Por sólo comentar una de las ventajas que te ofrece conocer a tus vecinos, quiero decir que es lo que definitivamente te pone en relación con la realidad que te rodea y que te compete muchas de las veces, más de lo que te imaginas. Es muy difícil sospechar, por más literaria que seas, lo que sucede detrás de cada puerta, cada ventana, luego de superado el pasillo común. Mucho menos cuál es el destino de los pasos con los que te tropiezas en el lobby de entrada de tu edificio, una vez que alcanzan el anonimato aparente de la acera.
Más allá del hi, how are you, good to see you, suceden los vectores que componen las fuerzas vitales del universo. La red entrelazada que nos hace barrio, ciudad, país… universo. Me refiero al universo inmediato, compuesto por el vendedor de bicicletas, el abasto, la peluquería y el parque aledaños a tu hogar y de uso cotidiano… y el universo que llega a las estrellas. Porque mi vecina cree en las estrellas y en los planetas. Cree incluso en alguna deidad que al final de cuentas, es dueña de todas las explicaciones. Y lo dice como si fuera asunto de los poderes curativos de la linaza o el omega 3 del pescado.
Sin embargo, esa construcción de una entidad superior y omnipresente que explica todo lo que sucede, guste o no guste, no parece bastarle a mi vecina. Pues además de las cartas astrales y la lectura de lo simbólico que anuncia el futuro, que hace mi vecina con sólo verte, -pues se siente dotada de un cierto y muy especial talento caído del cielo, que afortunadamente le permite hacerse de algún dinero haciendo consultas privadas, mientras el esposo hace expresionismo abstracto-, ella concurre a terapias de grupo donde se asiste de la historia de otras vidas para tratar de entender la propia. Así como el alcohólico en busca de conversión, se acompaña de similares, existe el grupo de los deudores, que es adonde va mi vecina: los Deudores Anónimos.
Tuve que pedirle que repitiera el nombre de la asociación un par de veces, para estar segura de que estaba entendiendo. ¿Deudores Anónimos… son los que están endeudados… con los bancos… con la familia…? Esos nunca son muy anónimos que se diga… La asociación reúne a tres tipos de deudores, fundamentalmente: los que gastan más de lo que tienen; los que gastan todo lo que tienen hasta quedar sin nada; o los que puestos en posición de hacer dinero, se auto-sabotean el disfrute del éxito que se les ofrece.
Hay asociaciones en toda la ciudad. Comprensible, en una ciudad como Nueva York, que alienta de manera tan vehemente el consumo, que te facilita tan expedita, el endeudamiento. Donde es más sencillo conseguir una tarjeta de crédito que pagar el autobús cuando no tienes tarjeta de metro. Puedes comprar la tarjeta de metro en las estaciones que tienen máquinas, que no son todas, y en algunos supermercados, que tampoco son todos. Pero si olvidas tu tarjeta de crédito en un restaurante, es tan fácil obtener una tarjeta nueva en el banco mas cercano, que muchos no regresan al restaurante a buscar la tarjeta olvidada, almacenada entre decenas de tarjetas olvidadas y abandonadas. Y en cuanto a los deudores, también es fácil: pueden conseguir una asociación en cada barrio, el nuestro incluido.
Aparentemente, lo mas nutritivo de la experiencia de asistir a una de estas asociaciones, es cuando el asistente comparte sin visos de autocompasión, su experiencia con toda honestidad. Porque es ahí donde los demás logran identificarse. Es ahí donde te das cuenta de que no estás solo en el mundo, de que errar es lo más humano de lo humano. Cuando encuentras con quien hablar de justamente eso que te enturbia los días. Eso sí, cuando es desde el fondo del corazón, con la verdad en la mano, sin vergüenzas ni pretensiones.
Pensé, al escucharla, que la dinámica de esas asociaciones se parecía a lo que sucede con el arte. En todo caso, el arte dramático que es el que más conozco, cuando está revestido de honestidad, es cuando verdaderamente permite que suceda la magia del teatro, esa conjunción vital entre actores y espectadores que hacen catarsis y se liberan, toda vez expuestos a verdades que nos hacen coincidir, sentirnos parecidos, montados en un mismo barco. Por eso los hallazgos que permite el teatro, cuando se quedan en el corazón, bien pueden llegar a cambiar las cosas. Es la trascendencia de lo honesto, de la verdad compartida lo que explica que siga subiendo el telón, a pesar de todo y en todas partes.
Mi vecina me dio la razón: los martes la sesión la dedican especialmente a los actores. ¡No me lo podía creer! Constatar desde lo más imprevisto, la realidad que nos enferma a los de mi oficio, me llegó a los huesos.
Cuando haces teatro, rápidamente constatas de que no sólo tú, sino que la gran mayoría de la gente que hace teatro es capaz de trabajar gratis con tal de ejercer el oficio que ama, y aún más, de llegar a gastar todo lo que tiene con tal de trabajar. Pero… ¿todos los Martes dedicados a los actores?… ¿qué le debe y a quién le debe, la gente de teatro? ¿Cuál es el éxito al que se resiste el teatrero que vive sin quince y último? ¿No es por los aplausos que actores, escritores, directores… somos capaces de cualquier cosa? ¿Por qué están tan desasistidos y mal pagados… si es bien sabido que contribuyen consistentemente a la salud de la sociedad? ¿Por qué cada vez son menos los espacios? ¿Por qué son tantos los que necesitan acudir a Deudores Anónimos? ¿Es que debo decir que por fin los actores y teatreros estamos bien representados en una asociación, de deudores, que al menos no nos deja solos en este mundo?