Y en cada letra encuentro un camino.
En cada palabra, una sorpresa.
En cada frase, una historia.
En cada texto, un infinito de pensamientos libres y sentimientos encontrados.
De ideas profundas y tal vez, a veces, incomprendidas.
No siempre pueden, pero cuando quieren, encuentran a su manera una forma de hablar.
Se transforman en deseos que plasmados, consiguen más fácilmente su dirección.
Y viajan lejos, al infinito del corazón.
Se elevan y regresan en cada mañana tranquila, en cada atardecer de esperanza, en cada noche de duda.
Y como algo que jamás termina, empieza mil veces una vez más, hilando cada consonante y cada vocal.
Haciendo de cada texto la melodía perfecta de cada sensación, que se expresa mejor en letras que a simple voz.
Afortunados quienes comprenden un código excepcional, capaz de elevar el espíritu hacia un lugar por inventar.
Allí donde descansa la certeza, el deseo o la imaginación de quien escribe, pero más aún, de quien lee y se atreve a sumergirse en historias tan desconocidas, como increíblemente suyas.
Escribiendo me voy tan lejos, que me sumerjo entre una infinita compañía y una apacible soledad.
Justo en ese intermedio, me siento libre al navegar en un mar tranquilo lleno de paz.