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Juan Pablo Gomez

De Messi a Muguruza (el despecho del terruño)

“Amo demasiado a mi país para ser nacionalista”

Albert Camus

Recientemente, en Argentina, se han dado a la tarea de linchar la imagen de Lionel Messi con la selección albiceleste. El mejor jugador del mundo está obligado a dar títulos y alegrías a los argentinos, dicen algunos. Haber perdido la final del mundial de Brasil en 2014, frente a Alemania, en prórroga y en el Maracaná, es una mácula que no borra haber sido el mejor jugador del torneo. Haber perdido la final de la Copa América contra Chile, en Santiago, en penales, fue la gota que rebasó el vaso. La crítica más feroz provino del periodista Leo Farinella, quien escribió en el diario Olé un texto rebosante de visceralidad en el que machaca sin piedad la actitud del argentino: “ser el mejor no sólo da derechos. También, obligaciones” dice, mientras se jacta de la facilidad con la que Messi agacha la cabeza. Habla además de “Karma, maldición, estigma”. Leer detenidamente semejante artículo nos hace recordar los peligros del fanatismo y del nacionalismo. Argentina lidera el ránking FIFA como la mejor selección de fútbol del mundo en la actualidad. Esa tabla no deja de ser polémica (como todo lo que la FIFA hace), pero está basada en innegables datos estadísticos y resultados computados durante los últimos meses. Pero se habla de decepción y desastre. Y el culpable, dicen, es Messi.

La actitud de muchos de esos periodistas deportivos bordea lo patológico. Entran en una ceguera tal, que apuntan las armas a quien pase e intentan derribar y desmoralizar a quienes no hacen sino procurar alegrías para su gente. Argentina no gana un título importante desde 1993. Eso les parece un periodo de tiempo insoportable y entran en un frenetismo absurdo, que es difícil de comprender. Pero así son y así seguirán siendo. Luego, se hacen los “indignados” cuando ocurren hechos violentos en las graderías del fútbol local, o cuando los barras bravas hacen de las suyas, o cuando lanzan gas pimienta al adversario en una cancha de fútbol. No están conscientes del grado de responsabilidad que tienen y del alcance de sus actitudes en una sociedad tan mediatizada. Lo verdaderamente curioso es que Messi sigue aguantando eso. ¿Por qué? Porque tiene retos íntimos. Dar ofrendas gloriosas a su Rosario natal, enaltecer aún más a su abuela, ver felices a sus coterráneos, ¿quién sabe?

La historia de Messi no es sólo de película. Es una historia absorbente e insólita. Se trata de un muchacho de origen modesto, que hacía gala de un talento inquietante, así como inquietante era su excesiva timidez. Era tan retraído, que aún hoy se le nota la introversión en medio del maremágnum mundial en el que vive su imagen astral. Pero tenía una dificultad grande: serios problemas de crecimiento. El asunto pintaba muy mal, pero todavía peor para un muchacho que quería dedicarse al deporte profesional. El tamaño importa y mucho, en este competitivo y avasallante mundo contemporáneo mucho más todavía. Y los talentos puros se diluyen rápidamente cuando dos o tres condiciones decaen un poco. Deben ser ágiles, rápidos, escurridizos, pero fuertes, fornidos y altos al mismo tiempo. Lionel tenía el talento en bruto; pero era muy frágil y muy bajito. Necesitaba además un costoso tratamiento hormonal que debía administrarse él mismo, diariamente, durante años. El tratamiento tenía un costo de mil dólares mensuales. La familia Messi no podía costearlo. Pero el Newells Old Boys tampoco. En ese club de Rosario se formó el niño Lionel y, aunque ojeadores y agentes reconocían el desmesurado talento, las condiciones físicas del niño y su problema de salud hicieron que se convirtiera en una “inversión” muy arriesgada. River Plate ofrecía ayudar para costear el 50% y se lo llevaba a sus filas. Pero tampoco alcanzaba. Argentina no lo quiso, no apostó por él, no se arriesgó. El Barcelona sí lo hizo.

Se lo llevaron a los once años de edad, ofreció pagar todo el tratamiento y terminó de formarlo en las divisiones inferiores del club. Lo demás es historia conocida. Los compañeros y el contexto fueron propicios para que el talentoso jugador argentino llegara a ser lo que es. Pero el contraste entre los títulos ganados con el Barcelona y los títulos ganados con Argentina es lo que siembran el recelo en la prensa rioplatense. Todo eso era exageración y ansiedad argentina. Ahora, lamentablemente, y no por culpa de Messi, sí se ha convertido en un conflicto más complejo. Con sus ribetes psicológicos y emocionales. Messi pudo elegir entre jugar con la selección española y jugar con la argentina. Su decisión obedecía además a su sueño más anhelado. Ahora, está en un dilema. Sus pensamientos se debaten entre la decepción y la incomprensión. Argentina es malagradecida y él piensa seriamente si no sería mejor dejar de jugar un tiempo con la selección. Tal vez alguien le haya recordado que pudo haber jugado con España, y eso le genere inquietud. Messi, dado su carácter, jamás dejará de defender a su país, aunque este mal pague. Pero en lo profundo de su psique debe haber muchas preguntas: “¿qué pasa realmente con los críticos argentinos? ¿por qué tan mala suerte a pesar de tener un buen rendimiento? ¿por qué no valoran su entrega y sólo se obsesionan con la derrota o el fracaso?” Y todavía más: “¿vale la pena tanta denigración, tanto acoso?”….Messi se lo está pensando.

El caso contrario es el de la tenista Garbiñe Muguruza. Hija de un vasco y de una venezolana, nació en la localidad de Guatire, ciudad de la periferia caraqueña. Se formó como tenista en las canchas del club Mampote de Miranda. Su talento desbordado la llevó rápidamente, a los seis años, a las canchas de la Academia Bruguera de Barcelona, España. Su doble nacionalidad se convirtió en un serio dilema que la WTA le pidió resolver cuando llegó a la edad profesional y tuvo que decidir a qué país representar oficialmente en la Copa Federación y en los Juegos Olímpicos. Garbiñe tuvo sus dudas. Dijo que se tomaría su tiempo para pensarlo bien. Y así fue. Al final, optó por España. Esa decisión suponía un mayor apoyo a su carrera y eso fue lo que la hizo convencerse. Ningún venezolano tenía dudas. Todos sabíamos que ella optaría por representar al país ibérico. Era lógico, era natural, era esperable. Asumimos, con sabiduría, resignación y complejo, que no la merecíamos. Muguruza ahora triunfa en el circuito femenino de tenis. Ostenta el décimo lugar del ránking mundial. Derrota a Serena Williams en Roland Garros en 2014 y llega a la final de Wimbledon en 2015. Todo se conjuga para robustecer el acierto de su decisión. Su futuro es promisorio y nadie se acuerda ya de su difícil dilema. Los diarios españoles no dudan en referirse a ella como española. Hace años borraron eso de “hispano-venezolana”, que ha quedado para despechados diarios del país tropical. Pero queda esa sensación indeleble de lamento tenue. ¿Por qué ese destino aciago en todos nuestros talentos? ¿Por qué tienen que irse para terminar de cumplir ese proceso de “llegar a ser”? ¿Por qué convertir a Messi en un paria en su tierra y obligarlo a ganarlo todo si, en el fondo, los argentinos no lo merecen? ¿Por qué el talento bruto, natural, infundado por el destino no encuentra asidero en nuestras tierras? ¿Por qué es tan difícil? ¿Por qué Garbiñe no puede lucir una mínima banderita tricolor en su casilla de Wimbledon? Porque los talentos están amenazados por el tremedal. La sombra funesta de ese famoso personaje de Rómulo Gallegos, Lorenzo Barquero, sigue latiendo revitalizada. “Yo he conocido muchos hombres que a los veinte y pico de años prometían mucho. Déjalos que doblen los treinta: se acaban, se desvanecen. Eran espejismos del trópico” siguen resonando sus palabras. Para no tener que recordar más al detalle el destino aciago de los “Campeones” de Guillermo Meneses.

Garbiñe cortó por lo sano, nunca mejor dicho. Messi empieza a querer desistir de tanto despecho argentino. ¿Quién los culpa?

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