una exitosa opción para el público de Caracas en la atmósfera íntima y cercana de la Experimental del Centro Cultural BOD”, remata la gacetilla en cuestión.

 

Los mejores músicos del orbe

Al cerrar el show, el público aplaudió a rabiar y de pie. Para nadie es un secreto que los músicos venezolanos son los mejores del orbe –allí están Gustavo Dudamel, Clara Rodríguez, Edicson Ruiz o Gabriela Montero-, y acá esto quedó en entera evidencia.

Caracas es un caos colosal. Un estruendo de maquinaria pesada, y motos chinas malignamente zigzagueantes. No estamos entre las ciudades más peligrosas del planeta. ¡Somos la ciudad más peligrosa del planeta! Sin embargo, la capital venezolana entraña secretos selectos. Y espacios como BOD ofrecen pequeñas miniaturas salvajes, estridencias chic, que uno agradece.

En Caracas se llama “choro” a un delincuente callejero de poca monta, a un carterista ralo, a un arrebatador de esquina. Por esta vez, la palabra tomó otra connotación. No deja de ser una paradoja que también se refiera a un género de la música brasilera tan festivo y elegante a la vez. Este choro nos robó: pero nos robó el aliento por un par de horas. Así es nuestra bestial Caracas.

Al salir a la calle, la resolana de la 1:00 pm ofendía las pupilas. Tocaba plantar cara de nuevo a la calle, en la capital del infierno, alguna vez llamada “la sucursal del cielo”. Hubo una tregua. Este show, tantos como este que se hacen, son pequeños altos al fuego. Pequeños oasis en medio del desierto. Y dependiendo de cómo conciba uno a los ángeles, entonces tal vez Caracas siga siendo “la sucursal del cielo”. Hay que ver el vaso medio lleno. Sí.

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