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Leopoldo Espinola
viceversa magazine

El declive del olivar andaluz y extremeño. La desruralización

Ya es temporada alta en los olivares andaluces y extremeños. Pero en todos; que aunque Miguel Hernández quiso dar en sus versos esa exclusiva a las lomas de Jaén, también se prenden ya a varazos los amaneceres de una gran parte de Sierra Morena.

El frío sol de estos últimos días ha permitido a los aceituneros prolongar el tiempo de la cosecha y aún se calientan las manos del jornal con la aspereza de los hielos invernales. Aunque pocas ya, todavía quedan mujeres gateando sobre acolchadas rodilleras al soniquete de los cotilleos de los pueblos y al de la radio, entre los pies de los olivos y las mágicas risas de sus corazones resignados y acostumbrados a la dureza.

Como un invencible ejército bárbaro, la tecnología avanza y sustituye a la piel humana encallecida por el acero de los rastrillos, al castaño por la fibra de carbono y otros artilugios mecánicos de importación;  a los burros por la gasolina y por otros materiales que dan riquezas, en otras partes del mundo más necesitadas de alimentos, paradójicamente a los que menos las necesitan.

Poco queda ya de aquellas cuadrillas más tradicionales; pocas son ya las que, arrastrándose por los olivares de sol a sol, entre la niebla, bajo la lluvia, oyen crujir la escarcha y sus esqueletos; y es que, a pesar de la llegada del Euro con su incremento del gasto al cambio con la peseta, los sueldos del campo y el precio al que venden la aceituna los olivareros son iguales o inferiores a los de hace cincuenta años.

Consecuencia de todo esto es la falta de oportunidades para los jóvenes en las zonas rurales andaluzas que, animados por sus padres a optar por otros caminos en la vida, apuran sus años de universidad y de estudios al máximo para, al acabar, convertirse en au per o en camareros con licenciaturas y doctorados en cualquier ciudad de Centro Europa. Cualquier cosa menos arrastrarse por los campos de sol a sol en invierno y consagrar sus vidas al duro oficio de la oliva, y al de la prestación estatal el resto del año.

Ya es temporada alta en los olivares andaluces y extremeños, sí, pero alta de dureza, de penurias, de incomprensión, de humildad y de resignación.

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