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Asdrubal Aguiar

Desde la glasnost a la perestroika criolla

El 6D pasado se constata la indiscutible voluntad popular de cambio, en democracia, de los venezolanos. A la manera de un plebiscito contra el gobierno de Nicolás Maduro, las fuerzas de oposición asumen el control calificado de la vida parlamentaria. Entierran con votos al autoritarismo. Y se inicia, como parece, el fin de una transición histórica que ya dura una generación, 27 años. Con 17 años de rezago: los de la Revolución Bolivariana que muda en Socialismo del siglo XXI, se repite la fatalidad del ingreso de Venezuela al siglo siguiente, para parir otro ciclo político.

La república conservadora inaugural dura 30 años (1830-1864) y la generación de 1928 corona su proyecto de república civil con el pasar de otra generación, en 1958. La República militar dura un tiempo similar, hasta la muerte de Juan Vicente Gómez (1908-1935), cuando Mariano Picón Salas declara nuestro tardío ingreso al siglo XX. La república civil de partidos cede y se agota al término del mandato de Jaime Lusinchi, en 1989, que exacerba el partidismo. La calistenia política del soldado Hugo Chávez se traga tres décadas (1983-2013).

En estas sobrevienen El Caracazo y los golpes de Estado de 1992. Se suceden gobiernos de transición (Pérez II, Caldera II, Velásquez, y el mismo Chávez) que ejercen el poder en medio de la anomia social y al margen o en contra del sistema de partidos propios del siglo XX.

Llegado 1999, algunos creen – este cronista habla en esa hora de “perestreoika a la criolla” – que la elección heterodoxa de un militar golpista por vía democrática y la configuración en paralelo de un parlamento plural como el del 6D, en el que éste es primera minoría pero incapaz de arropar a sus adversarios, de suyo predica el deseo de las mayorías por alcanzar un cambio profundo pero a través del diálogo democrático. No fue así.

La constituyente chavista procura un modelo de dominio personalista, de poderes públicos sin contrapesos, para afirmar la relación directa entre el líder emergente y su pueblo, a través de los medios instantáneos de comunicación y su control hegemónico, sin mediaciones. Se habla de la “posdemocracia” para asegurar una regresión histórica, una vuelta al siglo XIX y a sus íconos, resucitando al gendarme necesario y sujetando al pueblo por inmaduro para el disfrute supremo de la libertad (Bolívar dixit).

En esa compleja realidad, anestesiados por la bonanza petrolera, todos juegan con los demonios de su raizal primitivismo en la misma medida en la que, con gula, explotan los activos de la modernidad sin que trasciendan realmente al plano de lo colectivo. Pasa una generación (1989-2019 ¿?) que es aprendizaje pero nos deja en la inopia, desnudos.

Algunos creen, empero, que basta el ejercicio electoral del último 6D – verdadero terremoto – para cambiar tan cruel realidad. Después de casi 3 décadas de larga transición para reconstituirnos como nación, y luego de algo más de 3 lustros de ejercicio por Chávez y sus causahabientes de un poder sin contenciones, populista, militarista, conceptualmente fascista por dominar en él – fisiológicamente – la mentira, mixturando la ilegalidad con las formas legales, mal puede esperarse que esa desviación desaparezca por arte de magia.

De allí que los “motores” antidemocráticos hagan ruido aún, como el rebanar de diputados electos mediante “golpes judiciales” o la amenaza de desconocer las leyes de la naciente Asamblea.

La jornada del último 15 de enero, Nicolás Maduro, en calidad de Presidente Constitucional, presenta ante el parlamento su memoria, haciéndola memorable. Pugnan allí, sin complejos, dos narrativas antagónicas, la de él, en minoría pero legitimada, y la que expresa su neo presidente, diputado Henry Ramos Allup, representando a la mayoría. Mas, ambas, a su manera, son sensibles al crujir de los estómagos, a la hambruna que acecha.

Hay un parto con dolores. El diálogo se abre espacio, no sin dificultades, pero nace y respira. Maduro habla de la jefatura política de Ramos y éste lo acoge como gobernante de origen popular. Le tiende la mano. Saluda a su puente apropiado, a su Vicepresidente de estreno, Aristóbulo Istúriz, ahogando con sorna a los cónsules del castrismo y los militares añorantes del despotismo derrotado. Y la “glasnost” es el primer golpe de timón. La prensa ingresa al hemiciclo, hasta ayer y bajo Diosdado Cabello, sede de la censura.

Mijail Gorvachov en 1985, comprende lo inevitable. La “perestroika” significa cambio del modelo económico – lo propone Maduro sin renunciar a sus nominalismos y Ramos le toma la palabra – para dejar atrás al “totalitarismo económico de Estado” y sus resabios estalinistas, causas de la escasez y la inflación.

Se cierra, por lo visto, otra generación con tres décadas a cuestas.

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