Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Alejandro Varderi

Cuba: Vidas quebradas en tiempos oscuros (II)

El resentimiento de los protagonistas ante el fracaso de sus existencias, y el equívoco sexual de Alejandro, producto del falso machismo de Saúl, se aúnan en Chamaco a los trabajos para sobrevivir en medio del cotidiano resuelve, a fin de hacerse con lo más imprescindible, como constante en la existencia del pueblo cubano desde la entrada de Fidel Castro a La Habana. Ello, cual adelanto de lo que vendría después y cuyas secuelas cristalizan hoy en las marchas de protesta, especialmente entre los jóvenes, quienes están siendo apresados y torturados por el régimen. Esto, siguiendo la fórmula represiva puesta en práctica en países como Nicaragua y Venezuela, donde las nuevas generaciones también llevan el estandarte de la libertad y son víctima de idéntica violencia, por parte de los servicios de inteligencia cubanos confabulados con las fuerzas policiales de las dictaduras locales.

“—¿Cuánto gastaste en la comida? (…) —Como quinientos pesos si te pones a ver. —El salario de un mes. —El mío”, proseguirán los caracteres del film, dejando traslucir sus personales inadecuaciones en una realidad donde los problemas económicos encontrarán otra vía de escape, mediante las recriminaciones mutuas con respecto a la vida conyugal.

“A veces pienso que si te casaras nos llevaríamos mejor”, pondera el padre. “A veces pienso que, si te casaras otra vez… A mí me encantaría probar la sazón de tu mujer”, responderá cáusticamente la hija; enfatizando ellos en el intercambio el estrecho lugar de los afectos exógenos en sus vidas, pues ninguno de los dos ha encontrado aún la relación satisfactoria. Silvia, porque las demandas profesionales no le han permitido dedicarse de lleno a una pareja, aislándola más bien en un espacio ajeno al ritmo vital de la geografía. “Construyendo una isla de cristal. Tanto tiempo gastado en esta mierda”, acabará diciendo y diciéndose, cuando los acontecimientos de esta noche lleguen finalmente a sobrepasarla. “A veces me gusta arrimarme al crimen. Debería mantenerme lejos, pero me arrimo”, le revelará Alejandro a Karel cuando se conozcan esa madrugada, dando inicio al proceso de seducción que acabará destruyendo al muchacho. En el caso del hombre, el brevísimo affaire tampoco le dará las satisfacciones buscadas y nunca encontradas en la vida marital; con lo cual tanto él como su hija, destrozada por la pérdida del hermano y sin saber todavía que el amante compartido con su propio padre es el asesino, quedarán al descubierto y sin posibilidad de redención.

Por otro lado, la autoinmolación de Karel, ejecutada con la intención de expiar sus culpas, en lugar de salvarlo para las cosas del cielo, lo condena para los asuntos terrenos instaurándolo como cuerpo sexual con un significado ambiguo, pues no queda resuelto en el film el motivo último del encuentro con Alejandro. De hecho, el travelling lento del cuerpo desnudo tendido en el suelo, con la voz en off del hombre relatando el parecido físico entre el hijo muerto y el amante, agrega más bien un ingrediente incestuoso al argumento, y hace de Karel la bisagra entre un presente donde es mártir y un futuro de desmoralización e impotencia para Alejandro, incapaz de absorber todos los sentidos del drama.

“Lo conocí hace dos días al frente de la acera del ‘Louvre’ la misma noche que mataron a mi hijo (…). Me hablaba y era como si tuviera a Miguel delante de mí (…). La misma edad, dios mío, la misma mirada de Miguel (…). Tener a un hijo acabado de enterrar y pensar en un chiquillo (…). Sé que cuesta trabajo entender, pero eran una misma cosa, Miguel y Karel, cuando lo vi en el umbral (…). Nos revolcamos sobre la cama. Puro entusiasmo. Un beso, dos. Me habló al oído cuando acabamos: ‘No quiero dinero tuyo. No quiero’”.

En el sitio de la ausencia, Alejandro queda en blanco y sin argumentos para justificar la presencia de Karel, muerto ante él y en su propia casa, más allá de su sentido alegórico como representación de lo clandestino y furtivo. Algo que la revolución considerará un estorbo y un foco de resistencia contra la pureza del hombre nuevo preconizada por la ideología comunista, y que por tanto es necesario borrar, desaparecer, hacer ver que nunca existió; uniéndolo así a la larga cadena de mártires de la homofobia castrista personificada en el film por la figura de Saúl.

La dosis de poder que el pertenecer al estamento policíaco le confiere, le permite controlar a los jóvenes de la zona, quedándose con parte de lo ganado en sus transacciones carnales, o en el caso de Karel exigiéndole averiguar también de dónde Alejandro saca su dinero. “Nadie tiene tanta plata en esta ciudad como para estarla gastando con muchachos todas las noches (…). Te voy a dejar tranquilo hasta enero, ni un carnet pedido, ni una noche en el calabozo. ¡Búscalo!”, le ordena, amenazándolo y dándole indirectamente a entender que sabe quién mató al hijo de su prospectivo amante.

Las seguridades que el muchacho no ha encontrado en casa del “tío” Felipe las espera de Alejandro, pero simultáneamente no quiere comprometerlo pues en el fondo sus desequilibrios son consecuencia del acorralamiento sufrido a causa de las intolerancias de los otros. Familiares reales o ficticios, compañeros de fatigas como la misma Chupi, encuentros circunstanciales cual fue el fatídico con Miguel, constituyen su entorno vital dejándolo a la intemperie, literal y alegóricamente. Ello es así pues, por un lado, el “tío” Felipe le exigirá que se vaya de su casa al no dejarse poseer más por él, y por otro la precariedad y urgencia de sus encuentros sexuales callejeros carecerán de gravedad y sustancia, abandonándolo a la suerte, o como a la Blanche Dubois de Tennessee Williams llevándole a depender de la amabilidad de los extraños.

Su crimen entonces es consecuencia de un desamparo y el suicidio la única manera posible para él de purgar sus males, lo cual constituye en sí mismo una contradicción pues se impone al afán de sobrevivencia puesto en todos sus desplazamientos; ya sea de la ciudad al campo, de la casa de su protector a la calle o de esta al hogar de Alejandro donde esperaba quizás encontrar albergue seguro. Una esperanza, siempre en el pensamiento de quien sufre las intransigencias y destruida por Saúl, quien en un callejón oscuro lo humillará y golpeará tras haber gozado de sus favores, para recordarle el grado de inestabilidad y lo frágil de su situación en un entorno que las carestías, unidas al autoritarismo, manipulación e imposiciones del régimen, hacen todavía más desgarrador.

“Y el abogado cuánto te pagó; o a lo mejor le hiciste una rebajita. Como mataste a su hijo”, irá echándole Saúl en cara mientras lo golpea y precisa las conexiones entre Alejandro, Miguel y Silvia, con quienes Karel se ha encontrado en la muerte o en el sexo. Ello, desde su sitial entre los cubanos encargados de vigilar, controlar, amenazar y detener a quienes se opongan o rebelen contra sus órdenes y mandatos, que por extensión en su mente son también los de la revolución. “Imbécil. Hasta para matar tienes que tener cabeza”, le recalca, haciéndose eco de las maquiavélicas tácticas castristas de intimidación y castigo con las cuales se ha mantenido por más de medio siglo en el poder, desestabilizando en el trayecto a naciones más prósperas, poderosas y democráticas para aprovecharse de sus riquezas. Ello, paralelamente a la aniquilación de todo pensamiento libre, lo cual ha obligado a muchos inconformes a arriesgarse a morir para huir de la Isla, o como el protagonista de Chamaco escapando al horror de una forma más segura.

La escena de celos del “tío” Felipe, con la banda sonora de noticias radiales ponderando los logros del castrismo y enfatizando las fallas del liberalismo, demuestra la saturación ideológica del sistema y expone las miserias de quienes no quisieron o no pudieron emigrar, encarnadas en la figura del homosexual acabado y decadente. “Comes aquí y gozas afuera”, le reprochará el viejo al muchacho mientras intenta poseerlo, entre el patetismo de sus apetitos y la desintegración personal y de la vivienda, cual alegorías de la descomposición generalizada de la Isla.

Será pues de la red de intolerancias de la sociedad cubana tejiéndose en torno a los personajes, de donde el director extraerá el material para su producción, dirigida a un espectador mucho más abierto. Esto, a fin de reflejar esas zonas de resistencia al sectarismo crónico enquistado no obstante en el ser cubano, pero que las nuevas generaciones empiezan a sacudirse gracias al acceso a las plataformas digitales donde denuncian la falta de libertades y la violencia contra las minorías, así como el sometimiento de aquellos que piden justicia. Ello, siguiendo el clamor global de la presente década contra quienes asesinan impunemente a los más vulnerables, tal cual lo están demostrando las recientes protestas.

La protesta, sin embargo, no entra aún dentro de la cotidianeidad de estos personajes, apabullados por una realidad que los sobrepasa. Y es claramente esa impotencia para verbalizar injusticias y excesos lo que asienta el tono del film, cuya tensión irá in crescendo en tanto más se cierre el cerco sobre Karel. La persecución de la cual el joven es objeto, dada su sujeción a los dictados de Saúl, se traslada al vivir de los demás caracteres, cuyas existencias permanecen marcadas por la presencia omnisciente del líder eterno. Desdichas y reveses tendrán, en las distintas facetas de cada uno, un peso específico fundamental proveniente de los obstáculos existentes en el país para desenvolverse libremente, y tener acceso a los bienes otorgados a quienes controlan el Partido y a sus acólitos.

“—Yo quisiera comerme una manzana. —¡Uy! Están baraticas en ‘La Revoltosa’. —Allí no hay. Sabes que con un dólar no me alcanza ni para dos”, le comenta Miguel a Silvia, poco antes de salir a la última noche de su existencia sabiéndose incapaz de reunir ese dinero, con lo cual la partida de ajedrez se convierte en la última esperanza para hacerse con algunos dólares que también Karel necesita. Ambos apuestan entonces a sabiendas de que ninguno podrá pagar, pero espera ganar a fin de obtener ese inexistente dinero del contrincante. La insuficiencia puesta a desencadenar el drama tiene consecuentemente una tragedia añadida, es decir, la también eterna necesidad del pueblo cubano, obligado a inventárselas incesantemente para sobrevivir un día más.

Esta dinámica donde el forcejeo entre dominador y dominado signa los intercambios carnales, económicos y familiares, constituye también el marco para someter a las minorías sexuales, víctima de la homofobia institucionalizada, del mismo modo como el resto lo es de la pobreza institucionalizada. El doble avasallamiento sufrido por el colectivo LGBTI, se añade a los trabajos del resto, manteniéndolo siempre en guardia para no sucumbir a los dictados del más fuerte, o a los escarnios de quienes se sienten con derecho a condenar por el hecho de no pertenecer al grupo marginado.

Pero esta conjunción entre explotación y dominación no es ciertamente privativa de Cuba, sino que se extiende al resto de Latinoamérica donde los derechos del colectivo LGTBI o no existen o son sistemáticamente violados, independientemente de la normativa legal. No extraña entonces que la mayoría prefiera mantener su sexualidad en el closet o vivirla discretamente, especialmente en los sectores medios y altos de la población para los cuales las conveniencias, apariencias y dobleces son fundamentales a fin de mantener el estatus y ser aceptado dentro de los círculos más exclusivos, que son también los más excluyentes.

Chamaco se hace eco de tal dinámica y la expone sin tapujos, lo cual vuelve al film doblemente subversivo. Pues si por una parte expone el underground de la prostitución gay, por otra exterioriza los males intrínsecos del sistema, cuya acción sobre la ciudadanía es tan fuerte como la de quienes explotan a los jóvenes para lucrarse con su precariedad. Aquí ello viene representado por Saúl, exponente de la intolerancia estatal y del provecho que este obtiene extorsionando al otro, ya sea el homosexual, el trabajador o una nación entera, cual ocurre hoy con Venezuela, convertida en satélite de la Isla.

Pero la mayoría silenciosa se está cansando de serlo y no dejará de presionar a los gobiernos autocráticos, hasta lograr ese ansiado cambio que le permita recobrar la dignidad y vivir finalmente sin miedo en una tierra abierta, inclusiva y democrática.

Hey you,
¿nos brindas un café?