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esteban ierardo

De Jacques Callot y sus dibujos de la matanza de civiles a la barbarie (a juzgar) en Bucha

I

Los civiles mueren en el infierno de la historia. Pasado que no se supera en el siglo XXI. En el siglo XVII, el dibujante y grabador francés Jacques Callot (1592-1635), mediante más de 2000 dibujos representó los claroscuros de su época. Testigo de la Guerra de los Treinta años (1618-1648), mediante la habilidad de su arte trasladó a la imagen las atrocidades sobre el más débil. El estrago de la crueldad bélica calculada que hoy en Bucha, como hace siglos o desde siempre, abate a los humanos sin uniforme ni armas.

II

Cuando leemos el lenguaje de un Shakespeare, un Goethe o un Dylan Thomas, nos toca la gracia de la palabra. Pero cuando nos enfrentamos con el mal que degüella a los inocentes, nos asfixia el límite del enunciado, la imposibilidad de expresar la tiniebla que el humano escupe, y que incluso intenta justificar.

En el discurrir histórico, el brazo armado persiguió, acosó y masacró la población civil inocente como parte de una estrategia bélica: la guerra psicológica, la imposición del pánico, la desmoralización del enemigo, difundir un sentimiento de indefensión; o a veces el mero desquite y revancha.

El terrorismo empezó cuando un grupo armado inseminó el terror en otro Estado que se busca dominar o doblegar.

Antes, en un principio, los asedios de las ciudades antiguas no distinguían entre gente de armas y civiles; todos, eventualmente, debían ser masacrados. La Jerusalén tomada por asalto en 1099, por la primera cruzada, y su población civil, unas cincuenta mil personas asesinadas, es testimonio salvaje de la destrucción del otro sin distinciones de condición. Masada, Numancia como autoexterminio del civil como medida última ante el ataque sufrido, también debe ser recordada.

Pero en la Edad Media, una población civil y campesina, fuera de castillos o ciudades asediadas, también devino vida a destruir por una estrategia de agresión. El ataque y masacre de aldeas, pueblos, fue justamente el medio para inocular el terror, la guerra psicológica que comentábamos antes, y difundir la inseguridad, la incapacidad del rey para proteger a los masacrados, y así minar su autoridad.

Ese fue el cálculo maligno en la Guerra de los Cien Años (1337-1453), entre Francia e Inglaterra, con las chevauchée, las cabalgadas. Los caballeros, los guerreros a caballo, saqueaban, mataban, robaban, violaban en los poblados para contaminar una región con el caos, el miedo, la destrucción.

En la Guerra de los Treinta años, esta táctica continuó con otros aspectos propios. El historiador británico Peter Wilson, titular de la Cátedra Chichele de Historia Bélica en el All Souls College de la Universidad de Oxford, autor de Europe’s Tragedy: A History of the Thirty Years War, recrea el itinerario de la peor guerra europea antes de las que erupcionaron en el siglo XX.

El conflicto se libró principalmente dentro del Sacro Imperio Romano Germánico. Participaron casi todas las grandes potencias europeas. En un principio, fue una confrontación entre estados protestantes y católicos; los primeros partidarios de la Reforma, y los otros de la Contrarreforma. La primera motivación religiosa después viró hacia intereses políticos y territoriales.

El uso de armas de fuego fue masivo. Los estados beligerantes acudieron a ingentes fuerzas mercenarias. Éstas devastaron todo su entorno en pos de suministros. El saqueo, la muerte “beneficiosa” del indefenso. La matanza de los civiles en ese proceso ya no era una excepción sino la regla. La ciudad protestante sajona de Magdeburgo, en 1631, fue sometida a un feroz saqueo que mató a unos 20.000 civiles. De esta matanza deriva Magdeburgisieren (o “magdeburguizar”), término que durante mucho tiempo aludió a la acción de saqueo, violación, destrucción total. Esto, sumado a hambrunas y enfermedades, diezmaron a la población que en el Sacro Imperio se redujo en un 30 %.

Alrededor de ocho millones de habitantes murieron. Bohemia antes del conflicto era poblado por tres millones de personas, al final del mismo solo sobrevivían 800.000. En aquellas jornadas dantescas, Bertolt Brecht sitúa su Madre coraje y sus hijos. La caladura del conflicto en la psiquis colectiva nunca se disipó en Alemania, o Checoslovaquia. El gran pintor holandés del barroco, Peter Paul Rubens, manifestó la decepción ante los ejércitos apocalípticos y su látigo de fuego sobre el civil desarmado:

“Creía que iba a vivir una edad de oro y he vivido una edad de acero”.

Los civiles atravesados por el acero de las espadas, cegados por el cañón, los mosquetes y los arcabuces, luego serán ultimados por armas de mayor precisión letal, como hoy en Bucha y muchas partes; pero su destino ya es arquetipo de un modo de la guerra que arrojará millones de cadáveres al abismo sin piedad.

III

Jaques Callot vivió en Nancy, en el Ducado de Lorena. Pero entre 1612 a 1621 residió en la bella Florencia, en la que aprendió la técnica del aguafuerte con Antonio Tempesta, un importante pintor y grabador italiano, activo durante el primer barroco. Al regresar a su ciudad, distribuyó su trabajo entre la corte local, los editores parisinos y la corte española. Dibujó la diversa escala social desde payasos y mendigos hasta la aristocracia cortesana. De alguna forma, Callot quería dibujarlo todo, al menos lo relacionado con la pluralidad humana.

Su serie de Las miserias de la guerra, sobre la Guerra de los Treinta años, anticipó los testimonios del horror bélico en los grabados de Los desastres de la guerra, de Francisco de Goya. El dibujo más célebre de esta serie representa un árbol, sólido, de extensas ramas. Su orgullo debía de ser la lozanía de sus hojas, el vigor de su tronco. Pero en este caso el gran ser de robusta madera oficia solo de sostén de los cuerpos fláccidos, inertes, colgados. Más de veinte seres humanos desnudos, ultrajados, asesinados.

Alrededor, una multitud de soldados, muchos con alabardas, entre tambores, y sacerdotes con cruces alzadas en señal de consuelo, y mujeres que lloran por la muerte de un padre, un hijo o un esposo. En este caso y otros, nadie fue juzgado o castigado por el asesinato de los infelices masacrados. Inexistencia aún del juicio por las muertes del civil inocente, el crimen de guerra.

Entonces, cuando no se perfilaban vencedores se firmó la Paz de Westfalia, en 1648. Su centro de gravedad será por un lado el reajuste de mapas y fronteras, el reacomodamiento de una geografía política; y el reconocimiento de la libertad de cultos: los súbditos ya no debían compartir el credo de su soberano. Pero lo más esencial fue el “giro westfaliano”, “el modelo westfaliano”, el acuerdo multilateral que acordó una política de equilibrios de poderes entre los firmantes, la abstención de impulsos expansionistas como condición para la paz.

La orgía belicista napoleónica luego cancelará temporalmente el equilibrio de fuerzas. Como en el siglo XX las dos guerras mundiales, y ahora la intentona neo soviética del Kremlin.

IV

Cuando la ex Unión soviética fue atacada por la Alemania nazi en 1941, cientos de miles de inocentes fueron masacrados, en las aldeas, pueblos, ciudades, entre nieve, trigo, acero y sangre. Mujeres violadas y asesinadas, campesinos fusilados por doquier. El 12% de la población asesinada.

La paradoja de la historia invierte responsabilidades y atrocidades: ahora las antiguas víctimas devienen victimarios y, aunque en menor escala, se repite la martirización del civil inocente.

El asesor del presidente ucraniano Volodimir Zelensky, Mykhailo Podoliak, manifestó algo inquietante: Rusia ya no tiene solo como propósito derrotar la resistencia armada ucraniana, sino también crear crisis humanitarias para desestabilizar a Europa.

Pero no debiéramos olvidar: todos los análisis de los procesos geopolíticos y bélicos colapsan cuando las ideas se encarnan y desangran en las personas vejadas por la locura.

V

La nueva mañana asomaba un 27 de febrero, en Bucha, de unos 35 cinco mil habitantes, a veinte kilómetros de Kiev. Los pájaros y animales no podían comprender el mundo extraño de los últimos días, fuera de todos sus recuerdos que son sensaciones, y no imágenes. Ninguna imagen hubo antes de tanques y soldados derramándose como lava quemante por las calles de un pueblo inofensivo, que querían imitar las tropelías pretéritas de Gengis Kan, masacrar toda resistencia y afianzarse en su conquista. Luego, le siguió la tempestad de drones, misiles, metrallas, morteros, que reencauzaron la lava hacia los soldados invasores incinerados en tanques, reducidos a tumbas calcinadas y humeantes.

Se retiraron. Pero, antes, escupieron la revancha inútil, criminal, irreversible. Un modesto jardinero que solo quería volver a sus flores fue aplastado por un tanque; mujeres y hombres desarmados e inocentes recibieron una bala certera de francotirador; un asesino los ultimó con un tiro en la cabeza o la nuca, como cuando los soviéticos liquidaban a sus víctimas polacas ante la fosa de Katyn; muchos violaron y mataron a las mujeres, a las niñas en Bucha, y en muchas otras partes; degollaron a las familias, acribillaron a los niños y ancianos, torturaron, asesinaron al civil, vulnerable, al que sufre, solitario…

Sus cadáveres no quedaron colgando del árbol dibujado por Callot, sino tendidos sobre el asfalto indiferente, en la tierra. La vida civil exterminada, la mujer, la niña, violadas, ultrajadas, en las calles, en los sótanos, bajos escombros, cerca de muñecos y flores, cerca de sus casas, que antes eran sus pequeños paraísos humildes.

Ucrania denuncia la matanza de cientos de civiles, enterrados en fosas comunes. Denuncias también de parecido tenor se repiten en Járkov y Chernihiv, y otras localidades. Pero el agresor niega las imputaciones. Vladimir Putin dijo que todo solo es una “provocación grosera y cínica” de los ucranianos. No expresó preocupación por la vejación consumada; no prometió una investigación interna, para así liberar a su Estado de la impunidad criminal. No, solo negación. La actitud sospechosa del encubrimiento, la estrategia del negacionismo: todo es, se dice, montaje, falsificación. Negacionismo que puede ser sostenido livianamente a horcajadas de la era de la posverdad, en la que la verdad es lo que digo y no la verdad verificable; táctica para sustituir la realidad por la propia conveniencia.

Entre acusaciones y negaciones, la investigación judicial rigurosa es la que debe labrar un camino que refute el negacionismo mediante pruebas verificables y testigos, y que lleve a los culpables a su condena, y a la determinación de la dinámica de los hechos: solo decisiones de soldados en el terreno, o posibles órdenes desde una cadena de mando… Será el desafío de la Corte Penal Internacional de la Haya. El reto de una justicia veloz, que investigue en el terreno, con recolección de rápidas pruebas independientes y testimonios; no el formalismo empantanado en burocracias, palabras sobre los derechos humanos, pero no acciones eficaces para su protección, parálisis, muchas veces un oculto desinterés…

Tras la fundación de la Corte Penal Internacional en 1998, constituida por el Estatuto de Roma, en su preámbulo se observa:

Teniendo presente que, en este siglo, millones de niños, mujeres y hombres han sido víctimas de atrocidades que desafían la imaginación y conmueven profundamente la conciencia de la humanidad… (1) 

Esa atrocidad se encarna en personas con sus historias, sensibilidades, deseos, sueños… El pavor de esas víctimas civiles en desiertos del pasado, muchas veces olvidados, en ejemplos interminables. Los genocidios (2); en la primera guerra mundial (entre 6 a 7 millones de víctimas civiles); en la segunda guerra mundial (alrededor de 47 millones, que incluye el exterminio sistemático de la Shoa). Durante la ocupación japonesa de China (1933-1945), miles de mujeres fueron violadas y asesinadas, muchos civiles enterrados vivos (3); en 1944; la masacre de Wola en Varsovia, entre 40000 a 100000 civiles y prisioneros de guerra polacos exterminados durante el levantamiento de la capital polaca. Las masacres nazis de la población civil en Italia, simbolizada por las Fosas Ardeatinas, derramaron dolor inenarrable.

La atrocidad es lamentablemente común, extendida, insistente, no superada. Las investigaciones en curso de la Corte Penal Internacional de crímenes de guerra, y la vejación de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario, involucra a muchos países africanos, también Afganistán, Colombia, Palestina, etc.

Ahora la Federación rusa. Es la oportunidad de enmendar la omisión de justicia al final de la segunda guerra mundial que benefició a Stalin y sus esbirros. Los juicios de Núremberg no contemplaron investigaciones de los soviéticos por sus matanzas de polacos en las fosas de Katyn, o la masacre de las mujeres violadas y asesinadas en Berlín. La frialdad del realismo político, los intereses comunes hicieron que los aliados protegieran a su socio necesario en la derrota del mal nazi. Así, la autoridad soviética siempre estuvo muy lejos del peligro de la acusación, el procesamiento, la condena.

El encubrimiento de los países occidentales respondió también a su desesperación por ocultar sus propios crímenes de guerra, su perversión disimulada: los bombardeos, sin justificación militar, de cientos de miles civiles incinerados en fuego apocalíptico, en Dresde, Hamburgo, Tokio, y en otras ciudades (se calcula en 1,5 los muertos civiles por los bombardeos aliados); la espinosa y controvertible responsabilidad por las detonaciones nucleares en Japón. Pero los crímenes de guerra de los aliados también involucraron tortura, violaciones, masacres de civiles y de prisioneros desarmados (4). Una siniestra ley de la historia: no juzgar a un culpable es muchas veces ocultar la propia culpabilidad.

En la praxis política internacional nadie es puro y libre de cargo. Los tableros coyunturales de posiciones e intereses determinan las decisiones estratégicas.

Callot debió recurrir al dibujo para graficar el asesinato colectivo. Hoy, la nitidez de videos y fotografías preservan la evidencia de la muerte civil.

Este es el momento, entonces, para la real búsqueda de justicia que destruya la impunidad en la masacre de los civiles. ¿Pero realmente lo será?

VI

Para Yevhen, la ocupación en Bucha era extraña, un sueño oscuro, un quejido largo, sostenido, disonante en los oídos y la cabeza. Permanecía encerrado casi todo el tiempo, pero quería algo de leche para él y su gato Taras, que se ocultó bajo un mueble el día de la tormenta de explosiones y fragmentos de carne.

Lo aliviaba que Oleksandr, su hermano, el historiador, veinte años más grande, estuviera a salvo en Polonia. Dejó sus libros, y uno abierto, sobre la mesa, sobre otra guerra, y un dibujo que le llamó tanto la atención: un grupo de personas desnudas colgando de un árbol, un dibujo de un tal Callot.

Recogió su bicicleta, una bolsa. Su amigo Demyan, encerrado en un sótano, quizá tuviera todavía algún cartón de leche. Hacía frío. Se puso su abrigo viejo, raído, austero. Empezó a pedalear por la calle de su infancia, en la que creció, la que recorrió con la insistencia de las olas que se rompen sobre las mismas rocas. Al rodar, levantó la vista: un poco de nubes, un pájaro ascendiendo con elegancia, una brisa húmeda, pero íntima. Olvidó por un momento el mal que escupen tanques y misiles. Con algo de suerte, le traería algo que alegraría a Taras.

Ahora solo tenía que doblar la esquina. Ya estaba cerca. Con su humilde bicicleta empezó el giro. El manubrio fue dócil, amable, como siempre. Y la bala de un invasor que se retiraba con los suyos, fue mecánica, veloz, imperceptible, cuando le perforó el corazón.


Citas, notas:

(1) El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, digitalizado, entre otros sitios institucionales, en página del Representante Especial del Secretario General para la cuestión de los niños y los conflictos armados (childrenandarmedconflict.un.org). 

(2) El genocidio es el intento sistemático de exterminar un pueblo, una etnia. El término y definición fue propuesto inicialmente por el jurista judeo-polaco Raphael Lemkin, en el libro El poder del Eje en la Europa ocupada publicado en 1944, luego de escapar del Holocausto, y de conseguir asilo en Estados Unidos. El primer genocidio del siglo XX fue el de los hereros y nama en el África del Sudoeste alemana (hoy Namibia) en 1907; y luego el genocidio armenio, el Holocausto, el genocidio en Ruanda; el genocidio bosnio consumado por las fuerzas serbio-bosnias en Srebrenica en 1995, durante la guerra de la ex Yugoslavia. Los crímenes de guerra, por su parte, son violaciones de derechos humanos sobre civiles no armados o prisioneros; los civiles asesinados son las grandes víctimas en ambos casos.

(3) El historiador británico Laurence Rees realiza documentos y libros sobre los crímenes perpetrados por los Estados totalitarios durante la Segunda Guerra Mundial, en el marco de investigaciones para la BBC. Sobre la perversa actitud humana para el exterminio del indefenso y sin culpa, es muy revelador su libro El holocausto asiático. Los crímenes japoneses en la segunda guerra mundial, ed. Crítica.

(4) Sobre esta delicada cuestión, por ejemplo, Jesús Hernández Martínez, Grandes atrocidades de la Segunda Guerra Mundial: Matanzas, asesinatos masivos y crímenes de guerra del Eje y los Aliados; o también, entre otras muchas fuentes, el artículo de Richard Drayton en The Guardian: “An ethical blank cheque. British and U.S. mythology about the second world war ignores our own crimes and legitimises Anglo-American war making”, 2005.

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