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De película

Tomar el autobús que sale de NYC a Boston es como ir al cine.Con el mismo aire acondicionado “de reboso”, a pesar del calorón afuera, las escenas que transcurren detrás de la ventana del autobús, parecen todas de película.Incluido Woody Allen paseando un perrito por Amsterdam y 75, que se demora por hablar con algún conocido o admirador… Más allá, en la esquina, dos amigos se dan la mano sonreídos, de bicicleta a bicicleta, bajo la luz del atardecer que comienza a sesgarlo todo, tamizada por el árbol de verde ya frondoso. Todo es bello y verdad, como en el cine.

Un taxi amarillo estacionado a una cuadra, es NYC, más atrás, una patrulla, es NYC. Dos hombres discuten acaloradamente con el policía frente a la patrulla. Uno de ellos se voltea y camina hacia el taxi, se monta al volante. El otro, en guardacamisa y con cachucha, se apresura por montarse en el asiento de atrás. El chofer entonces se vuelve a bajar. El policía se acerca. El chofer pareciera que le está pidiendo una dirección, tal vez… para disimular, tal vez… Pensé. Ese chofer como que es sospechoso. El policía parecía explicarle algo con paciencia, lejos de toda sospecha. Todo eso lo veía claramente desde la elevación del autobús detenido frente a la escena, como en 70 mm., el semáforo en rojo. El joven que se había montado en el asiento de atrás, baja la ventana y discute acaloradamente, desde dentro del carro, grita cosas que no puedo oír, encapsulada como voy en la cámara de aire acondicionado. Chofer y policía escuchan al joven de la cachucha, que termina por bajarse del taxi, de tanta vehemencia. Le entrega un puñado de algo al chofer. El alijo de droga. Pensé. Eso es que está confesando, y le está echando la culpa al chofer. Pensé. Tal cual. Como en las películas, el chofer tomó el paquetico con cierta discreción, se montó en su taxi, prendió las luces del cartel del techo en señal de que estaba libre y disponible, y arrancó. El joven le dijo cuatro cosas de salida, apuntándolo con el dedo, se quedó gesticulando con grandilocuencia. El policía, calmándolo… y ya eso no parecía real… pasa poco en las películas.

Es cosa seria cuando la realidad supera la ficción. Es difícil de creer. Por eso la perversión a la que están obligadas las producciones audiovisuales actuales, por superar lo que se pueda imaginar, o lo que es normal pero ya no vemos, los hace acudir a dragones, humanoides, vampiros y juegos de hambre o poder, y eso nos nubla la mirada… tanta torcedura argumental termina por confundir y cansar. ¿Será eso lo que explica que cada vez se habla de una serie distinta, porque así como apasionan, pronto se olvidan… pero Chejov sigue siendo Chejov?

No supe qué más pasó con el joven de la cachucha ni el policía, pero el espectáculo del sol cayendo sobre el Hudson, me hizo olvidar rápidamente esa historia. Cualquier enamorado bien podría haber pensado que esos naranjas y azules furiosos que manchaban el agua del río, sucedían especialmente, una señal dedicada a ellos, por celebrar su amor, su pasión. Ese era el calibre del atardecer frente a mis ojos.Alguno triste, sentiría aún más honda la soledad de su tristeza por los violetas. Los que estaban de fiesta a la hora del coctel al viento, celebrando el estreno del verano, sentirían unas irrefrenables ganas de bailar. Y las menos bonitas, estarían dispuestas a la foto, sintiéndose lindas y bellas cuando bañadas de esa luz dorada que todo lo embellece. Y así…

Muchos en el autobús levantaron la mirada de sus teléfonos. El espectáculo había inundado con su luz, hasta el último asiento.La vida sigue, así de simple en su belleza, aunque caigamos en la tentación de tanta virtualidad argumental que nos confunde y filtra lo que vemos a la hora de entender.

Me alegró constatar que contra un bello atardecer, “de película”, no hay nada que pueda.

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