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Francisco Martínez Pocaterra

De la racionalización de los argumentos a la racionalidad sobre la realidad

La gente rehúye la realidad y se refugia en aquellos que comparten su visión de las cosas, aunque en muchos casos sea obsoleta.

A mi juicio, y puede que yerre, desde luego, las defensas de tantos al presidente estadounidense, aunque, por lo visto, no suficientes para asegurarle un segundo mandato, se deben más a la racionalización que a la racionalidad. No desean estos, sus seguidores, reconocer la verdad sino justificar sus ideas. Más que indagar, recopilan argumentos para proteger los suyos. No es casual. Agobiados por una realidad ininteligible, avivan el nacionalismo, como salvavidas en esta tormenta que no parece cesar, y lo que esto supone, en macro, claro, pero también en lo cotidiano, y es ahí donde emergen las nuevas fronteras y por qué negarlo, la simiente de nuevas guerras.

En Europa del Este, luego del desplome de la Cortina de Hierro y el colapso de los regímenes comunistas, ha ido creciendo un sentimiento nacionalista que, a mi juicio, también ha ido floreciendo en Estados Unidos y por ello, el triunfo del discurso xenófobo del otrora dueño del Miss Universo y en otros años, conductor de ese bodrio televisivo llamado «El aprendiz».

El triunfo de Trump en 2016 desnudó realidades estadounidenses hasta entonces obviadas, como el hecho de que décadas de racismo estructural excluyeron a un importante número de ciudadanos, condenándolos a la pobreza, o que la corrección política silenció el reclamo de decenas de miles de «red necks», empobrecidos por lo que podría ser una competencia desleal por parte de inmigrantes ilegales, a quienes un sueldo inferior les acomoda (y razón por lo cual un obrero de Minneapolis paga menos por una hamburguesa), motivo de la creciente xenofobia y de la simpatía por los supremacistas blancos. Ahora con la pandemia de Covid-19, también quedó evidenciada la fragilidad del sistema sanitario estadounidense, y a juicio de quien escribe, las ventajas de una asistencia médica «socializada» como la europea.

Entiendo, desde luego, la inquina de muchos estadounidenses, sobre todo en las clases más pobres, hacia los inmigrantes, y en especial los centroamericanos, que entran a pie, con el «culo mojado» (y que un muro no va a detener, sean quienes sean los que hayan construido esa empalizada a lo largo de la frontera con México). El minero de las minas exhaustas de Virginia del Oeste, la población de color excluida en los Estados del sur, cuyos empleos les roban «los chicanos» (teniendo en cuenta que, en efecto, en muchas ocasiones, los empleadores prefieren a estos en lugar de aquellos, no por racismo, sino por razones netamente económicas). Lo mismo ocurre en Europa y el enclaustramiento de la zona Schengen por las oleadas de migrantes africanos (que huyen de las matanzas y las miserias padecidas en sus países de origen).

Creo yo, y de nuevo, reconozco que puedo equivocarme, que Trump es más un fenómeno que un liderazgo (aunque la diferencia en este caso, pueda ser, en efecto, sutil). Es, este hombre, como Johnson en Gran Bretaña o LePenn en Francia o incluso, como lo fue Chávez en Venezuela, la respuesta – sin dudas, inapropiada – para un sinfín de reclamos, de resentimientos y quejas de un nutrido grupo de ciudadanos, aunque no necesariamente la mayoría (la senadora Hilary Clinton obtuvo, como se sabe, alrededor de 3 millones de votos más que su contendor, quien resultó electo por el modelo de elección estadounidense). No se trata pues, del otrora dueño del Miss Universo, sino de un fenómeno social que deriva de la incapacidad de muchos para adecuarse a la contemporaneidad.

Hay pues, miedo. Mucho miedo. El mundo contemporáneo es sumamente complejo y para tantos en Estados Unidos, China o Europa del Este, confuso. Como bien lo señalaba Alvin Toffler hace medio siglo, millones de personas se sienten como turistas recién llegados en un lugar desconocido. Al igual que los colonos españoles en estas tierras americanas en los albores del siglo XVI, la humanidad se adentra en zonas enigmáticas y, por qué no decirlo, en un territorio hostil. Por eso, muchos se aferran a líderes y paradigmas conocidos, aunque sean inservibles.

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