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De pasión y democracia: «Candidato» de Antonio J. Rodríguez

La novela Candidato (Penguin Random House, 2019) sobre un aspirante presidencial se programa sobre una brújula moral que supone una separación entre lo humano y lo político, entre la pasión y la estrategia, entre lo psicológico y el fenómeno democrático.

El camino mesiánico de Simón Soria solo puede empezar en Israel, “un sitio de paredes de roca caliza en el corazón de Yemin Moshe, iluminado por las velas de las menorás sefardíes de latón”; la novela abre con un frase que ya nos indica el tono rothiano que va a permear su trayectoria y lo mesiánico que va a acabar, por supuesto, con la resurrección de un partido, el ascenso de su carrera política y su sacrificio de Gólgota.

Atribuido con una apariencia agradable y teniendo lengua de oro, “preciso en las adjetivaciones, expresivo a la hora de crear metáforas y excepcional contando chistes”, considera su puesto de profesor universitario y su relación amorosa insuficientes, mediocres para él. Así que después de su viaje, cambia las aulas por el estrado estatal y su pareja por Rania, cineasta palestina.

Soria es lo que se consideraría un eje de contradicciones en el ambiente político dicotómico, un liberal en lo económico con una conciencia de derechos humanos de izquierda. Pero logra orquestar su discurso y ascender en las encuestas proyectándose como una especie de superhombre, a pesar de afirmar “los problemas de la gente de a pie a mí me dan lo mismo. La gente normal me da miedo”.

Parece que lo corporal es lo único que recuerda su humanidad, porque hasta el amor se vuelve algo superfluo. En más de una ocasión se repite que al candidato los ojos le hacen chiribitas. Es una representación muy clara de la corrupción de su visión y esperanzas; además, su salud va menguando conforme avanzan las elecciones porque es su degeneración vital.

Aunque Soria no tenga un interés verdadero en el bienestar común, tenga una obsesión por las marcas y carga fajos de billetes como manta de seguridad, sí valora su independencia intelectual y esto debe sacrificarlo para entrar al hígado ictérico de la política.

Esto termina convirtiéndolo en un primitivo que cede a sus impulsos, lo que acaba alejándolo de la única persona cercana a él en toda la novela, Rania, y debe cometer un parricidio con su mentor.

Soria (o Silván Salas, según el prólogo de esta novela/retrato periodístico), destruido, enfermo de los órganos y de la pobreza espiritual del desencanto social, junto a su equipo como “cristianos en catatumbas”, en el más absoluto ridículo, recibe el resultado electoral de su destino ineludible.

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