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Roberto Ponce Cordero
viceversa

Después de Charlottesville (Parte I)

Cuando estas líneas se publiquen, quién sabe cuántas volteretas habrá dado el “presidente” de Estados Unidos, Donald Trump, para relativizar y, en la práctica, para defender la violencia fascista desatada en la apacible ciudad universitaria de Charlottesville, en el estado federal de Virginia, durante el fin de semana del 11 y 12 de agosto de este año. En efecto, y como ya todo quien esté leyendo esto sabrá, una marcha de supremacistas blancos, nazis declarados y miembros del Ku Klux Klan, entre otros tenebrosos personajes de la ultraderecha norteamericana, degeneró durante esos días, como no podía ser de otra manera tratándose de partidarios de una “ideología” que se reduce a un llamado al genocidio, en golpizas y agresiones de diverso calibre a miembros de las inevitables protestas en contra del evento y fue, de hecho, rematada con un acto terrorista en el que un nacionalista blanco, lanzando a toda velocidad su vehículo sobre una multitud antifascista, mató a una persona e hirió a decenas.

Nada sorprendentemente, el “presidente” Trump, que llegó al poder en gran medida gracias a su discurso racista y xenofóbico, y que durante la campaña electoral recibió el apoyo político explícito del Klan y de otras organizaciones y eminencias de extrema derecha, se negó inicialmente a condenar la provocación fascista y sus consecuencias letales y prefirió deplorar, más bien, la violencia que él veía como procedente de “muchos lados”. Con ello, suscitó un escándalo que, ése sí, lo debe haber sorprendido un poco, pese a lo previsible que era: las corrientes nativistas y protofascistas siempre han tenido amplia aceptación en Estados Unidos (de esto tratará la segunda parte de esta nota), pero ha habido períodos en los que la sociedad se ha derechizado de manera sensible y extrema y hoy, indiscutiblemente, estamos en uno de esos períodos… Pero, de todos modos, carajo que hay que ser tonto para no darse cuenta de que una de las únicas cosas con las que virtualmente todo “buen” ciudadano estadounidense todavía está de acuerdo, al menos de la boca para afuera, es que los nazis son los “bad guys” de cualquier narrativa que se les ponga en frente.

Así, habiendo leído mal, acaso por primera vez en su carrera política, el estado anímico de la gran mayoría de la población norteamericana blanca (que es la única que realmente le interesa), Trump tuvo que retroceder y, dos días después de los hechos, aceptar a regañadientes, y por medio de una declaración leída de un teleprompter y a todas luces redactada por otra persona, que los grupos de derecha radical responsables de la violencia de Charlottesville, entre muchas otras violencias, “eran repugnantes”. Pero, genio y figura, el hombre tuvo que ir y echar todo por tierra menos de 24 horas después, cuando, sin la ayuda de textos ajenos y ante las preguntas de los medios de comunicación, explicó improvisadamente que ambos bandos (ya no eran “muchos”, al menos) eran igualmente culpables y, de hecho, que la “izquierda alternativa”, como Trump llamó a quienes protestaban en contra del fascismo, había básicamente empezado, así como que, en su opinión, en ambos bandos había gente “muy buena”. Recordemos: uno de los “bandos” era liderado por nazis declarados, portadores de carnet de partidos que emulan abiertamente al NSDAP, y por criminales del Klan y de otros grupos promotores de la segregación y del exterminio racial. A ese bando pertenecía el terrorista supremacista blanco que usó, en territorio norteamericano, una táctica aprendida del Estado Islámico –que la ha usado ya varias veces en Europa y en el Medio Oriente– para asesinar a sangre fría a una persona y dejar heridas a muchas otras. Creo que es innecesario decir que, para toda persona razonable pero no, alas!, para el “presidente”, si eres una buena persona, no perteneces a ese bando y, si por cualquier motivo empiezas a pertenecer… pues ya por definición dejas de ser una buena persona.

En un verso de la canción “Smells Like Teen Spirit” que ahora suena profético, Kurt Cobain se preguntaba: “Hello, hello, hello, how low?” How low can we get, indeed? La “presidencia” de Trump ha sido una colección de “lows” y, en cierto sentido, ha servido para redefinir el mismo concepto de “low” en la política de Estados Unidos; ya se tocó fondo hace tiempo y ahora estamos hablando de verdaderas excavaciones subterráneas hacia un nuevo y todavía incierto fondo. Incluso en ese contexto, sin embargo, la vileza de las declaraciones y de los silencios del “presidente” en los días posteriores a la tragedia de Charlottesville es notable y constituye un nuevo y obsceno “low”. No sabemos, en rigor, si la actitud de Trump se debe a su miedo de perder los votos y el apoyo incondicional de la ultraderecha blanca, lo que lo convertiría en un mero cobarde (duh! Estamos hablando de Trump), o más bien a que sus propias convicciones lo llevan a coincidir, así sea de manera desordenada y poco sistemática (poco cultivada… se trata de Trump, al fin y al cabo), con los “argumentos” racistas y supremacistas, lo que lo convertiría directamente en un ser maligno. Yo, personalmente, sospecho que es una mezcla de ambas cosas, pero, independientemente de eso, es un comportamiento inmoral y sin parangón, a ese nivel al menos, en el discurso político occidental contemporáneo, por lo que, al igual que todo otro intento de normalizar la supuesta “ideología” fascista, merece ser condenado y resistido de manera absoluta y sin matices.

En otras palabras, luego de Charlottesville debería ya finalmente ser imposible decir, como dicen muchos en Estados Unidos e incluso en América Latina (pero es probable que quienes leen ViceVersa no pertenezcan precisamente al grupo de gente que aún le da el privilegio de la duda a Trump, aunque sea sólo en ciertos aspectos), que al menos es un buen hombre de negocios –cosa que, por lo demás, es mentira– y por ello podrá levantar la economía, o que ha oxigenado la política norteamericana tan dada a los juegos de espejos entre dos partidos que a ratos parecen verdaderamente dos facciones de un mismo partido de derecha, o –peor que peor– que igual no es nada más terrible que lo que acaso hubiera sido Hillary (me permito lanzar un breve Fuck you, Bernie bros! Fuck you, Jill Stein! Aquí estamos también por ustedes)…

Más bien, a todo, toca decir “Hell no, Trump has to go”. ¿Que quiere reformar cualquier ley o tratado existente, sin importar cuál sea? “Hell no, Trump has to go”. ¿Que pretende lanzar alguna iniciativa por decreto, sea la que sea? “Hell no, Trump has to go”. ¿Que quiere intervenir en aras de la democracia (¡ja, ja!) ya sea en Venezuela o en Corea del Norte o donde quiera que sea? “Hell no, Trump has to go”. Tanto dentro de las cámaras legislativas como en las calles y en la opinión pública, la oposición a Trump, por muchas razones previas, pero ya definitivamente y sin ambages después de Charlottesville, debería ser automática e incondicional, más claro.

Lamentablemente, no espero que esto suceda, a decir verdad, y más bien creo que Charlottesville, lejos de poner el punto final a la credibilidad de la que inexplicablemente aún goza Trump en una parte minoritaria pero considerable de la población de Estados Unidos e incluso de otros países, es un momento clave del recrudecimiento del proceso de radicalización política del que la misma era de Trump es, a la vez, un gravísimo síntoma y un poderoso catalizador. No soy muy optimista con respecto al desenlace de este descenso al oscurantismo iniciado hace décadas en Estados Unidos pero intensificado con todos los giros que nos han llevado a tener al actual “presidente”… y, dado que, como tal, este sujeto tiene acceso inmediato al arsenal bélico más destructivo de la historia del planeta, no hay muchas razones para el optimismo en general, creo. No obstante, o precisamente por eso, lo único que queda es constantemente gritar, como hace Green Day en el video de más abajo, y en toda ocasión y sin importar realmente el tema del que Trump y sus partidarios estén hablando, “No Trump! No KKK! No fascist USA!”

 

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