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¿De que hablamos cuando hablamos de…

…feminismo? ¡No! No te vayas, sigue leyendo. Sé que la palabra feminismo ahuyenta hasta a las mujeres mas entendidas. Ni que Miley Syrus nos anime con sus escándalos de carne y excesos, expuesta como objeto de uso y abuso y diga que es por feminista que así invita a las mujeres a que sean dueñas de su propio destino; ni que Beyoncé se erija cual tótem feminista, con toda sus curvas y la tecnología de luces y humo en su épico concierto para los premios MTV, van a lograr desmanchar la percepción que se tiene del feminismo, como un lamento de feas que sólo le interesa a las feas. Por el contrario, semejantes militancias acusadas no en balde de ligeras por Annie Lennox, tienden a confundir pues acierta Lennox cuando dice que se trata de tokenismo, término que popularizara Martin Luther King en los 50’s, y que designa las falsas políticas de integración de minorías, para crear una apariencia de inclusión, y engañar las acusaciones de discriminación… Es un juego de Barbies donde cualquier detalle “sensible” se agrega para promover la idea de responsabilidad social, dignidad de género, conciencia y pensamiento de todo tipo. El detalle puede ser la militancia feminista, la preocupación por el Ébola o el rapto de niñas en Irak. Todo esto por decir que estas líneas se ajustan al feminismo que va por dentro y que aunque no entretenga, tampoco aburre.

A mediados de los años 90, Newsweek publicó un muy sesudo reportaje, que conservo entre mis razones, acerca de la reciente tendencia en la medicina norteamericana, de asumir el género como aspecto fundamental que afecta diagnósticos y curas. Sólo por azar se había llegado a descubrimientos que mostraban que la tristeza, por ejemplo, afectaba 8 veces mas la irrigación sanguínea del cerebro en las mujeres que en los hombres. Era tan enorme la diferencia, que los científicos tuvieron que tomar en cuenta el asunto del género aunque no estuviera en su plan original. Definitivamente el páncreas de una mujer se comporta completamente distinto al páncreas de un hombre, concluyeron algunos. Me pareció enorme el descubrimiento, toda vez que por siempre hemos sido evaluadas, diagnosticadas, recetadas, y tratadas erróneamente como si tuviéramos el estómago macho. Pensé que la medicina iba a cambiar, que nuestra salud iba a cambiar… pero me equivoqué. Nunca mas escuché hablar del asunto.

Hasta este septiembre, cuando desprevenida me tropiezo con un artículo del New York Times que vuelve con el tema. Esta vez, con la simpática ligereza de una anécdota, que revela tips útiles para el mejor vivir. Una mujer infartada descubre, en la emergencia del hospital, lo distintos que son el corazón de un hombre y el de una mujer. Aunque suene a novelita rosa o rusa, es cosa seria de ciencia médica: el corazón de la mujer no se infarta de la misma manera que el del hombre. Pero hasta ahí llegamos: no se sabe si es porque sus arterias son mas delgadas que las de los hombres, o si es porque el sistema microvascular funciona con menos eficiencia, o porque su corazón late mas rápido -valga como metáfora-, o porque tarda mas en relajarse entre latidos… Lo que sí se sabe es que los síntomas de infarto de una mujer son completamente distintos a los del hombre. Tal vez eso explica por qué, aunque son menos las mujeres que padecen infartos, son mas los hombres que se salvan. Quiero decir que las mujeres mueren mas de infarto porque sus síntomas son distintos a los de los hombres y por consiguiente, los doctores no los reconocen. Resulta que lo que los médicos llaman el “infarto de Hollywood”, que ciertamente es la película de infarto que todos llevamos en la cabeza, que incluye la dramática consabida mueca de dolor, el apretón de mano sobre el pecho hasta el definitivo colapso súbito, es cosa de hombres. ¿Será por eso que una mujer de conducta semejante generalmente es referida al servicio de siquiatría? La mujer, en todo caso, cuando se le infarta el corazón, no siente dolor sino náuseas, un aleteo extraño tal vez, un poquito de presión en el pecho, leve dolor en el hombro o en la espalda, nada por qué alarmarse. Aunque muy probablemente la mujer recibe advertencias tempranas como inacostumbrada fatiga, insomnio (“inacostumbrada”, debo insistir), ¿cómo tomarse esos síntomas en serio?

A pesar de que la principal causa de muerte de las mujeres norteamericanas, que es el caso que registra el artículo, no es el cáncer sino el infarto, las investigaciones sólo incluyen un 24% de mujeres entre sus sujetos. Estamos hablando de que medio millón de mujeres sufren infartos cada año en USA. Si en este norte las cosas están como están, me pregunto aunque no quiera, ¿cómo estarán nuestros corazones en tierras de rancheras, milongas y boleros?

Me tranquiliza pensar que aunque bien es cierto que las mujeres estamos en desventaja a la hora de curarnos por lo que necesitamos mas información científica acerca de las especificidades del funcionamiento de nuestros cuerpos, también es verdad que las mujeres vivimos mas cerca del corazón, y eso nos salva. Aunque se sabe poco del corazón femenino en los quirófanos, nosotras sabemos mucho mas de corazones desde las alcobas, en el silencio de nuestros guisos y galletas, entre sábanas revueltas y literatura… sobre todo, si es escrita por mujeres. Bien que debo hacer justicia, y termino por donde empiezo, a propósito del título de este artículo que honra a Raymond Carver: escritor de lo pequeño, de lo aparentemente poco importante, que normalmente pertenece al universo exclusivamente femenino, con su voz de hombre valiente que se atreve a sentir y a decirlo sin vergüenzas, ¿De qué hablamos cuando Hablamos de Amor?

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