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¿De dónde venimos, a dónde vamos?

No podemos establecer escenarios si no conocemos la historia de nuestro país. Partimos de un hecho: cuando los españoles llegaron a México y se encontraron con la sociedad azteca, derribaron las estatuas de los dioses, destruyeron los templos, quemaron los códices y aniquilaron la casta sacerdotal. Es como si les hubieran quitado, los ojos, los oídos, el alma y la memoria al pueblo indígena. Impusieron el catolicismo, las creencias, la culpa, el pecado. La iglesia católica se convirtió en el terrateniente más importante del país. El periodo de la formación de México comenzó con la independencia, tras la derrota de Maximiliano y del partido conservador. Con la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma, el país alcanzó el punto más alto de su desarrollo político, periodo en el que se vivió democráticamente. La prensa y el parlamento eran libres, el grupo dirigente era de lo mejor, lo formaban hombres con méritos propios.

Nada es permanente. El experimento liberal y democrático fracasó, posteriormente el porfiriato, sentó las bases económicas para construir una sociedad moderna, gobernó para enriquecer a los ricos, desgraciadamente destruyó la democracia política y agravó las diferencias entre las clases sociales. Lamentablemente no se podía preservar la democracia en un país de campesinos analfabetos, con una clase media muy reducida.

México estaba arruinado. En cincuenta años se habían destruido las riquezas acumuladas durante los tres siglos de la Nueva España. Los siguientes planes de modernización han deformado nuestra cultura, sin generar cambios en la sociedad, seguimos tropezando con las mismas piedras.

La independencia, nos liberó de España, no de nuestro pasado de sometimiento. El Estado mexicano está atrapado en la compulsión a la repetición: la rapiña y la corrupción de los políticos enfermos de poder y ambición. El patrón de aprendizaje continúa desde el siglo XIV y es de origen hispánico. Luego vino la megalomanía de los políticos, proyectos gigantescos, caprichos que quedaban abandonados al terminar el sexenio.

La diferencia con el porfiriato es que dejó monumentos gigantescos que a la fecha son patrimonio de la cultura de nuestro país. El sueño de muchos mexicanos desde la independencia es transformar al país en una democracia moderna. En el 2000 se presentó la alternancia, la derrota del PRI y el triunfo del PAN. Ese cambio tampoco resultó lo que se esperaba, las expectativas eran grandes sin embargo pronto sufrimos la decepción. El Partido Acción Nacional no pudo capitalizar a su favor el descontento contra el Partido Revolucionario Institucional. Se repitieron las mismas mañas de corrupción.

Luego nació el IFE, ahora INE, encargado del sistema electoral y de la partidocracia. En ese momento surgió otro problema: los partidos políticos se convirtieron en negocios familiares con el dinero de nuestros impuestos. El sistema electoral cuenta con un excesivo presupuesto que los partidos dilapidan irresponsablemente en las campañas, una gran incongruencia para un país con millones de pobres. Los ciudadanos están muy resentidos con los políticos, pero, el coraje tiene que canalizarse. Somos los ciudadanos los que podemos seguir logrando cambios en la sociedad, tenemos que ejercer el voto, permanecer vigilantes y cooperando para la transformación de México.

Nuestro país vive gracias al tradicionalismo, no se trata de cambiarlo, sino de devolverle su capacidad creadora, recuperar la autoestima, aprender de la historia, abonar en el presente para cosechar frutos en un futuro cercano.

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