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esteban ierardo

DETRÁS DE LA CAÍDA DE LA CASA USHER, DE E. A. POE

Desde la terraza de una confitería, aprecio la luminosidad de la tarde. La ciudad abajo, y en derredor, se extiende como un gran anillo de casas y pequeños edificios. Las nubes están lejos, pero no el crepúsculo. Respiro la luz y un viento suave (1). Y ya no puedo evitar escribir una opinión sobre lo extraordinario que se derrumba en una de las prosas más excepcionales de Edgar Allan Poe: La caída de la Casa Usher.

Edgar Allan Poe (1809‐1849) es un espíritu atormentado. Su mirada enfilada al abismo es inseparable de su sensibilidad clarividente. La inteligencia del artista piensa a través de intuiciones. El intuir de Poe atraviesa muros hacia el universo sin límites. Su ensayo Eureka. Y convierte en un género las agudas deducciones del detective Dupin en Los crímenes de la calle Morgue; o imagina con meticulosidad creativa la búsqueda de un tesoro en El escarabajo de oro. 

O sobresale su construcción de un sentimiento trágico en su célebre poema The raven. Para su escritura usa un método deductivo que expone en La filosofía de la composición. Es el poema con el estribillo Never more, proferido por un cuervo posado sobre un busto de radiante blanco.

En la red de sus cuentos, Poe exterioriza su mundo, hecho de mansiones, sótanos, mujeres de lánguida belleza, gatos negros, la culpa y confesión de un criminal que escucha el corazón de su víctima; experiencias de ultratumba; la muerte oculta tras una máscara roja; el pánico de un enterrado en vida; el tuberculoso Valdemar que cae en trance durante un experimento y describe su estado moribundo hasta que lo despiertan y se convierte en “una masa casi líquida de odiosa y repugnante descomposición”.

En el siglo XIX aún se sabía muy poco de la Antártida, Poe entonces imagina a unos viajeros que se aproximan al continente helado en Las aventuras de Arthur Gordon Pym. O sumerge al lector en un torbellino en el Atlántico norte, de colosales paredes de agua que giran y se hunden hasta el fondo más oscuro del océano, en Un descenso al Maelström.

Poe se entusiasma con lo gótico, lo oculto, el amor metafísico, los relojes de lentas agujas y vetustas cajas de madera. Poe es lo que escribe. Su sensibilidad traspasa el hierro y las superficies. Escritor de literatura fantástica. Creador del género policial. Hacedor de climas terroríficos, y de visiones futuristas, de cartas escritas en un globo en 2848, en Mellonta tauta. Pensador monista, místico. Para él, el mundo se compone de cavidades hondas, secretas, cercanas.

Pero Poe comprende también su propio tiempo. El del Estados Unidos mercantil, pragmático, del utilitarismo eficaz, constructor de puentes y líneas férreas; el de la expansión de la civilización de chimeneas y trenes. Fervor civilizatorio sin lugar para un poeta, como él, con lunas y brumas en la mirada. Poe seguramente intuye el cercano hundimiento de su mundo. Y acaso escribe esa intuición bajo la apariencia de un cuento de terror.

La caída de la Casa Usher es publicada por primera vez en la revista Burton’s Gentleman’s Magazine, en 1839.

El narrador de la historia es amigo de la infancia de Roderick Usher. La vehemencia de su carta pidiéndole que lo visitara lo anima a suspender sus rutinas, y emprender el viaje. Llega a la cercanía de la casa de Roderick. Percibe una atmósfera densa, especial:

“Mi imaginación estaba excitada al punto de convencerme de que se cernía sobre toda la casa y el dominio una atmósfera propia de ambos y de su inmediata vecindad, una atmósfera sin afinidad con el aire del cielo, exhalada por los árboles marchitos, por los muros grises, por el estanque silencioso, un vapor pestilente y místico, opaco, pesado, apenas perceptible, de color plomizo. Sentí que respiraba una atmósfera de dolor. Un aire de dura, profunda e irremediable melancolía lo envolvía y penetraba todo” (2).

La casa en un entorno en el que se trenzan lo “pestilente y místico”, el dolor, la melancolía, un estanque silencioso. La casa, así impregnada, exhala el aura de lo extraordinario, fuera de lo rutinario y adocenado.

El encuentro con Roderick lo sorprende por “la palidez espectral de su piel, el brillo milagroso de sus ojos…”; una impresión aterradora, al par que el narrador entra en la casa llena de antigüedades, muebles, escaleras, tapices. El visitante intuye que el aspecto enfermizo de Roderick es efecto de la casa, de los muros, las torrecillas grisáceas, el estanque. Por eso sospecha la “influencia que algunas peculiaridades de la simple forma y material de la casa familiar habían ejercido sobre su espíritu”.

Roderick vive con su hermana Lady Madeline. Bella pero exangüe, enfermiza; atractiva al tiempo que lejana, enigmática. Ella será alcanzada por la muerte. Pero…

Pero Roderick no es solo el prisionero en una casa fantasmal. Sus gustos, su personalidad, irradian refinadas sensaciones artísticas y espirituales:

Yo sabía, sin embargo, que su antiquísima familia se había destacado desde tiempos inmemoriales por una peculiar sensibilidad de temperamento desplegada, a lo largo de muchos años, en numerosas y elevadas concepciones artísticas…”

El talento artístico de Roderick se manifiesta por la pintura; es capaz de pintar una idea, y “lograba proyectar en la tela, una intensidad de intolerable espanto, cuya sombra nunca he sentido, ni siquiera en la contemplación de las fantasías de Fuseli, resplandecientes, por cierto, pero demasiado concretas”.

La fantasía copiosa de Roderick, digna de un Fuseli (el pintor suizo autor del famoso cuadro La pesadilla), se anuncia también en su música. Sus armonías de guitarra, sus impromptus. En su piel asoma el animismo, ya que “afirmaba la sensibilidad de todos los seres vegetales”; es decir, la vida, acaso consciente, en las plantas, y presente también en el “reino de lo inorgánico”, en “las piedras grises de la casa de sus antepasados”. Espiritualidad de las piedras por el “método de colocación de esas piedras”, que Roderick imagina como ligado a las aguas del estanque. La percepción de una sensibilidad que desprende el entorno, las piedras, las plantas, la casa; lo vivo no únicamente en lo humano. Algo que el visitante sólo comprende como liberación de la fantasía. Pero una vida fantástica que el narrador no duda que ha forjado el carácter de su amigo. Una personalidad, ávida de trascendente poesía, que se alimenta por los libros que lo rodean; anaqueles con obras de ocultismo y filosofías de lo invisible, como Cielo y del Infierno, de Swedenborg; el Viaje subterráneo de Nicolás Klim, de Holberg; la Quiromancia, de Robert Flud; la Ciudad del Sol, de Campanella; pasajes de Pomponius Mela sobre los viejos sátiros africanos y egibanos. Todas estas lecturas, y también la de otros libros no mencionados, lo fascinan. Su principal deleite es el manual de una iglesia olvidada: las Vigiliæ Mortuorum Chorum Eclesiæ Maguntiæ.

Y Lady Madeline mira en el intersticio entre los vivos y los muertos. Desde el lamento de los enterrados, y violando todas las leyes de lo posible, regresa a la vida. Monstruosidad prodigiosa, milagro oscuro, que debe pagarse con el terror inundando el texto, el ánimo de Roderick, del visitante, de los lectores. Aberración que justifica el derrumbe posterior de la casa, y la lectura del relato como exponente de terror gótico, del Poe como arquitecto de pesadillas y noches de espanto.

Pero otro sentido nos parece escondido entre las líneas, mientras la casa, en su tejado, muestra una fisura que se ensancha; mientras una luna llena de sangre se acerca, al tiempo que los muros antes poderosos se desmoronan, y el estanque se cierra; y todo en la Casa Usher se resquebraja como listones partidos, hasta reducirse a un montículo de escombros (3).

Caída, desmoronamiento, del que escapa el visitante. Metáfora del hundimiento de algo…

El narrador huye del desplome, como el propio Poe quizá, nos gusta sospechar, mientras, donde escribo, el atardecer se pinta de rojo y naranja; mientras la noche casi besa el cielo, las casas, las calles, las teclas que sigo golpeando, para escribir la última sospecha…

El desmoronamiento como hundimiento de un mundo, el del propio Poe. Caída de la casa de las intuiciones profundas, de las exquisiteces del espíritu de Roderick, de él mismo. La casa‐mundo de Poe ya no puede permanecer en pie en el tiempo de la máquina, la prensa, el telégrafo. En el nuevo reino de lo utilitario, el arte y la profundidad de Roderick, de Poe, ya no tienen lugar, ya no pueden tener su casa, su refugio, una morada amurallada. Al arte del autor de Ligeia, al escritor de la sutileza que percibe lo profundo en el mar, el castillo, la mujer y lo invisible, solo le queda la intemperie, la desnudez, la soledad, entre las ruinas de su mundo caído, hundido, desvanecido en la niebla.


Citas, notas

(1) Referencia a la terraza de la confitería San José, en el barrio de Mataderos, en la Ciudad de Buenos Aires.

(2) Todas las citas son de E. A. Poe, “La caída de la casa Usher”, en Cuentos completos de E. A. Poe, volumen1, ed. Alianza, de la famosa traducción de Julio Cortázar.

(3) Entre las adaptaciones que motivó el cuento de Poe se encuentran La caída de la Casa Usher, la ópera de Peter Hammill (1991 y 1999); la ópera inacabada, con el mismo nombre, de Claude Debussy, solo se conservan 30 minutos. Alan Parsons, el músico de rock sinfónico, en su disco Tales of Mystery and Imagination (1976, basado en los cuentos de Poe), incluye un tema instrumental con el nombre del cuento comentado de Poe. Las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, incluye «Usher II». Y en 1960, Roger Corman realizó el film La caída de la Casa Usher, protagonizada por Vincent Price.

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