NUEVA YORK: Deborah Castillo nació en Caracas (Venezuela) en 1971, y vive en Nueva York desde agosto de 2014. Es artista. Su obra es irreverente, intelectual y visceral a la vez. Usa su cuerpo para negociar su espacio vital y devolverle a la audiencia un reflejo tangible de las fuerzas políticas y sociales que la recorren. Su arte no puede divorciarse de la crítica del poder en todas sus expresiones: en los estereotipos sociales, en la discriminación de género, en el autoritarismo político, en los mitos fundacionales latinoamericanos.
Deborah ganó el Premio Eugenio Mendoza y el Premio Jóvenes con FIA en Venezuela, ambos en 2003. Para conocerla mejor, en lugar de hablar sobre su formación hay que preguntar si dejó algún área por explorar: fue alumna en el Instituto de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón y en la Escuela Cristóbal Rojas, estudió en el London College of Fashion, tuvo una línea de ropa, diseña joyas, es make-up artist, hace cerámica, y para completar, hizo casi todos los muebles en su actual apartamento en Brooklyn.
En tiempos recientes y a la luz de una situación política muy compleja en Venezuela, Deborah ha orientado su arte a dialogar con el poder y a profanar los lugares comunes intocables de una cultura militarizada. En El beso emancipador, obra de la exhibición Acción y Culto -que le valió el título de “la profanadora de la patria”, entre otras cosas-, besa un busto de Simón Bolívar. En Lamezuela lame la bota de un hombre vestido de militar. La artista usa su lengua para cuestionar e imponerse sobre la opresión en el campo simbólico.
Sin embargo, desde agosto Deborah está en el mismo punto que los cientos de venezolanos que abandonaron el país en 2014 (según el sociólogo Tomás Páez, el año que ha visto los números más altos de emigración): en el umbral. Al borde de las posibilidades que aún se dibujan, examina lo que viene y reflexiona sobre el pasado y lo que es imposible abandonar.
Llevas ya casi un año viviendo fuera de Venezuela. ¿Por qué decidiste emigrar?
Yo estoy en un auto-exilio. En Venezuela me siento asfixiada como artista y como ciudadana.
¿Cómo se ha visto afectada tu obra ahora que trabajas desde una realidad muy distinta?
Todavía no tengo esa respuesta. Apenas desde enero estoy trabajando; los primeros meses me dediqué a establecerme. Pero puedo decir que mi obra es muy contextual, trabajo en función de los contextos que me tocan. Todavía estoy entendiendo Nueva York, no como artista sino como un ser humano que migra. No sé cómo, pero sé que mi obra va a cambiar. Por los momentos sigue muy ligada a Venezuela; de hecho, mi primera acción aquí fue en La Meta es Desmontar la Simulación en Wendy’s Subway, un evento para conmemorar las protestas que iniciaron en febrero 2014 en Venezuela. Se llamaba Slapping Power, donde le doy bofetadas a Bolívar y le desfiguro el rostro.
Ese performance se proyectó en vivo en la Organización Nelson Garrido en Caracas, y además en Internet a través del livestream del evento…
Esa experiencia fue muy interesante porque jamás había hecho algo así, y me interesa ese formato de performance para la web. De estar en Caracas no se me hubiese ocurrido. Así comienzan a aparecer caminos que se pueden abrir desde acá: nuevas obras, nuevos espacios.
¿Tu obra es inseparable de Venezuela?
Mi obra es inseparable de mi vida: la obra es la vida. Ambas están totalmente contextualizadas en la situación política de Venezuela, pero me interesa que mi trabajo no se localice. Obras como Slapping Power son simplemente la respuesta de una ciudadana común frente a un sistema, y le habla a una experiencia colectiva, tanto latinoamericana como de cualquier región que haya sufrido bajo regímenes totalitarios.
¿Te consideras a ti misma una activista?
Jamás me ha interesado involucrarme en política, ni tampoco me considero una artista “política”. Hay algo de activismo en lo que hago, pero yo no soy activista. No pienso cambiar el mundo con mi obra. Nunca he tenido nada que ver tampoco con partidos políticos ni me identifico con la concepción binaria de la política que hay en Venezuela…
¿Y qué hay de la política como una responsabilidad social, más allá de militar en un partido?
Yo hago señalamientos: a partir de la imagen intento que el público vuelva la mirada a ciertos fenómenos sociales. Eso es lo que me interesa, y soy una provocadora en mi manera de abordar ese interés. Por ejemplo, una obra pasada consistía en repartir postales donde yo aparecía como una actriz porno, aunque no tenga nada que ver con ese mundo; me apropiaba de un territorio que no es mío para confrontar al público con un tema. He trabajado en el pasado con estereotipos sexuales, con el cuerpo como consumo, con la gran industria de la pornografía. Si tuviera que describir mi obra en una frase, sería “Poder y Deseo”: yo dialogo con el poder, lo cacheteo, lo beso, le quito el rostro. Lo enfrento desde el campo del arte y no me quiero salir de allí.
Reflexionando desde lejos, ¿qué retos enfrenta un artista viviendo en Venezuela?
Empecemos por que tenemos secuestrados los museos. Yo trabajo desde hace 15 años y mi obra nunca ha entrado en un museo venezolano, igual que la de muchos otros de mi generación. En la medida que se fueron politizando tanto esas instituciones se hizo aún más complicado, porque no me interesaba verme vinculada con nada relacionado con el gobierno. Me ofrecieron exposiciones, pero nunca quise involucrarme.
¿Cuáles son las alternativas que han surgido frente a ese escenario?
Las galerías privadas están haciendo un grandísimo esfuerzo. Sin embargo, que las galerías se vean en la obligación de sustituir a los museos es problemático. La galería existe para vender y el museo para educar e investigar. En mi caso, mi trabajo es más cónsono con un museo porque no es comercial. ¿Cuál es el mayor problema actualmente en el ámbito artístico en Venezuela? Que no hay espacios de investigación que le den sentido y orden al arte.
Tu trabajo abarca muchos formatos: en un momento es el performance, luego es el video en el que esa acción queda registrada, también están las esculturas que tú misma creas para realizarlas. ¿Qué dice sobre ti el hecho de abarcar tantas formas?
Me interesa que mi trabajo sea difícil de catalogar, es algo que busco generar. Utilizo esculturas, que son sujetos en el performance con los que interactúo. Utilizo mi cuerpo, pero el objeto me desplaza a mí como: cuando beso a Bolívar, Bolívar es el sujeto. Hago videos, pero no son videoarte sino videos performáticos, y tampoco soy performer solamente, por ejemplo. Cuando me preguntan qué hago yo como artista, a veces no sé qué responder… Yo soy artista visual.
En tu apartamento casi todos los muebles son hechos o remodelados por ti. También haces tus propias joyas y usas ropa que has diseñado. Tú misma creas las esculturas que usas en tus performances. ¿Cómo se extiende el Do It Yourself más allá de la ejecución de la obra, a la distribución?
Yo no tuve una galería que me representara hasta 2007, pero eso no era obstáculo para mí. En el año 2000 hice dos fotonovelas: «El Secuestro de la Ministra de Cultura» y «El Extraño caso de la sin título», parodias sobre los sistemas de poder sexual, artístico, institucional, con humor. Yo misma auto-edité las fotonovelas y las distribuí en una red por varias partes de Caracas: en el terminal de La Bandera, en Catia, y en el Centro en la Esquina Caliente y bajo el Puente Fuerzas Armadas. Se las entregaba a los vendedores ambulantes. Paralelamente, varias copias estaban en la Sala Mendoza en una exhibición individual mía. Eso fue muy interesante, yo misma les di esa doble vida: en la Sala -la institución- sabías que eran obras, mientras en la calle se daba una aproximación y un disfrute totalmente diferentes.
Al principio hablabas de un proceso de re-contextualización de tu obra. ¿Cómo se dibuja el panorama para ti? ¿Te emociona o te asusta?
Una nueva obra es un nuevo vértigo. Estés en Nueva York o en Caracas, ese vértigo es sabroso. Lo interesante es que cada crisis genera una obra más rica. Siempre digo que la felicidad se transita, no se cuestiona, pero los momentos duros, sobre todo la frustración de ser venezolana y no poder vivir allá, son los más productivos. De la frustración que sentía cuando vivía en Caracas salieron las mejores obras de mi historia, así que estoy segura de que esta experiencia dará frutos interesantes.
En 2015, Deborah Castillo participará en exposiciones en España, Honduras, El Salvador y Bolivia invitada por el Centro Cibeles de España. Su obra estará presente en ArtBO en Bogotá, Colombia, y en dos exhibiciones en Nueva York aún por anunciar.