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Dan pena frente al colapso

México vive hoy la hora más grave, delicada y crucial de su historia, teniendo en la cima del sistema político-burocrático a los peores liderazgos para enfrentarla.

Si no sabían a dónde iba y llevaban al país, hoy no saben lo que viene.

Desde 1901 México ató su destino al petróleo como materia prima industrial. En ese año Díaz expide la Ley del Petróleo y, a partir de ahí, todo en el país comienza a girar alrededor del petróleo y sus derivados.

Si en la época prehispánica y durante la Colonia el petróleo era “cosa del demonio” asociada con los malos augurios, eso debía dejarse en el más remoto pasado, porque México -después de la Expropiación Petrolera (1938)- pasaría a ser uno de los principales productores de crudo en el siglo XX.

Mientras otros países no dependían únicamente del petróleo, sino de la diversificación de exportaciones y la solidez del mercado interno para dar estabilidad y soporte a su economía, México hizo del petróleo su “suerte gitana”, su amuleto, arteria de una soberanía mal entendida y pieza de inflamaciones retóricas que sería largo enumerar.

El petronacionalismo de los años cuarenta y cincuenta fue piedra de toque de un nacionalismo económico, político y cultural, además de una forma de pensar, sentir y concebir a la nación apoyada en el lenguaje: “petrobonos”, “petrodeuda”, “economía petrolizada” y “petrodólares”, fueron los términos usuales en aquella época.

Ese pensamiento y el “rollo” que lo subrayaba, en los cuales se montó buena parte del éxito electoral de AMLO y “Morena” en los pasados comicios, no son ya el “mantra” ideológico ni el referente eco-energético a los que México puede atar su destino de aquí en adelante.

Más acá de que la respuesta burocrática frente al Covid-19 haya sido deficiente y contradictoria, y al margen de que tiene en las calles una crisis de violencia delincuencial que lo rebasa, el problema del presidente López Obrador es que, de acuerdo con la realidad y los números, no puede con la descomposición que él mismo ha provocado.

Luego de la más reciente reunión de la OPEP, donde Rocío Nahle quiso presentar a México como una “superpotencia” (lo cual incentivó la risa burlona de los árabes), y a partir de la cual el aparato de propaganda de la 4T intentó hacer de Andrés López el “pulgarcito” que domó a los gigantes petroleros, varios episodios indican que está por cerrarse la era del petróleo en el mundo.

Al salir Arabia Saudita del acuerdo de la OPEP de reducir 9.7 la producción de petróleo, e inundar con sobreproducción un mercado internacional deprimido y sin capacidad de almacenamiento, hizo una jugada maestra que dejó fuera de competencia a varios y quebró a otros.

El crudo y sus derivados seguirán siendo, por poco tiempo, motor industrial del mundo. Pero no serán ya el único, el más preciado ni el más estratégico, pues el desarrollo tecnológico global se orienta a la sustitución de energías fósiles y a la creación y uso de energías alternativas, limpias y renovables, en el que México no pinta.

Actualmente hay en el mercado poco más de 38 mil millones de barriles excedentes de petróleo, lo cual implica que producir petróleo en estos tiempos sólo sirve a la economía de la pérdida, y al mismo tiempo significa que proyectar la construcción de nuevas refinerías, como la de Dos Bocas, es disponerse a tirar el dinero público -dinero de todos- al caño.

Después de haber sido degradada por las más prestigiadas firmas y calificadoras internacionales, al pasar de una calificación positiva a triple B-negativa, la deuda soberana de PEMEX cayó a su nivel histórico más bajo: perdió hace días el “grado de inversión” y sus bonos pasaron a la calificación de bonos “basura”.

Hoy, el Sistema Nacional de Refinación de PEMEX pierde al año entre 50 y 60 mil millones de pesos, no sólo por los costos del atraso tecnológico, sino también porque el crudo no es ya el principal producto de exportación y será pronto un combustible obsoleto.

A la luz de esta perspectiva, lo cuerdo no es resucitar a un sector “muerto bien muerto”, como se dice más allá del pavimento, sino reorientar la inversión pública a la generación de energías rentables, estratégicas, atractivas y con futuro.

Todo esto explica, en parte, lo que los “ideólogos” y “técnicos” del gobierno de la 4T no han entendido ni quieren entender: que no saben, en realidad, cómo se maneja un sistema económico y desconocen cómo se opera una política energética.

En el pecado llevarán la penitencia. El desastre ya comenzó.


Pisapapeles

Si la sociedad mexicana no despierta a tiempo, con la firme decisión de evitar a toda costa el colapso de la República, días muy duros le esperan a nuestro país.

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