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Azucena Mecalco
Azucena Mecalco - ViceVersa Magazine

De la «austeridad republicana» a la «austeridad cognitiva»

La cuarta transformación llegó a México. Si esa transformación traerá beneficios, cambios reales, positivos o negativos, no podemos saberlo a tan sólo 75 días de su inicio. Desde luego el nuevo presidente de la república, Lic. Andrés Manuel López Obrador, está realizando una serie de ajustes de acuerdo a lo que él considera adecuado para el desarrollo del país en términos sociopolíticos y económicos. Sin embargo, no todas sus decisiones han sido aplaudidas por la sociedad mexicana en general.

De hecho, cada nueva decisión que toma encuentra un grupo en contra. Generalmente estos grupos levantan la voz cuando se ven afectados de forma directa. Ya sean los jueces de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y altos funcionarios que se niegan a reducir sus salarios; o los automovilistas que sufren por el supuesto desabasto de combustibles, siempre existe un grupo de oposición a las decisiones del presidente: una situación que considero normal en un ambiente democrático, o por lo menos con miras a serlo.

Uno de los últimos pronunciamientos que generó polémica es el caso del nombramiento de Edith Arrieta Meza, diseñadora de modas, como subdirectora de la secretaría ejecutiva de la Comisión Intersecretarial de Bioseguridad de los Organismos Genéticamente Modificados (Cibiogem), dentro del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Sin embargo, el propio presidente de la república negó, en su conferencia matutina del martes 13 de febrero, que sea posible que Meza acceda al cargo: «y si fuese así, hasta hoy estuvo de funcionaria» fueron las palabras de Obrador.

Mas, existe otro caso: David Alexir Ledesma quien fue anunciado para ocupar el cargo de subdirector de la Coordinación de Comunicación. En diarios de circulación nacional que aún pueden considerarse serios como La Jornada, El Universal o El financiero, no se hicieron esperar las notas en las que destacaban que el recién nombrado no había terminado aún la carrera de Comunicación. Y aunque se habló del salario monumental que recibiría no se especificó ni ahondó en su Currículum Vitae, que si bien resulta bastante amplio para su edad, no exime a las instituciones de descartar para el puesto a personas que cuentan con una preparación más amplia en el área de la comunicación, y que cuentan con sobrados títulos de maestría, doctorado o estudios post doctorales.

Desde luego el sector de la población más indignado con estos recientes anuncios y las declaraciones de la titular del consejo, Dra. María Elena Álvarez-Buylla, es aquel que se ve beneficiado con las becas que otorga el Conacyt. Sin embargo, lo más preocupante, desde mi perspectiva, no son los propios nombramientos. El problema real es la comunicación y sobre todo la desinformación, tanto por parte de los becarios como por parte de los nuevos funcionarios.

Como bien mencioné, muy pocos fueron quienes investigaron quién es David Alexir Ledesma, más allá de lo que publicaron los diarios oficiales, con ello no quiero decir que esté a favor de su nombramiento; trato de exponer que lejos de establecer juicios con dos fuentes de información, deberíamos estar elaborando investigaciones en las que argumentemos porqué consideramos que no debe ser él quien esté a cargo de esta área. Mas, hasta ahora no veo a ningún becario de Conacyt elaborando un escrito argumentado acerca de su inconformidad. No veo tampoco a los becarios organizándose para exigir que se les explique porqué se encuentra en el cargo, o asistiendo a la conferencia matutina de Obrador para preguntar cómo pretende que exista una transformación real cuando se piensa escatimar en gastos para la Ciencia y la Tecnología o hacer nombramientos misteriosos.

Muy al contrario, la polarización inicia incluso entre los becarios, círculo al cual pertenezco, y los propios compañeros comienzan a descalificar el trabajo de los otros con comentarios absurdos y carentes de argumentos como: «Vi a varios becarios de Conacyt bien indignados por la designación del nuevo subdirector, super indignados como sino supieramos de qué van sus tesis». Desde luego no me enfocaré en la pésima redacción del mensaje del alumno, no de licenciatura, sino de MAESTRÍA EN COMUNICACIÓN. Quiero suponer que la falta de acentos y la incapacidad para distinguir conjunciones adversativas de conectores condicionales no merman su capacidad cognitiva. Por el contrario debo aceptar que tiene razón, todos conocemos «de qué van» las tesis de cada uno de los compañeros, incluida la suya, y no pretendo valorar si una teorización sobre revoluciones en países extranjeros es más valiosa que mi investigación sobre Rambo, las tesis de videojuegos, los temas de feminismo y cómics, análisis de discursos o exploración de derechos de las audiencias.

En realidad considero que todas ellas son valiosas, quizá no tanto por un aporte material como por el desarrollo de investigadores que comiencen a vislumbrar problemas sociales en todas las áreas y a buscar soluciones argumentadas y aplicables.

Mi preocupación real, más que entender la indignación por un nombramiento, radica en dos situaciones mucho más pragmáticas: ¿cuándo comenzaremos los investigadores en formación a organizarnos y argumentar con conocimiento de causa acerca de los problemas que nos atañen en lugar de descalificar a los otros? Finalmente los becarios actuales cursamos dos años y nos marchamos a otros horizontes, pero ¿qué pasará con aquellos que vienen detrás de nosotros? Aquellos que no tienen posibilidades para acercarse a los campos de la investigación si no es con ayuda de una beca.

Este primer punto me conduce a una preocupación mucho más grande: ¿en qué momento entenderán los gobernantes y funcionarios que el desarrollo de la investigación y la cultura en todos los campos del conocimiento no es un gasto sino una inversión?

El día 12 de febrero El Universal, publicó una nota llamada Claves para entender el plan del nuevo Conacyt, en la que se destacan, entre otras cosas, la finalización de subcontrataciones que generaban gastos altísimos (aunque no se señala una cifra exacta), el cambio de las oficinas del consejo en pos de la «austeridad republicana» y el recorte de gastos. La situación se torna problemática en el momento en que la titular del Conacyt habla de la nueva convocatoria para becas en el extranjero: «Hay becarios que podrían estar formándose mejor acá y costándole al erario público mucho menos». Y aunque posteriormente se informó que sí habrá convocatoria de becas para el extranjero, se anexa también que los proyectos deberán ser formulados en inglés.

¿Cómo pretenden que los mexicanos crezcan en términos de conocimiento, se vuelvan competitivos y formen o fortalezcan relaciones con sus pares a nivel internacional cuando esperan que su formación académica se dé únicamente en México? ¿Con que argumento lógico e indicadores comprobables la Dra. María Elena Álvarez-Buylla, Premio Nacional de Ciencias 2017, quien cuenta con un Doctorado en Botánica en la Universidad de California en Berkeley (E.U.A.) y Estudios Posdoctorales en la Universidad de California, San Diego, (E.U.A.) pretende mostrar que la formación nacional es suficiente para que los investigadores nacionales se encuentren a la vanguardia dentro de sus campos de estudio?

Mejor aún, ¿porqué los proyectos deben ser presentados en inglés?, ¿el pensamiento crítico se habla o construye sólo anglosajonamente?, ¿qué pasará con quienes cuenten con ideas novedosas pero que no hayan tenido acceso al aprendizaje de lenguas extranjeras?, y si alguien hablan francés, alemán y arameo pero no inglés, ¿valen menos sus postulados de investigación?

Desde luego todas estas son preguntas basadas únicamente en las publicaciones que se han dado a conocer. Quiero imaginar que no son sino especulaciones y que en algún mágico momento los funcionarios públicos entenderán la diferencia entre «gasto» e «inversión» o que al menos se darán a la tarea de entender que, como bien explicaba   Martin Heidegger, nuestros niveles de interpretación surgen de nuestra interacción con el entorno, modificamos nuestro contexto en la medida que éste nos modifica a nosotros y si permanecemos herméticos es imposible que nuestros horizontes interpretativos se expandan y que nuestro pensamiento crítico avance. Asimismo es preciso que se entienda también que el acceso a los niveles superiores de la educación debe dejar de centralizarse, y lejos de pensar en cuánto le cuesta al erario público la educación en el extranjero, debe fomentarse la salida de más estudiantes, que abstraigan nuevos conocimientos para ponerlos al servicio de su país, al menos que los nuevos funcionarios quieran que su «austeridad republicana» venga acompañada de la «austeridad cognitiva».

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