Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Gustavo Gac-Artigas

Debates presidenciales 2020: preguntas a ambos candidatos

Los versos de Atahualpa Yupanqui rondan mi cabeza “un día yo pregunté abuelo ¿dónde está Dios?, mi abuelo se puso triste y nada me respondió”.

Me pregunto qué respondería yo si el 3 de noviembre mi nieta me preguntara, abuelo, ¿por quién vas a votar? Me temo que la tristeza invadiría mi respuesta y no encontraría palabras para explicarle: se vota por algo, no por alguien, pero mi nieta tiene tres años y, como el abuelo en los versos de Atahualpa, guardaría un triste silencio.

Día tras día, nos están vendando los ojos para nublar el pensamiento, día tras día, desde la Casa Blanca, Donald J. Trump, dirige la prensa y el pensamiento, dirige el curso de la campaña, lanzando brutalidad tras brutalidad, todas brutalidades intencionadas que arrojan una cortina de humo sobre los electores.

Día tras día arroja una nueva carnada y un cardumen de políticos, incluyendo a su oponente, Joe Biden, y, por supuesto, la prensa, ávida de brutalidades, muerde el anzuelo mientras Donald J. Trump, hundiéndonos en un mare mágnum de insensatez, dirige el rumbo de la discusión.

Si hasta el amable café de la mañana se transforma en un ¿qué dijo ahora?

6 millones de infectados por el coronavirus, 200.000 muertos, y todos esperamos se confirme la siniestra cifra, y Donald J. desde la Casa Blanca, dice: “terrific, pudo haber sido peor”, o peor aún, “vamos bien, la pandemia quedó atrás”.

La carnada está lanzada, y mordimos el anzuelo.

200.000 muertos, 200.000 que no tienen nombre, como todos los muertos cuando son pobres; se habla de ellos en general, es más fácil que pensar sobre sus circunstancias: de dónde vienen, dónde viven, cuánto ganan, cómo viven, si tienen acceso a un seguro médico, qué pasará con los familiares que sobrevivan, sus hijos, su esposa, su esposo, cuál será el destino en esos 6 millones de infectados, de los afroamericanos, de los latinos, de los blancos pobres. Decir 200.000 es más fácil que decir mi hermano, mi padre, mi madre, mi abuelo, mi abuela, o simplemente, la amable señora que me vendía tamales.

Pensé: debemos tener presente en el momento de votar el manejo de la pandemia, la ciencia en contra de la ignorancia, la soberbia opuesta al reconocimiento de las limitaciones, los terribles efectos magnificados por la irresponsabilidad de un gobernante, pero ello no puede ocultar el abismo existente en el acceso a la salud entre las diferentes capas de la población, en que un sistema de salud elitista nos pone en peligro de muerte; necesitamos saber a ciencia cierta cuál es el seguro médico universal que nos proponen, cuándo tendremos acceso a él, se trata del derecho a la vida, no como hoy, donde al negárnoslo nos condenan a muerte.

Pero para ello no tenía respuesta, miré tristemente a mi nieta y guardé silencio.

Muere la conciencia de América, R.B.G. y desde la Casa Blanca, Donald, J., lanza otra carnada: elegiremos su reemplazante antes de las elecciones. Y el cardumen muerde el anzuelo y se transforma en una batalla por el quién debe nombrar a la candidata, si los conservadores conseguirán los votos para elegir a la nominada por Donald J., o si es Joe quien debe nombrar a su reemplazante.

Se comienza a contar votos de senadores, cuántos a favor, cuántos en contra; se omite hablar de cuántos derechos tan duramente ganados están en juego, derechos de la mujer a disponer de su cuerpo, a decidir sobre el aborto, a decir no es no, derechos contra la discriminación basada en el sexo o la orientación sexual de una persona.

Pero nadie me dice nada del futuro, de qué plantean para reformar el sistema judicial, de cómo separaremos la justicia del poder del dinero, la justicia del color de la piel, la justicia de la cuna de oro o la usada cuna de la pobreza.

Nadie me dice cómo pondremos fin a la violencia policial en contra de las minorías, qué reforma concreta propondrán, cómo garantizarán la transparencia en un sistema que se autoprotege, qué directiva a nivel nacional será la que todos tendrán que cumplir, quién les dirá a los policías: los George, las Breonna que vos matasteis no pueden ignorarse más, no se puede dejar en vuestras manos el derecho a la vida o a la muerte de un afroamericano, de un latino, de un blanco pobre.

Qué medidas se tomarán para vaciar las cárceles, para que la represión no sea el remedio, para que se eliminen las verdaderas causas de la violencia y del crimen, la desigualdad económica, la desigualdad de oportunidades de un sistema, aquella que lanza a las calles a los jóvenes al negarles el futuro.

Y nuevamente sin tener respuesta guardé silencio, triste silencio, pensando que se trata de un sistema judicial injusto, un sistema judicial cortado a la medida para avalar la injusticia, la diferencia frente a la justicia, la inequidad de la justicia.

Se incendia el planeta y Donald J. viaja a California para no decir nada sobre el planeta, sobre el cambio climático, y lo transforma en una batalla política, en un problema de mantenimiento de los bosques, de mala administración en un estado casualmente gobernado por demócratas. Y el cardumen, Joe comprendido, muerde el anzuelo; “pirómano maníaco”, llamó a Donald J., “la lucha contra el cambio climático estará en mis prioridades”, dijo Joe.

Pero una vez más nadie me dijo en concreto ¿qué haremos para terminar con el reinado del petróleo, qué haremos para alejar de nuestras vidas al carbón, qué plazos nos damos para cambiar a energías renovables –querría, iluso de mí, una hoja de ruta precisa y no vagas promesas– cómo enfrentaremos un problema global globalmente y no, diciendo “crearemos cientos de miles de nuevos trabajos, de trabajos bien pagados, y venderemos el producto de nuestro esfuerzo de nuestras investigaciones al resto del mundo”, cuando necesitamos de todas las manos, todas para salvar el planeta?

Mientras tanto, el humo cubriendo América, miré tristemente a mi nieta y nada le respondí.

Frente a la inmigración, Donald J., una vez más, visitó el muro, monumento a la división, recuerdo presente del pasado, muro de acero, o de violentas olas en el océano, o hecho de calor y arena inmisericordes en el desierto.

¿Qué medidas tomarán para sacar al ejército 12 millones de indocumentados de las sombras a una vida pública, a respirar, a pasear en un parque sin temor, a llevar de la mano a sus hijas, a sus hijos –compañeros, compañeras de juego de mi nieta– sin temblar, esperando a que lleguen a pedirles papeles? Medidas concretas: camino a la naturalización, soñadores: camino a la legalización, medidas cronometradas por el derecho a la vida, con respuestas claras, fechas claras: ¿cuándo?, ¿cual será el decreto presidencial que permitirá levantar la cabeza al ejército de las sombras, mi gente? Son muchos años de dolor y de miedo.

Miré a mi nieta y nuevamente guardé silencio.

Eran tantas las preguntas y tan pocas las respuestas: ¿por qué hay gente que vive escandalosamente bien y gente que vive tan injustamente mal, por qué hay casas vacías en inverno en el campo o cerca de las playas, cuando hay gente que no tiene donde vivir, por qué se le ve triste a la cajera del supermercado cuando pasa comida que jamás probará, o cuando falta comida en su casa, de dónde saldrá el dinero para financiar el cambio necesario –puesto que son medidas que costarán dinero–, ¿saldrá de los de abajo, aquellos que ya hemos pagado un alto costo, o saldrá de los de arriba, de aquellos que durante tantos años intentaron nublar nuestro pensamiento diciendo: ni lo sueñen, en el país más rico del mundo, con la gente más rica del mundo, con las corporaciones más poderosas del mundo, ustedes no tienen cabida?

Eran tantas las preguntas y tantos los silencios que miré a mi nieta y le dije: lo único que puedo prometerte es que en los debates presidenciales les traspasaré tus preguntas a ambos candidatos, y esta vez exigiré que no guarden silencio, o se desvíen por la tangente evitando responder.

Hey you,
¿nos brindas un café?