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Gustavo Gac-Artigas

¡Decencia! 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer

En tiempos oscuros, en tiempos de dudas, en tiempos de desesperanza, en tiempos de definiciones debemos partir por exigir lo básico: decencia.

Decencia en el discurso, decencia, en el actuar, decencia al hombre público, decencia tras los bastidores, decencia en la mirada, decencia en las palabras tantas veces manoseadas.

El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, como si un día de homenaje bastara para corregir errores, como si un día borrara las violaciones, como si un día borrara el maltrato, como si un día igualara el trato discriminatorio, como si los discursos de un día borraran el menosprecio, la dominación a la que son sometidas.

Como si un día centrado en la mujer hiciera olvidar los 364 días en los cuales día tras día se violan sus derechos, es ignorada, oprimida por el idioma, relegada a roles secundarios.

Es hora de exigir decencia, decencia a nosotros mismos, los hombres, decencia en el actuar, decencia en el hablar, decencia en exigir radiar del poder a los poderosos que se aprovechan de sus puestos para violar, violar con la mirada, violar con las palabras, violar, a cambio de un ascenso, a las mujeres, para dominar sus cuerpos.

Ni una más, nunca más, “y la culpa no era mía, ni donde andaba ni como vestía, el violador eres tú”, resonó en las calles de Chile, en las calles del mundo. Nunca más un papel en una obra o un ascenso condicionado a rendirse a los ataques del poderoso amigo de los poderosos.

Decencia. Que nunca más, por temor, temor al que dirán, temor a las represalias de los machos alfa y del sistema, una mujer guarde silencio.

Decencia. Que nunca más los que hostigan, los que se insinúan sibilinamente a las mujeres aprovechándose de su posición vuelvan a tener un cargo de poder en la vida pública. Decencia para despojarlos de su influencia, para condenar y detener su actuar sea un expresidente, un gobernador, un exemperador del mundo del espectáculo, un exentrenador de gimnastas, un médico o un profesor, un esposo o un amante, un novio o un compañero de curso o de trabajo, un…, simplemente un abusador, un violador que hay que sacar del camino.

Decencia en los partidos políticos. Un abusador no tiene cabida en ellos, un partido que los acepte no tiene derecho moral de pedir nuestros votos. La corrupción moral conduce al caos, al fin de nuestra sociedad, somos diferentes y somos iguales, somos iguales y somos diferentes, valemos, valemos las unas, valemos los otros.

Decencia en las instituciones, decencia en la vida diaria, decencia en nuestro comportamiento.

Marzo es el mes de la historia de las mujeres. Un mes, para resumir toda una historia de luchas, de valentía, de amor, un mes de celebración para ocultar siglos de menosprecio, de abusos.

Siglos de historia, siglos de lucha desde Lysístrata, quien en la antigua Grecia llamó a las mujeres a una huelga de sexo para obligar a los hombres a terminar la guerra entre Esparta y Atenas, pasando por las 123 camiseras muertas en un incendio en Nueva York y las sufragistas, hasta LasTesis en Chile, la marea verde en Argentina, las “Ni una menos”, o “Yo también” en los Estados Unidos y el mundo. Hoy ya no es una, es un movimiento transversal que nos concierne a todes, afortunadamente nos concierne a todes, a menos que usted sea un violador, activo o en potencia.

Una ejerció su derecho a amar. “Es una puta”, se dijeron los machos sonriendo, aprontándose para salir de cacería. “Es una puta” la tildó la iglesia, “es una puta”, repitieron las mujeres sometidas, aquellas a las que a golpes físicos o adormecedoras reglas culturales, les hicieron creer en la superioridad masculina. “Es una mujer que levantó cabeza”, dijo María Magdalena. Y por ello de puta la acusaron los fariseos.

Decencia. No hay vuelta atrás si queremos salir de las tinieblas y de tiempos tenebrosos, de prácticas insanas, de amigos absolviendo amigos, de la injusta justicia de los poderosos.

Decencia, llámese Bill Clinton, llámese Donald J. Trump, llámese Andrew Cuomo, llámese Harvey Weinstein, llámese Olivier Duhamel, llámese Dominique Boutonnat, llámese Gérard Depardieu, llámese Dominique Strauss-Kahn, llámese James Levin, llámese Charlie Rose, llámese Russell Simmons, llámese Moshe Katsav, llámese Amos Oz, llámese Al Franken, llámese Roman Polanski, llámese Félix Salgado Macedonio, llámese Andrés Roemer, por solo nombrar algunos de los acusados o denunciados frente a la justicia o en la arena pública, por maltrato, abuso de autoridad, acoso sexual, o directamente de violación. Llámese presidente, gobernador, senador, diputado, productor, actor, escritor, profesor. Llámese John o Juan, Peter o Pedro, Bill o Guillermo.

Y, por favor, que no vengan con disculpas del estilo, “me faltó sensibilidad”, “no me di cuenta”, “jamás fue mi intención”, “me malinterpretaron”, “soy demasiado afectuoso y los tiempos han cambiado”.

Sí, los tiempos han cambiado, sépanlo. Y si usted conoce de uno, donde quiera que esté agazapado, añádalo a la lista para que nunca más una mujer tenga que decir “Yo también”. Hay que, como hoy lo están haciendo las mujeres mexicanas con el presidente Andrés Manuel López Obrador, exigir que se rompa el pacto de silencio que suele unir a muchos hombres, al poder y a las instituciones ante la violación y el abuso contra la mujer.

Decencia en la sociedad en su conjunto. Que nunca más se obligue a una mujer a aceptar un matrimonio de conveniencia arreglado por sus familiares, que nunca más en una aldea los padres tengan que entregar una hija a desconocidos por unas monedas y falsas promesas de que tendrá educación y un porvenir mejor, ambas formas de moderna esclavitud, de moderno mercado de esclavas.

Que nunca más se produzca una violación en una escuela o universidad y se guarde silencio, que nunca más se calle frente al abuso en los hogares sea físico, verbal o mental, que nunca más una joven se sienta culpable por decidir de su cuerpo y de si proseguir o no un embarazo, que se entienda que “no es no” o de lo contrario es una violación, que se entienda que el amor es libre de escoger su forma, con quién y cuándo, que a trabajo igual, salario igual, que las tareas del hogar no se reparten a imagen de una estructura patriarcal, que nunca más una mujer tenga que disimular moretones en su cara, en su cuerpo, tras ser golpeada por su verdugo, que se combata el machismo y el patriarcado con la misma fuerza que se combata el racismo, todos pestes de esta sociedad.

Nuevamente el 8 de marzo honramos a la mujer, ¿honramos? Por favor, ¡decencia!

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