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De hombres lábiles y hombres fuertes

Basta leer el titular de la editorial de RT —televisión rusa internacional— para verificar por centésima vez el apoyo incondicional del dictador Putin a Donald Trump.

En medio de la pandemia de Covid-19, los escribas rusos del dúo Putin-Trump afirman que los demócratas americanos utilizan la pandemia como arma política a fin de que Trump no continúe en la Casa Blanca después de las próximas elecciones.

Tal postura se corresponde a pie juntillas con las mentiras patológicas de Trump, que hasta hace poco se dedicó a restarle importancia a la pandemia de una manera tan irresponsable que me obligó a acuñar la oración, no exenta de agudeza, El jefe del mundo es un orate. La inconsciencia de Trump se ha cristalizado en una burrada ejemplar: en 2018, su administración ordenó el desmantelamiento de un organismo gubernamental especializado, entre otras cosas, en la prevención y combate de pandemias.

Ante la debilidad del presidente americano, China y Rusia, en su carrera por convertirse en socios hegemónicos, no escamotean esfuerzos por tumbarse a los Estados Unidos. Al fin y al cabo, han sido enemigos durante décadas, y a eslavos y asiáticos les queda la sangre en el ojo.

La venganza, el más elemental e infantil de los vicios humanos, parece gobernar la conducta del zar Putin, que ahora pretende perennizarse en el poder más allá de todo cálculo racional, estulticia en que suelen incurrir los tiranos.

Una multitud de marxistas desamparados —gamines ideológicos—, de periodistas jubilados o desempleados, actores y directores de cine, se han refugiado bajo el ala sangrienta de Putin. Con cierta maña heredada del stalinismo, Putin y sus operadores han sabido aparecer como líderes del progresismo en el mundo, atrayendo a dicha multitud, marcada en las entretelas del alma por la bancarrota de los socialismos reales y la victoria pírrica del neoclasicismo económico.

El precio a pagar por la amistad de Rusia y China lleva al gobierno cubano a reivindicar la tiranía norcoreana, a solidarizarse con la teocracia iraní y a justificar la torpeza por antonomasia de Chávez y Maduro. Algo semejante le sucede a Ortega en Nicaragua, y le sucedía en Bolivia al gobierno de Evo Morales, que también quiso encaramarse en el poder por los siglos de los siglos.

Ambos bandos, la ultraderecha y la ultraizquierda, cuentan con sicofantes y suplicantes de toda laya. Debido a la complejidad del tablero geopolítico, resulta difícil, si no imposible, opinar, juzgar y actuar con sensatez frente a la división del universo entre dos fuerzas exterminadoramente antagónicas.

La crisis actual no hace sino verificar la tendencia al suicidio de la especie humana. Los sistemas de salud se muestran trágicamente insuficientes para contrarrestar una pandemia cuya inminencia la comunidad científica viene anunciando desde hace décadas.

La esperanza es lo último que se pierde. Desgraciadamente, con tanto bruto de por medio, resulta ilusorio albergarla.

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