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Adrian Ferrero

De donde nacen los barcos: sobre el álbum The Last Ship de Sting

Este álbum de Sting, The Last Ship, de 2013, fue un trabajo en estudio, luego de lanzado Sacred love (2003). El resto había sido en vivo. Es el onceavo grabado en esas condiciones. Y entre ambos trabajos, Sting confiesa en un breve texto que antecede a las letras que había dejado transcurrir demasiado tiempo (diez años, lo que es mucho en la carrera de un músico para ser francos, si nos ponemos a pensar en términos de una trayectoria) sin componer canciones y evidentemente había desatendido o bien no había surgido la necesidad de expresarse a partir de nuevas formas. Manifiesta también que había atravesado otras temporadas de vacío creativo durante su vida. Y que este disco reviste el carácter de una “elegía”. Que recupera el paisaje en el que creció y en el que lo asaltaron también “sus fantasmas”. Alude a las voces que lo atraviesan y a través de las que se expresa y se deja expresar por ellas. Y confirma que sus músicos y los invitados han “construido entre todos una nave de sueños”. Una “nave de sueños” es una “alegoría” sobre la importancia “del trabajo, de la comunidad, subrayando el rol de la paternidad, el exilio, la alienación, la religión, la redención, la mortalidad, la pasión, el humor y el coraje que surge en ocasiones frente a la desesperación”. Como vemos, Sting, está pensando en temas importantes. Ahora bien: ¿todos estos contenidos alberga el álbum? ¿o en todos estos contenidos estaba pensando el corazón de Sting cuando compuso las canciones que lo integran? Atravesado por tensiones, conflictos, nostalgias, pérdidas, arribos a su vida de nuevos acontecimientos o personas, (la suya de este espacio fue paradigmática, de un ámbito portuario, sede natural de llegadas y partidas), no puede dejar de recuperar escenas (o de imaginarlas). Sting es un músico que podríamos tildar abiertamente de “veterano”. No por vejez sino por conocimiento de la composición, de los distintos géneros, de la conducta de show, de cómo manejarse entre multitudes de modo carismático. Pero también de saber administrar su privacidad. Una zona irreductible que no está dispuesto a que le sea sustraída por los medios o por sus mismos fans. Busca lugares tranquilos. Se recluye en casas distantes serenas de diferentes partes del mundo, lleva una vida saludable, practica deportes o, al menos, actividad física. No es el estereotipo de las estrella autodestructiva que sí supieron ser paradigmáticamente muchas estrellas del espectáculos de Jim Morrison a Janis Joplin, por cierto tan solo dos ejemplos emblemáticos que sin embargo son músicos de culto. Han dejado un legado difícilmente olvidable para las distintas generaciones en la medida en que se van familiarizando con su música y con su historia. Capturados por la droga y el alcohol el universo que los rodea se hace añicos como si arrojaran una piedra contra un cristal. Se trata de subjetividades endebles. Pero cuya fortaleza estriba en dejar obras espléndidas e inolvidables. No es el caso de Sting. Se ha mantenido vigente a lo largo de muchos años de carrera. Primero con una banda exitosísima como The Police y luego ya como solista dándose absolutamente todos los gustos.

Diez años de silencio permiten a un compositor elaborar de un modo complejo y siguiendo sus propios tiempos, a la luz de su pasado, un saldo sobre su producción, en especial para alguien con la experiencia, la formación y la trayectoria de Sting. Con una discografía notable y extensa, incesante. No obstante, Sting siguió grabando e interpretando canciones antiguas, clásicos, en discos en vivo o concibiendo compilaciones y eso no fue obstáculo, evidentemente, para su realización. Hasta este momento. En que otras necesidades afloran. Probablemente a la luz de esta etapa de la vida en la que hay mucho para mirar hacia atrás. En efecto, Sting ya no es ese jovencito de The Police con toda la vida por delante. Con toda la vida para componer y todo para decir. Ahora es un hombre que, incluso, dado el caso, pese a tener un enorme oficio y bagaje, además de formación, puede quedarse sin palabras. No diría que por falta de inspiración o de recursos en lo formativo sino, en cambio, en las emociones que pueden traicionarlo, embargarlo, hacerle sentir a esta altura de su vida muchos sentimientos que antes le resultaban literalmente inconcebibles. Ahora Sting lo ha dicho prácticamente todo. Ha alcanzado la cumbre del éxito. La fama lo corteja. Él se ha dejado cortejar por ella, si bien con la moderación propia de alguien que no es un frívolo sino que simplemente se sirve de ella para poder dar a conocer públicamente mensajes y que esa fama sea el vehículo de una estética evidentemente ya consolidada pero que ha atravesado por muchas etapas, variantes, compases, variaciones, se ha enriquecido con géneros de distintos espacios planetarios incluso hasta llegar al colmo de nutrirse de la música de Oriente.

Este disco contiene todos temas originales del artista. Se remonta en ellos a sus raíces en Wallsend, en donde se crió y había un astillero, lo que lo marcó singularmente porque desde muy pequeño asistió a ese espectáculo que, me parece, invita a pensar en fantasías de viajes a zonas distantes así como a paisajes que son distintos de los en los que se está viviendo en ese momento. O sencillamente a realizar viajes. Y junto con ello acariciar deseos de conocer otras geografías así como a otras culturas. Lo que, evidentemente, tuvo lugar. Si tenemos en cuenta que el padre de Sting era el lechero del pueblo y él salía a acompañarlo al amanecer a realizar su trabajo, no suena demasiado descabellada la ambición de asistir a otros espectáculos. Por otro lado, está la visionaria frase de un padre que le vaticina que alguna vez él partirá de esa zona portuaria en un barco y que andará mundo.

Mucho le quedará a Sting entre ese vaticinio de su padre, esa suerte de gran ambición que promueve en su hijo también, porque lo compromete para que se exija una vida diferente de la que él ha llevado o le ha tocado en suerte. Pero lo cierto es que sus palabras no solo se cumplen sino que se potenciarán hasta límites incalculables.

Sus letras abordan temas como el autoconocimiento, el inevitable paso del tiempo, las relaciones humanas (Sting sembró y consolidó lazos muy sólidos con su origen, y no sólo familiares).

El rock se retira moderadamente de sus notas más intensas en este álbum para explorar otros ritmos como el jazz, el folk y el blues. Un disco que comunica sensibilidad, simplicidad, nostalgia, resonancias y ecos de evocaciones de personas, episodios, objetos, panoramas y circunstancias que forman parte de momentos ya transcurridos que se revitalizan, se recuperan pero a la vez se resignifican. Se trata de momentos y personas, de escenas, de recuerdos que al mismo tiempo se añoran porque se los ha perdido. En todo caso, vuelven a ser lo que antes fueron pero de un modo completamente distinto. Porque en verdad se han perdido inexorablemente. Pese a una vida de la que lo último que se podría decir es que no ha tenido satisfacciones profesionales y personales, este remontarse a las primeras vivencias, diría mejor, a las raíces, jamás dejan indemne a un artista. Porque visita o, en todo caso, revisita munido de otra presencia el ámbito que lo alojó y en el que tuvieron lugar las experiencias fundantes de su personalidad.

Los músicos invitados son Brian Johnson, de AC/DC, Jimmy Nail, The Unthensks, The Wilson Family y Kathryn Tickell.

El título The Last Ship alude, por supuesto, a ecos de los barcos de su infancia y adolescencia, que parten pero de los cuales también él parte por última vez. Asimismo, a ese adiós elegíaco: se cortan amarras de modo definitivo sin dejar de olvidar el punto de partida que pese a ello perdura bajo múltiples facetas en el interior de un proyecto creador y una intimidad que retornará seguramente a su repertorio.

En estos astilleros se construyó la personalidad primera de Sting (también la musical, no lo olvidemos), muchos de los contenidos originarios de su memoria, la potencia de su imaginación (él ya escribía sus primeros textos), de pensar y de pensarse en relación al mundo, a los demás y al universo, a la alteridad, al semejante, a la relación con el universo en un hombre caviloso como siempre ha sido él, por más que haya dado tanto protagonismo también al amor en sus letras o bien incluso canciones con relatos estremecedores en los cuales no le tiembla el pulso a la hora de abordar temas conflictivos, aquí se retrotrae hacia otras instancias en las que la riqueza interior (a mi juicio) revisita esa intimidad primera con los valores, la experiencias y la vida en el seno de un pueblo que ahora tiene otra fisonomía respecto de como él lo dejó y sin embargo sigue siendo el mismo puerto. Cambia la escenografía pero no cambia su naturaleza de pasaje, de pasadizo, de salvoconducto hacia otros territorios partiendo de él. Como todo espacio portuario es un espacio precario. No de residencia permanente salvo para un conjunto estable dudo que demasiado populoso de una población que también añora partir en busca de perspectivas más provechosas no solo económicas sino vocacionales o de realización.

Uno suele apreciar en los álbumes del británico cómo se narran historias o circunstancias, episodios históricos o privados, también hay otras vertientes en las cuales se interroga en sus producciones acerca de sentidos, movimientos, el tiempo y lo que nos constituye como humanos en el más genuino de los significados de esta palabra: quitándole esa falsa pátina de fácil espiritualidad, amable. Sting aboga por una espiritualidad difícil, que requiera de su protagonista un trabajo obstinado sobre el sujeto y que lo ponga a prueba. No una fácil partida en la cual mediante un truco sencillo él logre acentuar alguna dimensión más o menos virtuosa de su personalidad. No. El trabajo duro tiene que ver con un trabajo duro en el oficio de músico pero también en los vínculos familiares, en no traicionar ni traicionarse ni a sí mismo ni a sus fans, ni a su familia ni menos aún a lo que podría concebirse como una suerte de gran dimensión del cosmos al que él ha hecho referencia. También la dimensión del cuerpo no ha sido descuidada por Sting. Otorgándole a la sexualidad un carácter relevante en la vida de un sujeto, de realización. Pero también de comunión con la mujer o, si se trata de otro caso, de un varón. Sobre todo en tiempos en que se suele hacer un culto de lo banal o bien de la cultura de la celebridades. Esa curiosidad, esa necesidad por desentrañar los grandes enigmas de la creación y la naturaleza se los debemos a un Sting que deja varias lecciones a las generaciones de músicos que vienen por detrás, a sus contemporáneos, que asisten a su carrera (o con envidia o con ánimo de aprendizaje) y también lo deja para su familia y sus fans. Un músico que, como una revelación, en sus canciones, habla del amor como algo sagrado. Y le canta a una mujer singular como la destinataria espontánea, natural, depositaria de esa canción más tarde o más temprano.

En EE.UU. el álbum vendió 90.000 copias desde su lanzamiento hasta septiembre de 2016 lo que da la pauta de una expectativa sostenida que no ha sido un relámpago pero sí ha concitado interés en torno del trabajo discográfico de uno de los clásicos contemporáneos de música rock de proyección internacional de todos los tiempos. Sting a esta altura es un ícono de la música de todos los tiempos. Un hito de naturaleza ineludible, un referente para cualquier persona que aspire a reconstruir el mapa de la música rock y de cierta vertiente rock/pop, jazz, entre otras vertientes de las cuales difícil seria enumerar todo su amplio, variado y riquísimo repertorio. Por momentos sincrético, por momentos más ortodoxo pero que siempre sí puedo afirmar es de excelencia. He recorrido la discografía de Sting muchas veces, de atrás para adelante y de adelante para atrás. Y resulta interesante ir al encuentro de semejantes manifestaciones tan multifacéticas. Son la obra de alguien que ha consagrado su vida a la música de un modo absoluto, que ha sido exitoso pero que al mismo tiempo no se ha dejado emborrachar por la fama ni ha hecho de ella un culto sino que se sirvió de su impacto para que su estética circulara socialmente en libertad por amplios sectores de la población mundial, así como por distintos soportes.

En este álbum hay canciones que hablan del regreso desde el mar a la tierra firme, al puerto, a la vida secreta e inconsciente de los hombres, que solemos cubrirnos “con máscaras”. Esta apuesta de Sting a sincerarse en sus prismas menos “exitistas” y más privados (si bien, me parece, nunca fue un músico particularmente egocéntrico) lo vuelven sensible a plasmar en canciones sutiles y de una modulación confidente o, mejor, confesional, algunas de las claves de su pasado. Etapa de revisión en la vida de Sting. No sé si de balances, lo que sería mucho decir o no estaría en condiciones de afirmar, aun teniendo acceso a estas canciones. Pero sí de indagar en quién ha sido y qué constelación de circunstancias lo han constituido para ser quien es. A mis ojos, proviniendo de alguien de orígenes humildes, resulta como mínimo un gesto de modestia y valentía. Sting se expone. Y expone su pasado sin disfrazar ninguna entresijo pendiente. Pero además, en la vida de cualquier hombre, indispensable resulta alcanzar la exasperación sensible de momentos como estos. En el músico y su música se decantan. En un viaje a la semilla.

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