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Desapariciones marianas

El próximo 20 de diciembre el Partido Popular volverá a ganar las elecciones en España. O por lo menos eso dice la gran mayoría de las encuestas y, salvo debacle, un servidor también lo cree. Tras cuatro años en los que Rajoy ha estado recluido en La Moncloa, volverá a ganar los comicios generales y nuevamente desaparecerá. Si bien es cierto que la mayor parte del país quiere un cambio, por lo menos, de liderazgo, el parlamentarismo tienes estas cosas, que el odiar muy fuerte no cuenta cuando se introducen las papeletas.

El PP de Mariano Rajoy ha perdido casi 20 puntos de intención de voto con respecto a las pasadas elecciones y no son pocas papeletas. La campaña de Rajoy es un intento por resaltar las virtudes del partido responsable que ha traído a España a la senda del crecimiento y la creación de empleo. Lástima para ellos que esto tenga más que ver con decisiones que se toman en Frankfurt y las miradas para otro lado de Ryad que con su acción de gobierno, pero ello poco importa. No importan los habituales tirones de orejas de la “malvada” Unión Europea por los inclumplimientos constantes. No importan, lo importante es que la gente compre tu mensaje, no que este se asemeje a la realidad.

Es cierto que el país ha estado al borde del rescate soberano, pero no es menos verdad que se ha merendado uno financiero. Tampoco lo es que al presidente al que se le pidió que afrontara reformas valientes que modernizaran la estructura del país se limitara a hacer ejercicios de contabilidad que intentaran cuadrar las cuentas ante el maestro Bruselas, como el alumno que estudia diez minutos antes del examen para ver si llega al suficiente.

Poco importa que hayan sufrido uno de los mayores escándalos de corrupción de la historia democrática del país y que algunos periódicos incluso hayan acusado al propio presidente de cobrar sobresueldos ilegales y que ellos mismos se hayan autoperdonado los pecados sin haber rezado siquiera un par de avemarías. No importan los plasmas, las ausencias a debates, los números sociales, Bankia o los pintorescos sms, no importan, volverán a ganar.

Volverán a ganar porque han tocado suelo, el elector crítico ya ha salido de su redil o simplemente se quedará en su casa ese domingo tomándose un descanso y su electorado en la derecha es cautivo, apenas tiene competencia. Ganará porque en cierta medida ha calado su discurso de responsabilidad y el ciudadano analiza más en función del posible futuro que del pasado. Ganará porque Artur Mas y el auge independentista en Cataluña han centralizado un debate que polariza e interesa, ya que no se concibe como un problema, sino como una movilización confrontativa. Cataluña ha dejado de lado durante mucho tiempo debates sociales y de corrupción que podrían sangrar al partido y ha movilizado a su votante más nacionalista, brindándole el apoyo social como garante de la unidad de la patria cual Cid Campeador. Y, sobre todo, ganará por la división del voto contrario en tres grandes grupos.

Sánchez, Rivera e Iglesias (por este orden) son los tres aspirantes al título. Tres aspirantes que se apalean mientras Rajoy los mira con una sonrisilla cómplice, quizás desde Doñana. Sánchez viene del tradicional PSOE, cuna de grandes líderes pero también de numerosos desmanes. Atractivo pero no comunicativo y con más voluntad que apoyos ha intentado modernizar su partido con saldo positivo. Busca la confrontación directa con Rajoy, pero tiende a embarrarse demasiado en luchas con los otros dos candidatos. Sus alusiones al voto útil pueden parecer zafias, pero no por ello están fuera de la realidad, si alguien puede vencer al PP en escaños es el PSOE. No hay más. Todo lo demás son esloganes y buenas intenciones.

Rivera y Ciudadanos, su partido, representan la renovación contra el inmovilismo. Partido personalista y de nuevo cuño carece de cuadros intermedios fuertes, lo cual ha paliado con unas élites directivas y un programa intachable. Partiendo desde el centro-derecha reformista han querido ocupar un centro plagado de individuos que, al igual que no se casan con nadie, son los que deciden quien entra a vivir en La Moncloa. Comunicativo, directo, renovador y elegante, su líder le ha robado votos a todo el mundo. Aunque este triunfalismo tiene un límite, partiendo de 0 serán los que tengan el poder de decisión pero pasar al PSOE en votos es factible, en escaños es improbable y hacerlo con el PP es prácticamente una quimera. Es el lastre de los partidos mayormente urbanos.

Y hablando de partidos urbanos y personalistas, el último en discordia es Podemos y su líder Pablo Iglesias. Partiendo desde la izquierda de influencia latinoamericana saben que el asalto a los cielos es inviable, su objetivo es tener la capacidad de definir políticas concretas y, muy dificilmente, gobiernos. Su discurso agresivo y populista ha casado muy bien con ciertos sectores descontentos como una juventud que ha sido postergada en todos los programas políticos (incluido el del propio Podemos), izquierdistas que por fin se sienten importantes y sectores ligados al 15-M. Son el partido más duro y por ello el PP les mira con cierta ternura ya que minarán votos y escaños al Partido Socialista y porque un posible incremento de sus posibilidades les permitiría volver a gritar “¡que viene el lobo!” para que sus ovejas descarriadas vuelvan al redil.

Los parlamentarismos son maravillosos porque hacen necesaria la llegada de acuerdos. En ese sentido, el nudo gordiano de estos comicios es qué pensarán los terceros el día 21 y con qué tipo de desaparición mariana nos brindarán: le enviarán la silla del Congreso de los ocho anteriores, volverán al plasma de los últimos 4 años o simplemente lo cambiarán por un cuadro de Velázquez.

Si bien es cierto que la transacción de votos hacia los nuevos partidos es tan lógica como inevitable, gran parte de los liberales del PP han huído y el sector idealista del PSOE hace tiempo que partió hacia Neverland… Aún así, por mucho que partidos y medios quieran establecer la dicotomía en una borrosa lucha entre vieja y nueva política. A la hora de la verdad, la victoria se decidirá en un eje más habitual y tradicional: derecha o izquierda. En resumidas cuentas, pocas cosas parecen tan claras en estos comicios como que la llave de La Moncloa para los próximos años será naranja, pero el ocupante del despacho será rojo o azul.

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